Milenio

Una cuarta transforma­ción de porcelana

- ESTEBAN ILLADES @esteban_is Facebook: /illadesest­eban

Durante los últimos sexenios, en particular durante el de Carlos Salinas de Gortari, en México la política que teníamos era la que el historiado­r Timothy Snyder llama “política de la inevitabil­idad”: el TLC firmado bajo su mando sería la puerta de entrada de México al desarrollo. México, con el libre comercio, se convertirí­a en potencia. Todos aquellos grandes beneficios del primer mundo serían accesorios.

El discurso continuó durante los siguientes períodos presidenci­ales, pero nunca rindió frutos. La economía mexicana creció, pero nunca a los niveles prometidos. En medio hubo dos terribles crisis —1994 y 2008—, y el desencanto con la democracia y el rumbo del país se acrecentar­on.

Con la llegada de Andrés Manuel López Obrador se transitó a lo que Snyder llama “política de la eternidad”: México es víctima de sus gobernante­s, dijo AMLO en campaña. La historia muestra, desde la Conquista hasta hoy, que el saqueo es costumbre. Aunque el gobierno se esfuerce en defender al país de estas amenazas —los conservado­res, las calificado­ras—, la realidad es que poco puede hacer. Cuando las cosas no funcionan, la culpa siempre es del pasado: éste es el país que nos dejaron.

Snyder elabora ambos conceptos en El camino hacia la no libertad (Ga

La política por liderazgo y no por institucio­nes es un proceso efímero

laxia Gutenberg, 2018). El libro, que se enfoca en la política rusa después de la Unión Soviética, presenta ideas que bien deberíamos discutir en México ahora mismo. La más importante será, quizás, aquella que sostiene la política de la eternidad que vivimos hoy: cómo para salir del atolladero es necesario que un hombre, un líder, nos guíe a través del pantano. En ese hombre se depositan las esperanzas de los votantes. No en su gabinete, no en sus políticas. En él. Y eso lo observamos en las encuestas: la aprobación del Presidente está por los cielos. No de lo que hace, no de quienes lo acompañan. La de él. Y el problema, que Rusia todavía no resuelve, es qué sucede una vez que el presidente ya no esté ahí. Porque construir política a través del liderazgo y no a través de institucio­nes —basta con ver el desastre que es la inexistent­e renovación interna de Morena— es un proceso efímero, aunque se diga que el líder y sus ideas son inmortales.

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