Milenio

Humberto y Rubén

Los Zetas habían arrasado un pueblo a lo largo de un mes sin que ninguna autoridad local, estatal, federal ni militar les hubiera puesto un alto. Rubén justificó al alcalde de Allende de ese momento, diciendo que no podía hacer nada

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En su carrera hacia el poder, Humberto Moreira estuvo haciendo trabajo político en la Secretaría de Educación hasta 2002, cuando renunció al cargo para buscar y ganar la alcaldía de Saltillo. Tres años después, ya era gobernador de Coahuila. A lo largo de su recorrido, siempre estuvo acompañado por su hermano mayor, Rubén, una especie de Rasputín: alguien que solía tener más poder del que supuestame­nte se le otorgaba en las estructura­s de gobierno en las que trabajaba con su hermano.

Humberto admiraba profundame­nte a Rubén, según varios colaborado­res. Una razón era el agradecimi­ento por haber cuidado de la familia después de la muerte de su padre. La periodista Isabel Arvide, quien trabajó como asesora de ambos, asegura que “en Humberto había una fascinació­n inmensa, un entendimie­nto muy profundo, una gran certidumbr­e de que siempre Rubén sabría qué era lo mejor, qué debía hacerse en cualquier circunstan­cia. Rubén era el intelectua­l, el maestro.”

Humberto tuvo siete hijos con tres esposas distintas. De su primer matrimonio con Oralia Rodríguez, nació José Eduardo, asesinado en 2012; mientras con su segunda esposa, Irma Guerrero, nacieron Rubén Humberto, Alba Helena y Joaquín Felipe; y con su pareja actual, Vanesa Guerrero, procreó a Vanesa Mayela, Vanesa Lucía y Eva Catalina.

En ese otoño de 2014, cuando me encontré con Humberto, hablamos un poco acerca de una tesis que estaba haciendo para conseguir su maestría. Me platicó cómo lo ayudaban algunos gobernador­es a hacer ciertos trabajos de campo de su investigac­ión, aunque él estaba a disgusto con estas ayudas, porque decía que quería estudiar la realidad sin filtros. También comentó un poco sobre las asesorías electorale­s que daba a los candidatos que lo visitaban casi clandestin­amente para pedirle consejo, del cariño que le tenía la gente (me mostró en su celular fotos de personas humildes con el apellido Moreira tatuado de for*** ma permanente en sus cuerpos), de las encuestas que lo seguían poniendo arriba de cualquier otro político en Coahuila…

Sin embargo, gran parte de la charla giró alrededor de la ruptura con su hermano Rubén, a quien acusaba de echar abajo toda la agenda de gobierno que él había impulsado. Los ojos café claro se le encendían cuando mencionaba nombres, eventos, análisis de lo que él llamaba traición sin más. Aquél a quien tanto admiraba y seguía, representa­ba ahora una especie de obsesión. Humberto viajaba a sus recuerdos de la infancia para encontrar momentos en los que ambos competían y claves que le servían para criticar a su hermano mayor, entonces gobernador de Coahuila.

El momento más duro de la conversaci­ón fue cuando habló del asesinato de su hijo Eduardo. “Mi hijo murió por culpa de mi hermano”, sentenció con profundo dolor.

En enero de ese mismo año de 2014 se había confirmado la masacre de Allende ocurrida en silencio en marzo de 2011. Las versiones iniciales hablaban de que habían sido secuestrad­os, torturados, asesinados e incinerado­s clandestin­amente unos 300 familiares, amigos, trabajador­es y vecinos de tres miembros de los Zetas que traicionar­on a su banda y se fueron a Estados Unidos para colaborar con agencias americanas.

Por esos días caminé las casas y los ranchos allanados, saqueados y destruidos; hablé con familiares de las víctimas, que por miedo ni siquiera habían puesto una denuncia en ninguna instancia oficial y hasta ese momento seguían sin darle una despedida fúnebre a sus seres queridos, debido a que las máquinas de guerra también habían desapareci­do sus cuerpos. Todo había sucedido con el conocimien­to y la omisión de autoridade­s a diversos niveles.

Entre los diversos mensajes y llamadas con nuevos datos y más pistas que recibí después de publicar una crónica en Vice, estuvo la del entonces gobernador de Coahuila, Rubén Moreira. Nos vimos en Ciudad de México, donde yo estaba trabajando por esos días, y al parecer él también. Me citó en el restaurant­e Meridiem, muy cerca de Los Pinos, donde despachaba su amigo el entonces presidente Enrique Peña Nieto. Llegué un poco antes y me sorprendí de que la vista principal del sitio fuera el espejo de agua del lago de Chapultepe­c. El título de mi texto era: “El manantial masacrado”.

Rubén Moreira llegó puntual. Nos presentamo­s rápidament­e. Le platiqué que como reportero me sentía más cómodo recolectan­do informació­n en los lugares donde sucedían las cosas que en las cafeterías del poder, pero que esperaba que esa reunión fuera interesant­e para documentar lo sucedido en Allende. Rubén contestó esa y todas las ocasiones con una extrema cortesía. Luego le hice alguna referencia de su hermano Humberto. Me contó a detalle su versión sobre el crimen de su sobrino, las amenazas que él recibió, la supuesta muerte y desaparici­ón del cuerpo de Heriber to Lazc ano, el grupopolic­iacoque creó para combatir a los

Zetas y de lo sucedido en Allende. Le pregunté sobre el por qué los

Zetas habían podido arrasar con un pueblo a lo largo de casi un mes, sin que ninguna autoridad local, estatal, federal, ni militar les hubiera puesto un alto. Un mes, resalté. Rubén justificó al alcalde de Allende de ese momento –alguien del PAN,partidoriv­al–diciendoqu­eno podía hacer nada. Después exculpó a su hermano Humberto, quien al momento de la masacre dejó su cargo para ir sea dirigir elPRIa nacional.También a Jorge TorresLó pez, el gobernador en funciones durante los hechos. Como a muchos, me parecía difícil de creer que un político como su hermano Humberto, aunque estuviera metido en el PRI nacional, no hubiera estado enterado del o que sucedía en Allende. Parecía que además de ser permitida, la masacre hubiera sido en cubierta después por cuestiones electorale­s. Rubén descartó esto y dijo que muy cerca de ahí había un batallón del Ejército y una aduana federal, las cuales también habrían podido dar parte de lo sucedido al entonces presidente Felipe Calderón. Luego re saltó que él mismo había anunciadoy ordenado que se investigar a lo sucedido en Allende desde su llegada al cargo y que eso mismo había hecho las ub pro cur aduría especializ­ada que él creó.

La conversaci­ón continuó sobre forenses, desapareci­dos, derechos humanos, gas, demagogia e impunidad. Cuarta parte de la serie: El lugar donde se arrastran las serpientes.

CONTINUARÁ

Primera parte: https://www.milenio. com/opinion/diego-enrique-osorno/ detective/el-lugar-donde-se-arrastranl­as-serpientes-i

Segunda parte: https://www.milenio. com/opinion/diego-enrique-osorno/ detective/el-lugar-donde-se-arrastranl­as-serpientes-moreira.

“Mi hijo murió por culpa de mi hermano”, sentenció el mayor de los Moreira

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ESPECIAL Casas y ranchos allanados, saqueados y destruidos en Allende.

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