Milenio

La costumbre es más fuerte que el horror

- JAIRO CALIXTO ALBARRÁN jairo.calixto@milenio.com @jairocalix­to

Los leo mientras se matan por el destino de Cruz Azul en manos de Billy Álvarez, el Deschamps del pambol, al ritmo de #QueRegrese­Peláez; o cuando se les alteran los catarenque­s al escuchar al diputéibol Charly Valentino (no, no es el cómico ochentero) que con el garbo de todo pendejo con iniciativa exige que Amlove se reelija

otros seis años; o en el momento en que exigen, con un poquito de histeria y otra cosita, que investigue­n a Darth Bartlett, sin tomar en cuenta que él ya fue y vino de la Estrella de la Muerte y que lo más probable es que se los lleve al lado oscuro.

Sin embargo, todo no me importa en demasía, sobre todo porque he leído un tremendo novelón del maestro Enrique Serna, que se acaba de aventar de la plataforma de 10 metros un clavado de holandés errante de 10 grados de dificultad, posición C, un novelón de pocas tuercas que a leguas se ver que es de ciencia ficción: El vendedor de silencio, basado en la vida y obra de uno de los grandes chayoteros de todos los tiempos, Carlos Denegri, cuya leyenda lo precede como uno de los periodista­s más corruptale­s de la historia. Afortunada­mente, ya nada de eso ocurre, pues estos abusos y costumbres que se murieron en algún momento en el sexenio de Salinas de Gortari, donde, como todos sabemos, se ejerció un periodo esplendoro­so de libertad de expresión y

Es una tranquilid­ad que en este oficio ya no existan quienes venden sus columnas

tuvo sus momentos más brillantes con Fox y Jelipillo, que casi ni presionaba­n a sus críticos, pero sobre todo durante el Peñato, cuando prácticame­nte el chayo desapareci­ó aunque la costumbre sea más fuerte que el horror.

Es una verdadera tranquilid­ad que en este oficio ya no existan quienes como Denegri venden sus columnas y comentario­s televisivo­s a los peores postores de la política nacional.

Pero lo alucinante no es solo el trabajal al que se tuvo que someter el maese Serna para reconstrui­r a ese México pre-echeverris­ta como sacado de una película de Ismael Rodríguez que se pudo haber llamado Un sexenio de tantos, sino la minuciosid­ad con la que con su narrativa recrea el lengua de la época. Es decir, está escrito de tal manera que pareciera que estás leyendo el Excélsior y el Universal de aquellos tiempos.

Repito, lo bueno es que los Denegri ya se nos extinguier­on. No queda ni uno.

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