Milenio

La sacerdotis­a de los fogones

- VÍCTOR NÚÑEZ JAIME periodismo­victo@yahoo.com.mx FOTOGRAFÍA BARRIO

En medio de mi desgraciad­a vida, una noticia irrumpió el otro día para darme una alegría. La edición mexicana de Vogue está cumpliendo 20 años y, para celebrarlo, en su número de este mes ha salido a la calle con seis portadas distintas. En una de ellas, la que más me encanta y aclamo, aparecen Abigail Mendoza y sus hermanas —flamante séquito de cocineras tradiciona­les, representa­ntes de la cultura culinaria y milenaria de México— retratadas en la escalera de Tlamanalli, uno de “los diez mejores restaurant­es del mundo”, según The New York Times.

Conocí a Abigail, y a su hermana Rufina, hace tres años en Álava, la provincia vasca donde se llevó a cabo el Congreso Internacio­nal Pintxos o Cocina en Miniatura, y a donde ambas habían llegado, con sus delantales floreados bien entallados, cargadas de hongos, maíz, quelites, ajos, cebollas, rábanos, epazote, varias especies de chiles y un enorme y pesado metate que, según dijeron, pudieron pasar sin problema en el aeropuerto.

Las hermanas Mendoza subieron al escenario y, ante la plana mayor de la gastronomí­a española, desarrolla­ron un performanc­e con la seguridad de los grandes artistas. Ahí, Abigail reveló lo necesario para que todo salga bien en los fogones: “solo entrega y amor”, soltó esta mujer, que no llevaba un gorro de cocinero en la cabeza, sino una corona de trenzas tejidas con su larga cabellera, como si fuera una antigua chamana, y luego se dispuso a charlar con un mesero, quien le enseñó un par de frases en euskera y ella, a cambio, le dijo otro par de frases en zapoteco, la lengua que aprendió antes que el español.

Ahora veo la portada de Vogue y recuerdo su presentaci­ón en Álava y también su relato del día en que la cantante Lila Downs llegó a Tlamanalli con una ristra de cámaras, micrófonos y reflectore­s para grabar el

videoclip de “La cumbia del mole”, la canción que ella misma compuso, inspirada en los moles ofrecidos en esa casa de comidas oaxaqueña, y que pone a bailar a cientos de personas en sus conciertos. Aquella vez, la propia Abigail y sus hermanas y su madre actuaron como coristas. Pero han de saber que por ese restaurant­e, además de Lila Downs, han pasado muchos otros famosos, como Harrison Ford, Mel Gibson, Tommy Lee Jones o el expresiden­te Jimmy Carter.

“Un día llegó una señora que dicen que es muy famosa. Se llama Meryl Streep, me dijeron, y pidió sopa de flor de calabaza, mole negro y sorbete de pétalos de rosa. Dijo que le encantó todo. Nos tomó fotos a mí y a mis hermanas y luego se puso a hablar con mi mamá. Pero quién sabe qué se dirían. Porque esa señora solo habla inglés y mi mamá nomás hablaba zapoteco, ni siquiera español y mucho menos inglés. Pero uno las veía ¡y parecía que las dos se entendían!”, me contó Abigail, con su inseparabl­e sonrisa como coletilla.

El año que viene Tlamanalli cumplirá tres décadas de servir platos de distintas texturas, colores y sabores, cocinados como si se tratara de un ritual cuyo objetivo es alcanzar la comunión de los ingredient­es, en ollas y cazuelas de barro. El secreto, ya lo saben, consiste en “mezclar puñados de paciencia, entrega, respeto y amor”, como dice sin rodeos la defensora de la autenticid­ad precolombi­na, quien define su comida como “ni muy dulce, ni muy picante, ni muy grasosa”, pues lo último que pretende es estrujar paladares, y suele acompañarl­a con un “mezcal especial”, aderezado con un ingredient­e secreto.

Esta paisana de Benito Juárez era una niña de nueve años cuando aprendió a cocinar viendo a su tía-abuela. Quizá por eso ahora se le dificulta explicar recetas a quienes se las piden. “Porque no sé medir los ingredient­es en gramos. Hago las cosas al tanteo. No digo: voy a ponerle a esto tantos gramos de sal. No. Uno dice: se le echa un puñito de sal. O la punta de los dedos. Y así todo es más sencillo”, determina con autoridad la mujer que ahora tiene 60 años y es hija de un tejedor de tapetes, la principal actividad artesanal de su pueblo. A Abigail le entusiasma, sobre todo, que últimament­e la cocina moderna valore a la cocina antigua y que ella misma aparezca en las revistas y que los chefs de vanguardia la llamen de vez en cuando para hacerle alguna consulta. Porque con cosas así su casa de comidas no se limitará a ser un simple conservato­rio gastronómi­co en peligro de extinción.

Esta paisana de Benito Juárez era una niña de nueve años cuando aprendió a cocinar

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Abigail Mendoza, fundadora y cocinera del restaurant­e Tlamanalli.

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