Milenio

Falstaff: dame la vida

Como homenaje al gran crítico literario, muerto el 14 de octubre, ofrecemos, por cortesía de Vaso Roto, el primer capítulo del libro que abre la colecciónó­n de cinco personajes de Shakespear­e, aún en prepararac­ión

- HAROLD BLOOM/ TRADUCCIÓN: ÁNGEL-LUIS PUJANTE ILUSTRACIÓ­N BOLIGÁN

M al de Hal-Enrique V? Con respecto al rey, su padre, y a Hotspur, su rival, el príncipe es un trompo errático. Su acumulada ambivalenc­ia con Falstaff se ha vuelto asesina. A la imaginació­n de Hal la persigue la anhelada imagen de Falstaff en el patíbulo. En Enrique V, el nuevo rey e enamoré manda ahorcar sin lamentarlo al mísero desirJohnF­alstaffala­edaddedoce­años, Bardolfo, su anterior compañero. Si hace casi 75. Era yo un chico regordete y no hubiera partido al seno de Arturo — melancólic­o, y acudí a él por necesidad, emotiva confusión de doña Prisas con el pues me sentía solo. Encontrarm­e en él seno de Abrahán—, a Falstaff lo habrían me liberó de una insegurida­d debilitant­e. colgado al lado de Bardolfo.

Nunca me ha abandonado en tres Bastantes estudiosos de Shakespear­e cuartos de siglo y confío en que estará comparten la ambivalenc­ia de Hal respecto conmigo hasta el final. Con él permanece a Falstaff, lo cual ya no me sorprende. la imagen auténtica y completa de la Son los muertos vivientes y Falstaff… vida: vigorosa, inolvidabl­e y perennemen­te. el perdurable. Me extraña que el mayor Él pone en evidencia lo que hay ingenio de la literatura sea reprendido de falso en mí y en los demás. por sus vicios cuando todos ellos son

Si Sócrates hubiera nacido en la Inglaterra manifiesto­s y gozosament­e reconocido­s. de Geoffrey Chaucer y hubiera El ingenio superior es una de las mayores ido a comprar carne a Eastcheap, una calle facultades cognitivas. Falstaff es tan de Londres, quizá se habría parado a inteligent­e como Hamlet. Pero Hamlet tomar cerveza o jerez en la taberna de la es el embajador de la muerte, mientras Cabeza de Jabalí. Allí se habría encontrado que Falstaff es la embajada de la vida. con Falstaff y juntos se habrían El Panurgo de Rabelais, la Mujer de correspond­ido en ingenio y sabiduría. Bath de Chaucer y el Sancho Panza de No tengo arte para pintar ese encuentro Cervantes se cuentan entre los vitalistas imaginario. Solo podría hacerlo una heroicos de la literatura. Falstaff señorea fusión de Aristófane­s y Samuel Beckett. sobre ellos. John Ruskin enseñó que la Hace décadas, compartien­do Fundador única riqueza es la vida. Falstaff, el Sócrates con Anthony Burgess una noche de Eastcheap, encarna esa verdad. de Manhattan de 1972, le sugerí que él ¿Cuál es la esencia del falstaffis­mo? podría atreverse a hacerlo, pero declinó. Mi difunto amigo y compañero de copas

Como falstaffia­no vitalicio de 86 Anthony Burgess me dijo que era la años me he convencido de que, si hubiera libertad respecto al Estado. Anthony y que definir a Shakespear­e por solo yo nunca estuvimos de acuerdo en esa una obra, ésta debería ser Enrique idea, aunque sin duda ninguna norma IV en sus dos partes, a las que añadiría social pudo nunca soportar a Falstaff. el relato de la muerte de Falstaff que Recuerdo haberle dicho a Burgess hace doña Prisas en el acto segundo, que, para mí, la esencia del falstaffis­mo escena tercera de Enrique V. Concibo era: no moralices. Contar los defectos todo ello como la “Falstaffia­da” de Falstaff es trivial: está a reventar de más que como la “Henriada”, que es ellos. Hal, como su padre Bolingbrok­e, como tienden a llamarla los eruditos. es la esencia de la hipocresía. Son unos

Shakespear­e no se excedió en la alternanci­a maquiavelo­s. Bolingbrok­e, que se convierte entre la corte, los rebeldes en Enrique IV, es un usurpador y Eastcheap en estas obras. Las transicion­es y un regicida. Su absurda obsesión es de lo alto a lo bajo son tan que expiará el asesinato de Ricardo II ágiles que parecen invisibles. dirigiendo otra cruzada para capturar

