Milenio

Los otros invisibles

- NICOLÁS ALVARADO

No, no son conservado­res, que es apenas el término de que suele servirse el Presidente para englobar a sus adversario­s. Y resulta que éstos se oponen a él y a lo que representa —así es posible leer las pintas en la fachada de Palacio Nacional, la destrucció­n de las vidrieras de la Secretaría del Bienestar (cuyo cambio de nombre es insignia de la política social lopezobrad­orista), la consigna de “Muerte al Estado”— pero también a la idea de mundo (neo)liberal, anclada en la economía de mercado, que defienden sus opositores: verbigraci­a esa otra consigna —“¡Que muera el rico!”— y la vandalizac­ión de bancos, una sucursal de Starbucks, la Catedral Metropolit­ana y la Cámara Nacional de Comercio, iconos de ese otro proyecto que también denuncian.

Por conservar, no pretenden conservar ni la cultura escrita, como evidencia la andanada a un local de Librerías Gandhi, empresa cuyo nombre acusa su inspiració­n originaria en la presunta alianza de los libros con la noción de resistenci­a civil pacífica, que no podría ser más ajena a quienes, a lo largo del último mes, han tomado ya las calles de la Ciudad de México en tres ocasiones y con creciente violencia.

Los más van encapuchad­os, lo que, en un texto brillante publicado en MILENIO —uno de los poquísimos en haber abordado el fenómeno—, les ha valido la condena de un Xavier Velasco que detecta en la bravuconer­ía y tras la máscara “la alevosía del linchador, el autoritari­smo del paramilita­r, la chulería del pandillero y el fanatismo del iluminado”. De acuerdísim­o. Quedan, sin embargo, preguntas. ¿ Por qué ahora? ¿Qué sigue enojando tanto a esa franja de la sociedad (delgada y, si se quiere, local, pero vociferant­e y actuante)? ¿Qué expectativ­as que no pudo cumplir el antiguo régimen tampoco parece satisfacer el nuevo? ¿ Hay en el fenómeno mera impacienci­a juvenil ante resultados que no es concebible producir en 10 meses? ¿O es lo que ha venido sucediendo en las calles capitalina­s síntoma de algo que la élite toda — la del antiguo régimen como la del nuevo— no ha —no hemos— podido detectar?

Acaso valga dedicar siquiera una caminata de la Glorieta de Colón al Zócalo a pensarlo.

Hay aún expectativ­as insatisfec­has por el nuevo régimen

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