Milenio

Ahora sí va en serio la cosa

- ROMÁN REVUELTAS RETES revueltas@mac.com

Las pesquisas —como se dice en el lenguaje legal que cultivan los abogados— no han dado todavía resultados concluyent­es pero, caramba, vaya trama la que parecen haber montado ciertos conspicuos cofrades de la “mafia del poder”. De pronto, la expresión de Obrador ya no parece retórica de campaña electoral sino una descripció­n exacta, aparte de correcta, de un grupo de auténticos criminales —de cuello blanco, eso sí— que hubieran celebrado muy oscuros negocios al amparo del mismísimo aparato judicial de la nación mexicana.

Quienes criticamos machaconam­ente al actual presidente de la República hemos preferido interpreta­r la detención de Juan Collado y la subsecuent­e caída en desgracia de Eduardo Medina Mora, entre otros personajes presuntame­nte implicados en los esquemas que se armaron en el pasado sexenio, como si se tratara de una mera “persecució­n política” dirigida a cobrar las cuentas de la radical animadvers­ión que le tuvieron, justamente, a quien ahora lleva las riendas del país. Pero ¿no estaríamos hablando, más bien, de que se están desvelando morrocotud­os contuberni­os y de que la lucha contra la corrupción es real, ahora sí?

Está tan podrido todo que hasta en los más altos organismos del Estado han logrado encaramars­e sujetos de muy dudosa moralidad. Las consecuenc­ias para nuestra vida pública son devastador­as porque lo primero que se debilita es la confianza de los ciudadanos en sus institucio­nes. Y, al estar en duda la solvencia misma del aparato institucio­nal, surge un nefario rechazo al principio mismo de la legalidad y aparecen también cuestionam­ientos sobre el propio valor de la democracia.

La llegada de un hombre honrado al poderle ha bastado así a la gran mayoría de la población para otorgarle a él todo su apoyo y, además, para comenzar a alimentar la ilusión de un futuro mejor, de un México menos corrompido. Es más que evidente el hartazgo de la gente con un régimen —el del mentado PRIAN— en el que la descomposi­ción alcanzó cotas alucinante­s.

En principio, el ministro Medina Mora no hubiera tenido razón alguna para renunciar. Su abdicación, paradójica­mente, nos hace pensar que la limpieza de la casa va en serio y hasta las últimas consecuenc­ias, caiga quien caiga. Pues, hay lugar para cierta esperanza, miren ustedes.

Hasta lo más alto del Estado llegaron sujetos de dudosa moralidad

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