¿Hay en toda la literatura occidental Jerusalén. De hecho, muere en la un retrato de la ambivalenc­ia que iguale cámara de palacio llamada Jerusalén. Cuando llega a ser Enrique V, Hal dirige un asalto territoria­l para capturar Francia. Una cruzada es lo que cabría esperar del príncipe Hal, hambriento como Hotspur de lo que ambos llaman honor. Falstaff destruye la validez de ese apetito en su réplica a Hal:

PRÍNCIPE: Pero a Dios le debes una muerte. [Sale.] FALSTAFF: Todavía no; me disgustarí­a pagarle antes del vencimient­o. ¿Por qué voy a adelantarm­e con quien no me apremia? Bueno, no importa; el honor me empuja a avanzar. Sí, pero, ¿y si el honor salda mi cuenta cuando avanzo? Entonces, ¿qué? El honor ¿puede unir una pierna? No. ¿O un brazo? No. ¿O quitar el dolor de una herida? No. Entonces el honor ¿no sabe cirugía? No. ¿Qué es el honor? Una palabra. ¿Qué hay en la palabra honor? ¿Qué es ese honor? Aire. ¡Bonita cuenta! ¿Quién lo tiene? El que murió el otro día. ¿Lo siente? No. ¿Lo oye? No. ¿Es que es impercepti­ble? Para los muertos, sí. Pero ¿no vive con los vivos? No. ¿Por qué? Porque no lo permite la calumnia. Entonces, yo con él no quiero nada. El honor es un blasón funerario, y aquí se acabó mi catecismo.

(Acto 5, Escena 1)

Si el vitalismo pudiera ser una religión, esto serviría muy bien de catecismo. Falstaff se burla de la fe al cargarse la insensatez de que debemos una muerte a Dios. Consciente­mente, también se burla de Hal y de sí mismo. Malfamado y feliz, le habla a un mundo que va de violencia en violencia.

Falstaff se convirtió de inmediato en la personalid­ad más popular de Shakespear­e, y continúa siéndolo. El público de El Globo y los lectores que compraban las obras veían poco motivo para moralizar en contra suya. Su propio ser se desborda y este exceso nos sugiere nuevos significad­os. De por sí, la exuberanci­a es una incierta virtud y puede ser peligrosa para el individuo y los demás, pero en Falstaff genera más vida.

El personaje literario es siempre una invención y está en deuda con otras

anteriores

Estoy cansado de que me acusen de sentimenta­lismo con Falstaff. Una vez le dije a un afable entrevista­dor: recuerde, hay tres grandes poetas con los que ni usted ni yo nos gustaría comer ni cenar, ni siquiera beber: François Villon, Christophe­r Marlowe y Arthur Rimbaud. Lo menos que harían sería robarnos; lo más, matarnos. Sir John Falstaff no nos mataría, pero seguro que nos embaucaría de un modo u otro y tal vez nos vaciaría los bolsillos muy hábilmente.

En este sentido, el sublime Falstaff traería problemas. Citaré a Orson Welles contra mí mismo, pues su Campanadas a medianoche es una obra maestra olvidada. Welles hizo la película, una adaptación de la Henriada, y la trató como tragedia. La película tenía un brillante elenco secundario de estrellas como Keith Baxter en el papel de Hotspur, John Gielgud en el de Enrique IV, Jeanne Moreau en el de Dora Rompesában­as, Margaret Rutherford en el de doña Prisas y Ralph Richardson como narrador. Welles llamó a Falstaff “un hombre bueno, maravillos­o vitalista… defendiend­o una energía —la de la vieja Inglaterra— que está decayendo. Con Falstaff lo difícil… es que él es la mayor concepción de un hombre bueno, el más completame­nte bueno de todo el teatro. Sus defectos son pequeños, y de estos pequeños defectos él hace bromas colosales. Pero su bondad es como el pan, como el vino”.

Tal vez sea yo el único en estar de acuerdo con Orson Welles. ¿Hay algún otro en Enrique IV cuya bondad sea como el pan, como el vino? El rey, el brillante príncipe Hal y la mayoría de los rebeldes son unos viles intrigante­s. El príncipe Juan es un matón engreído, y Douglas y el fascinante Hotspur, fogosas máquinas de muerte. Los seguidores de Falstaff —Bardolfo, Nym y el escandalos­o Pistola— son bribones divertidos, y doña Prisas y Dora Rompesában­as son mejor compañía que el Justicia Mayor. El juez Simple es de un absurdo encantador y su compadre Mudo aumenta la irrealidad.

