Ahora sí va en serio la cosa
Las pesquisas —como se dice en el lenguaje legal que cultivan los abogados— no han dado todavía resultados concluyentes pero, caramba, vaya trama la que parecen haber montado ciertos conspicuos cofrades de la “mafia del poder”. De pronto, la expresión de Obrador ya no parece retórica de campaña electoral sino una descripción exacta, aparte de correcta, de un grupo de auténticos criminales —de cuello blanco, eso sí— que hubieran celebrado muy oscuros negocios al amparo del mismísimo aparato judicial de la nación mexicana.
Quienes criticamos machaconamente al actual presidente de la República hemos preferido interpretar la detención de Juan Collado y la subsecuente caída en desgracia de Eduardo Medina Mora, entre otros personajes presuntamente implicados en los esquemas que se armaron en el pasado sexenio, como si se tratara de una mera “persecución política” dirigida a cobrar las cuentas de la radical animadversión que le tuvieron, justamente, a quien ahora lleva las riendas del país. Pero ¿no estaríamos hablando, más bien, de que se están desvelando morrocotudos contubernios y de que la lucha contra la corrupción es real, ahora sí?
Está tan podrido todo que hasta en los más altos organismos del Estado han logrado encaramarse sujetos de muy dudosa moralidad. Las consecuencias para nuestra vida pública son devastadoras porque lo primero que se debilita es la confianza de los ciudadanos en sus instituciones. Y, al estar en duda la solvencia misma del aparato institucional, surge un nefario rechazo al principio mismo de la legalidad y aparecen también cuestionamientos sobre el propio valor de la democracia.
La llegada de un hombre honrado al poderle ha bastado así a la gran mayoría de la población para otorgarle a él todo su apoyo y, además, para comenzar a alimentar la ilusión de un futuro mejor, de un México menos corrompido. Es más que evidente el hartazgo de la gente con un régimen —el del mentado PRIAN— en el que la descomposición alcanzó cotas alucinantes.
En principio, el ministro Medina Mora no hubiera tenido razón alguna para renunciar. Su abdicación, paradójicamente, nos hace pensar que la limpieza de la casa va en serio y hasta las últimas consecuencias, caiga quien caiga. Pues, hay lugar para cierta esperanza, miren ustedes.
Hasta lo más alto del Estado llegaron sujetos de dudosa moralidad