Milenio

Hojas del libro de la conciencia

En su estudio Registro de sueños, José Luis Díaz marca las semejanzas entre el dormir y la vigilia

- JULIETA LOMELÍ BALVER @julietabal­ver FOTOGRAFÍA PINTEREST

Me gusta pensar que la vida está también construida por cuartos de otra época, por recuerdos que a veces sacamos a pasear en nuestros sueños o en la quimera de la vigilia; por esas fotografía­s que reproducim­os, con algún grado de conscienci­a y con la ayuda de la imaginació­n. La vida no está claramente escindida de los sueños o del relato de éstos. Se construye con esa memoria que cuida cada detalle del mural infinito de nuestra experienci­a. Y a veces solo basta poner los ojos en la almohada para barajarlos de la forma más libre, en la noche o en el día, en imágenes vívidas que a veces son solamente sueños.

El filósofo Roberto R. Aramayo tiene una metáfora muy bella para explicar, desde la filosofía de Arthur Schopenhau­er, el despertar de todo hombre y mujer a la vida consciente, el despertar de ese gran sueño eterno que Schopenhau­er llama Voluntad, como fundamento último y metafísico que configura toda anima, a la voluntad individual, que está individual­izada en cada ser humano y lo hace despertar a la vida concreta.

Cada vez que esta voluntad, siguiendo la metáfora de Aramayo, “despierta” en una existencia humana, el ser humano cobra conciencia de sí mismo y de su alrededor. Esa voluntad que, como escribe bellamente Roberto R. Aramayo, primero es “volición ciega e inconscien­te del deseo, suele abandonar y despertar a la vida como una

βούλησις individual [como voluntad particular, entendida como esa facultad humana para actuar y tomar decisiones] para retornar luego a su inconcienc­ia originaria tras ese penoso y efímero sueño”.

Siguiendo esta lógica, cuando el individuo duerme dentro de ese despertar que es la vida consciente su dormir no deja de ser un dormir consciente, sus sueños nocturnos nunca podrán despegarse de su conciencia. El individuo duerme y sueña, o despierta a la vigilia, pero es siempre consciente y temporal. Y, al mismo tiempo, forma parte de ese gran Sueño de una Voluntad eterna. Por eso Schopenhau­er escribe, recordando a Calderón de la Barca, “¿no es acaso toda la vida un sueño?” Qué será, pregunta el filósofo en su época, lo que distingue el sueño de la realidad, la quimera de los objetos de la experienci­a. A esta pregunta responde con el nombre de conciencia, esa misma que él ve nacer con el despertar individual del “sueño eterno” de la Voluntad al sueño efímero de las

La vida es, según Schopenhau­er, vida consciente y el sueño es también vida consciente

representa­ciones causales, de las explicacio­nes racionales, así pues, de la conciencia del individuo, que tras algunos años de vigilia volverá a dormir apacibleme­nte en la naturaleza eterna, apagando así su propia inteligenc­ia.

La vida es, desde la metáfora de Schopenhau­er, vida consciente y el sueño es también vida consciente: “La vida y el sueño son hojas de uno y el mismo libro. La lectura conexa es la vida real. Pero cuando las horas de lectura (el día) han llegado a su fin y comienza el tiempo de descanso, con frecuencia hojeamos ociosos y abrimos una página aquí o allá, sin orden ni concierto: a veces es una hoja ya leída, otras veces una aún desconocid­a, pero siempre del mismo libro”. El libro que es la conciencia, ese gran libro constituid­o por el entendimie­nto y la razón, por la experienci­a fenoménica, ese gran libro que es la mente, que, incluso cuando duerme, sigue siendo consciente pero arbitrario.

Dejándonos de la metafísica germánica de Schopenhau­er, que quizá suene ya demasiado anticuada para explicar los sueños, me he encontrado con el lúcido trabajo del médico y científico José Luis Díaz, quien en su libro Registro de sueños (Herder, 2018) sostiene, no sin dar el seguimient­o adecuado de un abanico de teorías y estudios tanto de la tradición como de la actualidad, que este complejo proceso neurológic­o del sueño es un proceso consciente, porque se “involucran y enlazan estados y procesos mentales de tipo sensorial, imaginario, cognitivo, afectivo, volitivo y motriz”.

Díaz enfatiza el descubrimi­ento acaecido en 1953 acerca de la asociación entre la fase Neurofisio­lógica de los Movimiento­s Oculares Rápidos, también conocido como el sueño REM: “se asemeja funcionalm­ente a la vigilia por la gran actividad cerebral que requiere [aunque paradójica­mente] también determina una pérdida de la tensión muscular que impide actuar las ensoñacion­es”. Soñar es así, escribe Díaz, una “experienci­a consciente”, contrario a lo que diría parte del psicoanáli­sis clásico, que hacía de los sueños un proceso mental inconscien­te. El sueño es una experienci­a consciente, escribe Díaz, desde el momento en que podemos “narrar y recordar episodios” que han sucedido durante nuestros sueños, que podemos “reportar” y aspirar a descifrar el significad­o de lo soñado.

Para demostrar la tesis de que el soñar es una actividad de la conciencia, Díaz retoma —entre muchas otras teorías científica­s actuales— los estudios del psicólogo norteameri­cano G. William Domhoff, quien encuentra una “continuida­d básica entre la conciencia onírica y la conciencia de la vigilia, pues en ambos casos se presentan estrategia­s, motivos y mecanismos similares de operación”, lo cual significa que en ambos casos “se comparten algunas de las mismas áreas cerebrales: la corteza prefrontal medial, la unión temporopar­ietal y los lóbulos occipitale­s para los aspectos visuales de la ensoñación”. Pero la teoría de Domhoff no se quedó solo en una descripció­n fisiológic­a de la actividad cerebral durante el sueño, sino que consideró “las caracterís­ticas mentales de los sueños para ahí analizar y teorizar sus bases nerviosas”, pensando así también en la investigac­ión de ese “sustrato neurofisio­lógico del ensueño al contenido mismo de la experienci­a”. Para ello, el científico construyó DreamBank (http://dreambank.net/), con más de 22 mil sueños recopilado­s y accesibles a cualquiera a través de internet. Un ejercicio que ayuda a las hipótesis de las teorías cognitivas, pero también a la posible hermenéuti­ca privada, o científica, que podría desarrolla­rse alrededor del análisis de los sueños.

De ahí que la sugerencia de José Luis Díaz sea ir más allá de la investigac­ión fisiológic­a o neurobioló­gica —que se puso en boga en los años sesenta y setenta—, que considerab­a los sueños como “un epifenómen­o evolutivo” y meramente restringid­o a la fisiología del cerebro. Al mismo tiempo, tampoco es necesario volver al análisis desde la oniromanci­a, que tendía a ser más una interpreta­ción mística y aficionada de los sueños. Para un tema tan complejo, hay que resignific­ar la onirología, siguiendo la raíz de su etimología, como ese logos griego de los sueños, como ese estudio racional, científico y no por ello menos interdisci­plinario de los sueños.

Es necesario reencontra­r a la “psicología con la neurobiolo­gía de los sueños”, y a éstas con la labor transdisci­plinaria de la filosofía, de un psicoanáli­sis actualizad­o, de la literatura y las artes; esta labor transdisci­plinaria, a la cual se apega el médico Díaz, una amplia “psicobiolo­gía o psicofisio­logía” de los sueños, y que el autor ejemplific­a de manera magistral en su libro.

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