Por cierto, ¿quién es el tal Ovidio?
Dice uno de sus conocedores que Ovidio pone el ritmo y la materia. Lo demás es placer, pasión y juego. En sus frustrados comienzos de carrera política, ejerce el cargo de inspector de cárceles, pero no sube ningún peldaño más pues aquel camino mal cuadraba a sus aspiraciones y a la tradición familiar. Ingresa a partir de entonces al círculo de un hombre que lo guía por los senderos en que mejor puede cultivar sus talentos y le presenta a los personajes más relevantes de su ambiente.
Cuando se sabe que se ha ordenado su desgracia, surgen hipótesis como que era un conspirador contra los suyos, que había colaborado en la liberación de un personaje proscrito en las alturas del gobierno y participado en sesiones de una secta. También se le cuelga haber llegado de improviso y presenciar un grotesco ataque de cólera de su jefe, de quien se mofa por un desastroso operativo.
Se le ha oído hablar de su tierra como una masa confusa y desordenada. Dice que “el dios” de esas regiones, sea quien sea, dividió aquellos valles, añadió fuentes y lagos y así creó una edad de oro. Acaso por eso dice vivir, como un personaje de la literatura latina, en un palacio del Sol, elevado sobre altas columnas y resplandeciente oro que imita las llamas, con techos cubiertos de brillante marfil y dos hojas de puerta que irradian luz de plata.
Se le ha visto, dicen quienes le conocen, con su padre en un carro de oro y plata. Y hasta dicen que Ovidio ha dicho de uno de los suyos, beneficiario también de las riquezas familiares, lo siguiente: “Ocupa él con su cuerpo juvenil el ligero carro, se yergue sobre él y se goza en tomar en sus manos las ligeras riendas, dando enseguida las gracias a su reacio padre”. Aunque también se le ha atisbado a caballo, veloces bestias que llenan de relinchos de fuego y golpean con las patas las barreras.
De cuanto ha dicho, pregona que no hay una sola palabra manchada de sangre y le han oído murmurar en su cautiverio: “En cambio yo seré para ti, violento, mientras pueda en mi situación, el enemigo que mereces”. Se sabe que advirtió a su perseguidor que lo verá si está despierto y en las sombras de la noche, como una aparición, le ahuyentará el sueño. Hagas lo que hagas, amenazó a su cazador, volaré por delante de tu cara y tus ojos, sonarán golpes crueles, serán calamidades que azotarán tu vida.
Estos son algunos episodios de quien llamábase Publio Ovidio Nasón (43 a. C.-17 d. C.), uno de los más grandes poetas latinos, autor de Arte de amar, Metamorfosis y varios textos de epopeyas mitológicas, sobre quien han escrito y traducido Juan Manuel Rodríguez Tobal y Vicente Cristóbal en las ediciones de Poesía Hiperión y de Gredos Biblioteca Clásica, notas a las que acudió el fusilero para la presente entrega.
¿O de qué Ovidio están hablando?
Se le ha visto a este
personaje, dicen quienes le conocen, con su padre en un carro de oro y plata