¿Quién va a salvar a Chivas?
Entrenadores van, entrenadores vienen. La señora de antes —exitosísima empresaria, qué duda cabe— ya no se inmiscuye ni mete sus narices en los temas deportivos ni en aquellas cuestiones que, en su momento, no le competían en su condición de inexperta futbolística. La plantilla se ha renovado con algunas figuras no enteramente desprovistas de renombre ni de trayectoria. Diferentes personajes han tomado las riendas del club en cada circunstancia y ahora mismo manda el hijo del patrón (que, hay que decirlo, tiene el señor propietario sus tamaños y sus logros, entre estos últimos, la construcción de un portentoso y modernísimo estadio de futbol). Y, bueno, los aficionados seguimos estando ahí, tal vez no demasiado entusiastas pero con la fidelidad del seguidor incansablemente esperanzado con un futuro de triunfos, títulos, trofeos, medallas y glorias inmarcesibles.
Pero, qué caray, los resultados no llegan. No sólo eso sino que el equipo de nuestros amores está a punto de caer al sótano de esa maldita y mañosa tabla porcentual que condena, cada año del Señor, a un equipo en desgracia, uno solo, a que viva el calvario de esa tal división de Ascenso de la que, como repito yo machaconamente cada vez que toca, nadie asciende porque esto, lo de la categoría de arriba del balompié mexicano, es como un club de socios confabulados para repartirse eternamente el mismo pastel y que nadie más entre en los salones de su venerable y exclusiva (o, más bien, excluyente) mansión.
Será una tragedia futbolística que Chivas termine por colapsarse porque, como dicen los nostálgicos, es algo más que un mero equipo y lleva sobre sus hombros todo el peso de su historia. Me pellizco para ver si todo esto no es un mal sueño pero no, no estoy dormido ni bajo el embrujo de un hechicero americanista (a sueldo del Club de Futbol América, o sea) sino bien despierto y en estado de alerta máxima. ¡Ay, mamá!
Los aficionados seguimos ahí, tal vez no demasiado entusiastas pero con fidelidad