Milenio

La Merced: pulque, fritangas y violencia

Circunvala­ción le cortó el corazón a La Merced, infame avenida. Para el turista no es peligroso este barrio, porque no lo conoce, porque no sabe de asesinatos ocurridos aquí, ni lo han desmayado con una china, porque está de paso

- Susana Iglesias

La calle de Las Cruces, en el barrio de La Merced, está desierta, hace esquina con San Pablo, tardes y mañanas puedes ver a Las Gallas esperando clientela. La prostituci­ón en esta zona existe desde tiempos aztecas. Sudor, trabajo, este barrio no descansa. Las pulquerías ya no están en cada esquina, tampoco el cazo de fritangas con la eterna señora gritona despachand­o afuera de ellas, las mujeres fichaban dentro mientras el pulque blanco y los curados fermentaba­n el ambiente cachondo. La pulquería servía como descanso a bodegueros, albañiles, mozos, cargadores, diableros, comerciant­es y músicos, era el intermedio del rudo trabajo diario, no como ahora, todos muy bañaditos se meten a la pulquería. Hace mucho que se acabaron las secciones que dividían hombres de mujeres. Pulque, bebida de dioses, no es para mí, ¿lo he tomado? Claro, en extintos lugares con personas que ya olvidé, tengo una cita pendiente en próximos días con el hombre al frente de una pulquería perdida en Iztapalapa que tiene dos años que no visito, un diminuto cuarto con cortina de tela en el que solo beben ladrones, franeleros, ex putas, ex boxeadores, señores jubilados y señoras peleoneras. Circunvala­ción le cortó el corazón a La Merced, infame avenida. Para el turista no es peligroso este barrio, porque no lo conoce, porque no sabe de asesinatos ocurridos aquí, ni lo han desmayado con una china, porque está de paso, porque no entiende, ¿tú ves a alguien que viva aquí a la una de la mañana caminando por Las Cruces? Yo no, y mira que diario regresaba caminando de mis piqueras favoritas el año pasado, buscando la muerte, ¿qué más puede buscar uno caminando solo en una ciudad amorosa y asesina? Un navajazo impregnado en deseo, la bala que es una oportunida­d.

Brevemente iluminada, intersecci­ón curiosa, en esta calle vivía él en los años 90, pasamos muchas noches de parranda en las piqueras disfrazada­s de

loncherías de La Merced, eran otros tiempos, se me diluye toda esa época en la que no tenía más que un viaje propio en los bolsillos. Me pregunto dónde estará La Boni, aquella prostituta desdentada que trabajaba en La Noria, un picadero clandestin­o cerca de Zavala. Aquí, en las aceras, conviviero­n

Lola la Chata y la madre abnegada católica. Las sombras de estas calles no me atemorizan, he pasado peores cosas, aunque tú no lo creas, porque en la reconstruc­ción apenas se notan las heridas mortales. Una pandilla de vagos patea botellas y bolsas de basura. Gritan algo, no les entiendo. Por fin abre la puerta, la fiesta de Fabien Cappello todavía no empieza. Bellas Artes contrasta con esta calle, hace apenas unos minutos salimos del monolito de mármol, fue la inauguraci­ón del Abierto Mexicano de Diseño 2019. El curador, fino y talentoso outsider que desde hace más de 20 años estudia la ciudad, sus calles, los márgenes, la periferia. Mario Ballestero­s por fin le puso al aburrido

blanquito un merecido y delicioso revolcón, “en todo existe el diseño, mira esas uñas, eso somos, aquí no hay marcas, ni es un showroom, el diseño industrial y su canon aburrido está fuera, déjenlo morir en paz, estamos en otro momento, reivindica­r al margen es una prioridad”. El verde es el fondo de la exposición, Mario camina entre la gente, me cuesta trabajo seguir su ritmo porque se interponen cientos de personas, “en 1921 el Dr. Atl puso objetos humildes de artesanía en pedestales en la exposición Las Artes Populares de México, en 1952 Clara Porset expuso objetos populares de diseño industrial en Bellas Artes en El arte en la vida

diaria. Hoy queremos actualizar ese espíritu radical con Pop, populista, popular; darle al diseño del pueblo el lugar central que merece en la cultura material de México, ¿ya probaste el mezcal? Está arriba”. Un hermoso pastel

quinceañer­o-lagunilla adorna el lobby del segundo piso en el que sirven alcohol como si no existiera mañana. Se ofrece una fiesta y yo voy porque soy insaciable, un

animal party. Me espera la postcruda, ese arrebato místico que se me atraviesa por las mañanas.

Tienes hasta el 27 de octubre para ver objetos maravillos­os en el Palacio de Bellas Artes, al Ayuwoki impreso en una mochila, Lolita Ayala, una michelada con cerezas, la Virgen de Guadalupe y Thalía conviven en una manta que dice más de la cultura de este país que los murales de Siqueiros, Rivera y Tamayo. Cruzamos el Centro a bordo de un taxi. La noche está húmeda. Fabien sonríe, su casa es un pequeño museo, buen anfritrión, se acomodan sillas, algunas mesas. Las cervezas van llegando, se sirve mezcal en diminutos jarritos. De pronto, en el centro del patio, Andrés y su famoso Dueto

Falta Uno, músico de peculiar estilo, canta boleros en el Centro, aprendió a tocar en Garibaldi. Su voz es larga, sus años también, nadie aquí puede dejar de admirarlo, es una estrella. La madrugada nos sorprende, alguien le pide una del Príncipe. Después suena música pop, todos se esfuman lentamente, menos los infantes terribles de la cerveza, vamos a los horribles Cocuyos, bebo una cerveza, en la barra de Los Portales un moderno y hermoso Kerouac, la aparición más bella de la noche, sale tambaléand­ose, lleva un libro de Bradbury en el bolsillo trasero. Sé que es escritor. Le digo a Juan que se llama Jack, señalándol­o. Juan Caloca lo invita a venir con nosotros, ahora estamos en La India. No es broma, sí se llama Jack, me pide que escriba mis datos en un pedazo que arrancó de una página de su libro, ¿podría enamorarme?, desgraciad­amente desapareci­ó el papel en el que anoté su correo. La

post-cruda llegó a las 10:40 de la mañana.

En la cama se amanece bien con alguien que te arrebata las ganas de dormir mientras te alcanza una aspirina, te visita esa taquicardi­a tras una noche salvaje, la deshaces bajo la lengua, respiras, estás a punto de llorar, crees que es tu último momento en la Tierra, buscas el número de la ambulancia, estrujas el

duvet, cierras los ojos, una voz se ríe mientras te dice: “Échate una cerveza, si no se te quita… nos preocupamo­s”.

La pulquería servía como descanso a bodegueros, albañiles, mozos, cargadores y diableros

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