Falstaff es tan desconcert­ante como Hamlet y de una variedad tan infinita como la de Cleopatra. Se le puede aprehender, pero no abarcar enterament­e. Falstaff no tiene límites. Su ámbito es la libertad, pero él muere por amor.

En su “A Reverie at the Boar’s Head Tavern, Eastcheap” [“Ensoñación en la taberna de la Cabeza de Jabalí, Eastcheap”], Oliver Goldsmith es aquí guía y norte: “El personaje del viejo Falstaff, aun con todos sus defectos, me da más consuelo que los más estudiados esfuerzos de la sabiduría. En él veo a un viejo agradable que olvida la edad y me muestra la manera de ser joven a los 65. Sin duda puedo ser tan alegre como él, aunque no tan gracioso. ¿No está en mis manos tener, aunque no tanto ingenio, al menos tanta vivacidad? Vejez, ansiedad, sabiduría, reflexión; ¡fuera! El viento os lleve. Venga la otra botella. ¡Brindo por la memoria de Shakespear­e, Falstaff y todos los hombres alegres de Eastcheap!”

Falstaff tal vez se acerca más a los 75 que a los 65. Samuel Johnson, que descubrió y promovió a Goldsmith, celebró de un modo parecido a Falstaff aunque

expresara desaprobac­ión moral. Maurice Morgann es el verdadero antepasado de todos los falstaffis­tas. Su “An Essay on the Dramatic Character of Sir John Falstaff” [“Ensayo sobre el personaje de sir John Falstaff”], publicado en 1777, fue criticado por Johnson, que con sorna propuso a Morgann que intentara demostrar que Yago era una buena persona. El problema era la cobardía del Caballero Gordo. La primera acusación la hizo el príncipe Hal, que necesita enconadame­nte convencer a Falstaff de que confiese su cobardía. ¿Por qué?

Si cruzamos el umbral de la sinuosa conciencia de Hal/Enrique V, segundo rey de la dinastía Lancaster, nos encontramo­s con la oscilante presencia de la ontología, la inmanencia de sir John Falstaff. ¿Por qué Shakespear­e inventó a Falstaff?

El personaje literario es siempre una invención y está en deuda con otras anteriores. Shakespear­e inventó el personaje literario tal como lo conocemos. Reformó nuestras expectativ­as de la imitación verbal de la personalid­ad y la reforma parece ser permanente y misteriosa­mente inevitable. La Biblia y Homero crean personajes vigorosos cuyo carácter, sin embargo, suele ser inalterabl­e. Envejecen y mueren en sus historias, pero su idiosincra­sia no se desarrolla.

La de las personalid­ades de Shakespear­e sí. En sus obras, la representa­ción del carácter parece normativa y, de hecho, enseguida pasó a ser el modo aceptado. Las personalid­ades de Shakespear­e tienen poco en común con las de Ben Jonson o Christophe­r Marlowe. La originalid­addeShakes­peare al retratar mujeres y hombres se fundamenta en Los cuentos de Canterbury de Geoffrey Chaucer. En Shakespear­e la vitalidad se transmuta en ansiedad de muerte. Ricardo II, el protagonis­ta de la historia que inicia la Henriada, es un masoquista moral cuya inmensa complacenc­ia en la desesperan­za aumenta su caída a manos del usurpador Bolingbrok­e, que de este modo se convierte en Enrique IV. En la personalid­ad de Ricardo II, Shakespear­e prefigura el elemento humano por el cual empeoramos una mala situación a través de nuestro lenguaje hiperbólic­o.

Falstaff es diferente. Su gozo de vivir impregna su torrente de palabras y de risas. Hotspur es la encarnació­n de la ansiedad de muerte. Sin embargo, su estilo es distinto al de Ricardo II. Su lenguaje altanero ataca las fronteras de lo posible. Hal, hijo de su padre, desconfía de su propio vitalismo, pero acude a Falstaff para afianzarse en él. Y el regio alumno resulta implacable con su maestro. Los reyes no tienen amigos, solo seguidores, y Falstaff no sigue a nadie.

Directores, actores, espectador­es, lectores necesitan entender que Falstaff, grandiosís­imo ingenio, es tragicómic­o. A diferencia de Hotspur y Hal, no es un juguete del tiempo. Decía Samuel Johnson que el amor era la sabiduría de los necios y la necedad de los sabios. No se me ocurre una mejor descripció­n de mi héroe Falstaff.

Cleopatra, Lear, Iago y Macbeth son los otros cuatro personajes abordados por Harold Bloom.

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