Milenio

El hombre que siempre rodó de acá para allá… y fue de todo

- MAURICIO MEJÍA

José —derivado del verbo iehosif— quien añadirá, quien proveerá. El 19 de marzo, su día, es, además, el día del trabajador. José José suena a doble abundancia. Ayer, en el Palacio de Bellas Artes, en el Tepeyac y en Clavería se multiplica­ron sus miles de seguidores; decenas de miles siguieron la transmisió­n en vivo a través de la televisión, ese medio que el intérprete construyó. Ayer fue el último presente para el héroe y sus aplausos. Sara significa, no es broma: “Princesa”.

Sostiene Ernesto Sabato que la vida se hace en borrador, sin posibilida­d de corregirla y pasarla en limpio. José José fue un compendio de erratas y de excesos. Pero de una cualidad disfrutan los ídolos: todo se les perdona. La educación sentimenta­l del mexicano se ha dejado seducir por pocos seres de esa especie. El mismo cantante se autodefini­ó como un padre ausente, como una víctima del vicio y como un ser que rodó de aquí para allá. Durísima su autobiogra­fía. Por nítida. Ayer, dentro y fuera del recinto, nadie reparó en el hombre; el destinado a proveer. No hubo reproche; hubo un honestísim­o sentimient­o de gratitud, de admiración. La muerte alivia de los pormenores de la existencia. Un libro de Rizzori zanja la cuestión: los muertos a sus lugares.

A trompicone­s, entre sinsabores y mal gusto, los restos (los divididos restos) de El Príncipe llegaron a Palacio después de una Odisea sin sirenas ni Circes. ¿Hacia dónde te diriges?, preguntan a un personaje de Novalis. “Siempre a casa”, responde. Por fin, una parte del hijo descansa en su doble eterna morada: la ciudad y la madre. Es tiempo del urgente mutismo de las flores para el baladista del corazón; el trajín no se detuvo ni en su último suspiro.

Claudio Magris asegura que todo viaje es una vuelta a la infancia. José José era un niño cuando entro por primera vez a este edificio. Acompañó a su padre José Sosa, cantante de ópera y uno de los seres que, para bien y para mal, marcó el resto de sus días. No fue una infancia feliz la de José José; tampoco la madurez, tampoco la vejez. Enfermó de una neumonía que le afectó el pulmón; sufrió diabetes, enfisema, rinopatía diabética y cáncer de páncreas, mal que le derrumbó son toda saña. Tampoco pasó el chequeo del amor. Aún así —y quizá por eso— logró hacer malabares con las emociones de su única pasión: su público, que compró más de cien millones de copias de sus discos, incluido el emblemátic­o Secretos que se mantuvo 40 semanas en el Billboard de América Latina.

José José nació bajo el signo de Acuario, fue un empedernid­o superstici­oso. Macabramen­te, el horóscopo de la página de El Comercio, de Bilbao, dictó una especie de epitafio para el gran símbolo del romanticis­mo mexicano. “Mantenga a raya los celos, se pueden volver contra usted. Olvide todo lo que le hacía caer en esa depresión”. Absurdamen­te, los celos de la “Princesa” impidieron que José José descanse de cuerpo entero y a pierna suelta.

Al hombre que vino a añadir lo poco que tuvo se le fue quitando. Queda el incondicio­nal polvo enamorado.

Enfermó de neumonía, enfisema y cáncer de pancreas, tampoco pasó el cheque del amor

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JUAN CARLOS BAUTISTA La jornada inició con la llegada del cantante al aeropuerto.

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