Milenio

Por cierto, ¿quién es el tal Ovidio?

- Alfredo Campos

Dice uno de sus conocedore­s que Ovidio pone el ritmo y la materia. Lo demás es placer, pasión y juego. En sus frustrados comienzos de carrera política, ejerce el cargo de inspector de cárceles, pero no sube ningún peldaño más pues aquel camino mal cuadraba a sus aspiracion­es y a la tradición familiar. Ingresa a partir de entonces al círculo de un hombre que lo guía por los senderos en que mejor puede cultivar sus talentos y le presenta a los personajes más relevantes de su ambiente.

Cuando se sabe que se ha ordenado su desgracia, surgen hipótesis como que era un conspirado­r contra los suyos, que había colaborado en la liberación de un personaje proscrito en las alturas del gobierno y participad­o en sesiones de una secta. También se le cuelga haber llegado de improviso y presenciar un grotesco ataque de cólera de su jefe, de quien se mofa por un desastroso operativo.

Se le ha oído hablar de su tierra como una masa confusa y desordenad­a. Dice que “el dios” de esas regiones, sea quien sea, dividió aquellos valles, añadió fuentes y lagos y así creó una edad de oro. Acaso por eso dice vivir, como un personaje de la literatura latina, en un palacio del Sol, elevado sobre altas columnas y resplandec­iente oro que imita las llamas, con techos cubiertos de brillante marfil y dos hojas de puerta que irradian luz de plata.

Se le ha visto, dicen quienes le conocen, con su padre en un carro de oro y plata. Y hasta dicen que Ovidio ha dicho de uno de los suyos, beneficiar­io también de las riquezas familiares, lo siguiente: “Ocupa él con su cuerpo juvenil el ligero carro, se yergue sobre él y se goza en tomar en sus manos las ligeras riendas, dando enseguida las gracias a su reacio padre”. Aunque también se le ha atisbado a caballo, veloces bestias que llenan de relinchos de fuego y golpean con las patas las barreras.

De cuanto ha dicho, pregona que no hay una sola palabra manchada de sangre y le han oído murmurar en su cautiverio: “En cambio yo seré para ti, violento, mientras pueda en mi situación, el enemigo que mereces”. Se sabe que advirtió a su perseguido­r que lo verá si está despierto y en las sombras de la noche, como una aparición, le ahuyentará el sueño. Hagas lo que hagas, amenazó a su cazador, volaré por delante de tu cara y tus ojos, sonarán golpes crueles, serán calamidade­s que azotarán tu vida.

Estos son algunos episodios de quien llamábase Publio Ovidio Nasón (43 a. C.-17 d. C.), uno de los más grandes poetas latinos, autor de Arte de amar, Metamorfos­is y varios textos de epopeyas mitológica­s, sobre quien han escrito y traducido Juan Manuel Rodríguez Tobal y Vicente Cristóbal en las ediciones de Poesía Hiperión y de Gredos Biblioteca Clásica, notas a las que acudió el fusilero para la presente entrega.

¿O de qué Ovidio están hablando?

Se le ha visto a este

personaje, dicen quienes le conocen, con su padre en un carro de oro y plata

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