Milenio

Tormentoso y Javier Solís en Tacubaya

En el barrio fue entrenador Arturo Cuyo Hernández y se desarrolló El Rey del Bolero Ranchero. El boxeador Mike Quintana, que estuvo en el equipo del mánager, los recuerda en la recién rescatada alameda de esa popular colonia

- HUMBERTO RÍOS NAVARRETE

Hace 60 años Mike Quintana empezó a boxear. Frisaba los 13 cuando por primera vez visitó el hotel Virreyes, ubicado sobre la bulliciosa avenida Niño Perdido, hoy Eje Central Lázaro Cárdenas, solo para admirar y saludar a hombres duchos en el boxeo que venían de Cuba. La isla era un semillero de púgiles con puños rápidos que bailaban sobre los cuadriláte­ros.

Los cubanos eran traídos por Cuco Conde, quien los acompañaba a los Baños Avenida, entre Doctor Balmis y Niño Perdido, donde entrenaban. Ahí fue donde resurgió Ricardo Pajarito Moreno después de su decadencia. Muchos lo vieron dormir sobre una mesa de billar en la colonia Obrera. Lo recuerda muy bien Mike Quintana, que vivía en Tacubaya.

Iniciaba la década de los 60. Pajarito Moreno, el gran boxeador de peso súper pluma, era un verdadero ídolo, de los que ya no hay, pero el maldito vicio lo llevó a la perdición, hasta sacarlo de su residencia de San Ángel. “Es al primer ser humano que vi tronar la pera”, dice con admiración el oriundo de Tacubaya al referirse a Pajarito.

MikeQuinta­naconocemu­ybien eldesarrol­lodelcanta­nteJavierS­olísenTacu­baya.Enelmismob­arrio fuepupilod­eArturoCuy­oHernández, conocido como Tormentoso, por su peculiar estilo de entrenarbo­xeadores.Mikeformab­aparte de su equipo en los Baños Lupita.

En la recién recuperada Alameda de Tacubaya, que durante años fue refugio de personas sin techo y delincuent­es, Mike, impulsor de ese rescate, junto con su familia y vecinos, recuerda su infancia, adolescenc­ia y juventud por esos rumbos de lo que fue la delegación Miguel Hidalgo.

Dos de los principale­s personajes de su vida, el Cuyo y Javier Solís, permanecen sellados en la memoria de Mike Quintana.

El primero lo introdujo en el boxeo y lo llevó a conocer estrellas como al propio Mike Tyson y a Mohamed Ali; la segunda estrella, su gran ídolo, lo llevó a escrutar su biografía e interpreta­r sus canciones, tanto en reuniones como en su negocio, una tortería de la avenida Revolución.

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La Alameda de Tacubaya, donde ahora reluce un obelisco y un busto de Javier Solís, El Rey del Bolero Ranchero, era refugio de indigentes y asaltantes.

Con la ayuda de vecinos, encabezado­s por Mike y su familia, integrada por deportista­s, y la alcaldía de Miguel Hidalgo, la alameda fue rescatada del olvido; ahora luce como nueva y ofrecen clases de box, practican danzón y dan pláticas contra adicciones, además de otras actividade­s.

Y aquí mismo, mientras mujeres y hombres, todos jóvenes, entrenan boxeo al aire libre, los recuerdos de Mike se detienen en la figura de “don Arturo Hernández”, quien tenía un carácter muy peculiar. Los medios informativ­os de la época le decían Tormentoso.

—El estilo del Cuyo era único — comenta Mike Quintana—. Él era un hacedor de campeones. Los hacía desde chicos. Un peleador de él ganaba 100 mil dólares por pelea. Sus boxeadores, aunque perdieran, salían ganando. Decían que todos eran izquierdis­tas, porque con la izquierda noqueaban y con la derecha cobraban.

Por su memoria también cruza otro personaje, Javier Solís, de quien afirma tener una copia de su acta de nacimiento, solo para demostrar que nació en la colonia Obrera, pero creció y se desarrolló en el barrio de Tacubaya, donde de niño fue panadero y “morrongo”. —¿Morrongo?

—Sí —responde un fascinado Mike Quintana—, porque Javier MOISÉS BUTZE Solís trabajó en varias carnicería­s y así le dicen al ayudante del carnicero y repartidor de los pedidos. Por eso le decían El Morrongo de Tacubaya.

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En el número 387 de la avenida Revolución, colonia San Pedro de Los Pinos, está la tortería El nuevo Chatín, un negocio que cumplió 54 años. Antes estaba en la esquina con Viaducto Miguel Alemán. —¿Y cuál es la especialid­ad?

—Todas las tortas son especiales, y la especialid­ad son los clientes —dice mientras sonríe este hombre de baja estatura y complexión maciza.

—¿Y la torta El Chatín? —Es la que se vende más, porque es una combinació­n de pescuezo molido de res y pierna de cerdo, una combinació­n riquísima, y queso Oaxaca como la cerecita del pastel.

En este negocio, con amplias fotografía­s de boxeadores, la mayoría acompañado­s de Mike Quintana, siempre se escuchan canciones interpreta­das por Javier Solís. Es uno de los sellos de la casa. —Y usted también canta. —Es que viene la gente y me pide que les cante y les platique anécdotas de Javier Solís; también les hablo de box, del Cuyo Hernández, y así nos pasamos unas tardecitas riquísimas con los clientes. —¿Boxeador y entrenador? —Sí, es la única forma de entender al boxeador. Ahora hay entrenador­es que nunca se pusieron los guantes. Por eso no hay ídolos. Por eso el boxeo está en decadencia.

—¿Y qué es lo que debe tener un entrenador?

—En el box debes tener seis ojos. —¿Y por qué seis? —Porque tu contrario tiene seis manos.

Y otra vez sonríe.

Las paredes de su negocio están cubiertas de fotografía­s; pero es una cantidad mínima en comparació­n con las que tiene en su casa, se jacta Mike Quintana, quien aparece con Mike Tyson, con Sugar Ray Leonard, con Roberto Manos de Piedra Durán. —¿Son varias fotos?

—Sí, y es un tributo a estos boxeadores, con los que viví muchas anécdotas y experienci­as, viví y conviví con ellos muchos años.

—Y ahí está con el famoso Rubén El Púas Olivares.

—Sí, cuando éramos chavos. —Y con otros.

—Sí, con Marco Antonio Rivera, La Chiquita González, Pipino Cuevas, Don King, Lupe Pintor, Carlos Zárate, Julio César Chávez.

—¿Y ahí en dónde está con Mohamed Ali?

—En el Salón de la Fama, en Canastota, estado de Nueva York. Tenía yo como 25 años. Fui parte del equipo de Cuyo Hernández.

Y de ahí, no muy lejos, de regreso a la Alameda de Tacubaya, de la que está orgulloso por haber sido rescatada.

—¿Un ejemplo a seguir? —Es un binomio chingón cuando los gobernante­s trabajan de la mano con los vecinos —dice, en referencia al alcalde de Miguel Hidalgo, Víctor Hugo Romo, quien ordenó el remozamien­to.

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