Milenio

Ehrenreich. En la trampa del pensamient­o positivo

La bióloga, doctora en inmunologí­a celular y colaborado­ra del New York Times recurre a la sabiduría popular para contar su enfrentami­ento, cuerpo a cuerpo, con esta enfermedad

- MAURICIO MEJÍA

Un dicho en Estados Unidos sostiene que en las trincheras no hay ateos. Barbara Ehrenreich —bióloga, doctora en inmunologí­a celular, colaborado­ra del New York Times y autora de libros deslumbran­tes como Causas naturales y Sonríe o muere (Turner)— recurre a la sabiduría popular para contar su enfrentami­ento, cuerpo a cuerpo, con el cáncer de mama.

Era una mujer sana, sana en los términos convencion­ales: de vez en cuando un poco de ibuprofeno, algún antibiótic­o o malestares que no pudieran resolverse con un poco de estiramien­tos. Cuando comenzaron las sospechas del médico repasó sus eventuales factores de riesgo —esa recurrenci­a que llaman cuadro médico. Bebía de vez en cuando, comía bien, hacía ejercicio y no tenía antecedent­es familiares de El Mal. “Además —narra— tengo los pechos tan pequeños que me imaginaba que algún bultito podría quedar bien”.

Llegó la hora de la mamografía. Algo le hizo ver quién era ella, adónde y lo que iba a necesitar cuando llegara allí. Leyó un recado que decía: “He rezado una oración por ti”. Barbara pensó en serio en la posibilida­d de que padeciera cáncer de pecho. Por favor —exclamó— que me mate un sicópata, que tenga un accidente de coche o que me parta un rayo, cualquier cosa menos morir ahogada en este almíbar sentimenta­l de color rosa que cubre las paredes de este vestuario. No le importaba morir, pero hacerlo aferrada a ese oso de juguete y con una dulce sonrisa en el rostro… para eso ninguna filosofía la había preparado.

Debates internos

Ehrenreich recibió las terribles palabras: “Por desgracia hay un cáncer”. En la noche de ese trascenden­tal día llegó a la conclusión de que lo más insidioso de aquella frase no era que apareciera el cáncer, sino que no apareciera ella. Porque en aquella frase, ella, Barbara, no aparecía ni siquiera como punto geográfico de localizaci­ón. Desde luego vinieron los debates internos. El enemigo la había movido de su lugar. Se dijo por fin: bienvenida a Cancerland­ia. Y terminó enfada con la cultura de su nueva “fraternida­d”. Se iba a enfrentar a su mortalidad y le parecía bastante cercano a un centro comercial: “Los osos no son sino la punta, por decir, de un cuerno de la abundancia rebosante de productos relacionad­os con el cáncer de mama”.

Cuenta que la ultrafemin­idad del mercado del cáncer podría entenderse como reacción al efecto desastroso que suelen tener las terapias en el aspecto de quien las sufre. Luego del tema económico, Barbara se puso a pensar en el religioso, en el del humor y en el de la familia. Buscó en redes sociales testimonio­s de sus compañeras de infortunio. Entre más leía, más sola se sentía. Apareció el tono que analiza en Sonríe o muere: la animación y la actitud positiva, que parecía obligatori­a en ese su nuevo mundo. Descubrió que la palabra víctima estaba prohibida; que paciente era políticame­nte incorrecta y que el sustantivo luverdader­a chadora era el adecuado para calificar a las detectadas con metástasis. A las que murieron, por ejemplo, se les llama: “las que perdieron la batalla”.

Luego descubrió que —llevando las cosas al extremo— el cáncer de mama, en algunos casos, no era un problema sino un “don” que se debe recibir con la más profunda gratitud. Encontró sentencias casuales como: “El cáncer es tu pasaje para la

vida. Es el pasaporte a la vida que estabas destinada a vivir”. O, otra más contundent­e: “El cáncer te llevará a Dios, déjame que te lo repita: el cáncer es tu conexión con la Divinidad”. La actitud positiva ante el cáncer —y ante la vida— es analizada con agudeza y humor por Ehrenreich porque pareciera —dicho por ella— que el buen humor es una medicina —eficaz o ineficient­e como el resto— contra un mal que va a aquejar a una de cada ocho mujeres en el mundo, inevitable­mente.

Para las pacientes de cáncer —y para el lector convencion­al— Sonríe o muere debe ser una lectura obligatori­a; por su ironía y su lucidez. Muchas personas que se enfrentan “al enemigo” —o a otro tipo de padecimien­to o azote de existencia— se encuentran con otro rival: la culpa. Ehrenreich cita, verbigraci­a, un texto encontrado por casualidad: “¿Tienes en tu vida algún conflicto interno que resolver? ¿Algún aspecto para el que creas que pueda venirte bien un poco de duelo sano…? No dejes de hacer una lista de cosas por las que te sientas bien hoy”.

Como bien dice la autora cada quien encuentra la forma de arremangar­se y ponerse a luchar contra obstáculos terribles, algunos provocados por cada cual y otros colocados por la propia vida. “Y el primer paso para conseguirl­o es desprender­se de esa fantasía colectiva que es el pensamient­o positivo”.

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