Los otros invisibles
No, no son conservadores, que es apenas el término de que suele servirse el Presidente para englobar a sus adversarios. Y resulta que éstos se oponen a él y a lo que representa —así es posible leer las pintas en la fachada de Palacio Nacional, la destrucción de las vidrieras de la Secretaría del Bienestar (cuyo cambio de nombre es insignia de la política social lopezobradorista), la consigna de “Muerte al Estado”— pero también a la idea de mundo (neo)liberal, anclada en la economía de mercado, que defienden sus opositores: verbigracia esa otra consigna —“¡Que muera el rico!”— y la vandalización de bancos, una sucursal de Starbucks, la Catedral Metropolitana y la Cámara Nacional de Comercio, iconos de ese otro proyecto que también denuncian.
Por conservar, no pretenden conservar ni la cultura escrita, como evidencia la andanada a un local de Librerías Gandhi, empresa cuyo nombre acusa su inspiración originaria en la presunta alianza de los libros con la noción de resistencia civil pacífica, que no podría ser más ajena a quienes, a lo largo del último mes, han tomado ya las calles de la Ciudad de México en tres ocasiones y con creciente violencia.
Los más van encapuchados, lo que, en un texto brillante publicado en MILENIO —uno de los poquísimos en haber abordado el fenómeno—, les ha valido la condena de un Xavier Velasco que detecta en la bravuconería y tras la máscara “la alevosía del linchador, el autoritarismo del paramilitar, la chulería del pandillero y el fanatismo del iluminado”. De acuerdísimo. Quedan, sin embargo, preguntas. ¿ Por qué ahora? ¿Qué sigue enojando tanto a esa franja de la sociedad (delgada y, si se quiere, local, pero vociferante y actuante)? ¿Qué expectativas que no pudo cumplir el antiguo régimen tampoco parece satisfacer el nuevo? ¿ Hay en el fenómeno mera impaciencia juvenil ante resultados que no es concebible producir en 10 meses? ¿O es lo que ha venido sucediendo en las calles capitalinas síntoma de algo que la élite toda — la del antiguo régimen como la del nuevo— no ha —no hemos— podido detectar?
Acaso valga dedicar siquiera una caminata de la Glorieta de Colón al Zócalo a pensarlo.
Hay aún expectativas insatisfechas por el nuevo régimen