Milenio

No sabemos morir, nos gustaría estar aquí siempre

La obra de José Guadalupe Posada, uno de los pioneros de la gráfica mexicana está presente en el papel picado de Día de Muertos. La Catrina, el personaje más recurrente, inunda las calles, ella nos recuerda la engañosa elegancia de la muerte

- Susana Iglesias

Las aceras brillosas de Circunvala­ción, conversaci­ones estridente­s, gritos que anuncian flores, canastas de pan con ánimas y pan de muerto de naranja con azahar, huesos azucarados, dulce sueño sin final. Las calaveras de azúcar son esa invitación a desistir de permanecer aquí. Huele a copal, flor de muertos, cempoal. Veladoras. Vivo pensando en ti, en nuestro encuentro definitivo, en tus manos pongo mi destino, conjuro y sed. Todo lo devoras, nadie te toca. Escucho tu susurro sin verte, duermes conmigo, no te apartas, en tu helado beso amoroso nos descubrimo­s, cubres mi boca con silencio. Tus dedos recorren la espina dorsal de aquellas sombras que se niegan a abandonarm­e a mi suerte, sacudes la memoria, interrumpe­s. No sabemos morir, nos gustaría quedarnos por siempre. La lluvia nos acecha, se rompe en nuestros rostros, estalla con esa precipitac­ión natural asombrosa, su estruendo rabioso es como un Porsche que se estrella con James Dean en la noche, su frialdad: amantes peleando a gritos, es la cima del cielo negro, la daga fría que nos hace correr buscando refugio. Doblo a la derecha en la calle Ramón Corona, ya es tarde, tengo la esperanza de encontrar a Jacinta con su canasta de pan. Puedo imaginarla refugiada en la tienda de abarrotes, ofreciendo las últimas ánimas, pan en forma de cuerpo humano. Todos tratamos de ganar una cornisa para no mojarnos más. Lloro, nadie lo nota. Estoy llorando porque Día de Muertos es mi reencuentr­o con la vida, es su escupitajo más honesto: vas a morir.

El papel picado de colores nos recuerda ese lazo visible con oriente, minutos antes en improvisad­os tendidos, llenaban de colorido las aceras. Muchos de esos papeles provienen de San Salvador Huixcolotl­a, Puebla, lugar que presume ser la cuna de la tradición de crear papel picado. No es un proceso sencillo, hay que dibujar sobre el papel, con cinceles y martillo se va ahuecando el dibujo en hojas sobrepuest­as de papel china, que van desde las 20 hasta las 50. No es un oficio para personas impaciente­s, ¿has tocado el papel china? Se puede deshacer entre las manos, oficio delicado, cuidadoso. El papel me remite a la escritura, antes de que se inventara tal como lo conocemos, escribiero­n en piedras, cortezas, tejidos como la seda, hojas, madera, arena, tierra, piel de animales, huesos. La creación del papel en China se le atribuye a Cai Lun, que servía en la corte de la Dinastía Han fabricando armas. A Lun se le ocurrió que podrían usar cortezas de árboles, cáñamo, pedazos de tela, fibras de redes de pescar para lo que hoy conocemos como papel. Se trituraba todo, después se ponía todo el material a reposar en agua. La mezcla adquiría una textura pastosa que se calentaba para después extenderla en placas delgadas, el sol se encargaba de secarlas, nació el papel. Después se le añadirían colorantes naturales.

La obra de José Guadalupe Posada, uno de los pioneros de la gráfica mexicana está presente en el papel picado de Día de Muertos. La Catrina, el personaje más recurrente, inunda las calles estos días, ella nos recuerda la engañosa elegancia de la muerte, porque Posadas la trazó como una calavera pobre que aparenta ser rica, nos seduce con su sombrero de seda, plumas y flores, luce un vestido entallado. Posadas no fue cualquier artista, sus grabados cargados de rebeldía política siguen vigentes, su radical protesta contra la opresión hacia las personas menos favorecida­s es brutal. Sus grabados en papel picado adornan tendidos y papelerías del Centro, ángeles en bicicleta, calaveras que son personajes del pueblo: el borracho, un panadero, músicos, catrín, vendedores, el padre Cobos, desarrapad­os, don Chepito Mariguano, personaje que se enredaba con mujeres casadas, adicto a la planta verde. Logró transmitir el imaginario social del mexicano. Los vendedores bajo las cornisas protegen su mercancía en bolsas negras que doblan con una maestría impresiona­nte para no maltratar el papel, están acostumbra­dos a correr y levantarse en segundos, aquí los policías pasan por sus cuotas, los castigan cuando quieren, difícilmen­te el uniformado de calle respeta el trabajo de los demás, son muy bravos con las personas que trabajan, levantan como si fueran sicarios a los señores mayores que venden dulces, mercancía, comida; cuando ven a un ladrón, burreo o sicario de la zona, generalmen­te se voltean o te exigen que primero levantes un acta en el MP. La cornisa en la que me refugio está a reventar, por ahí están bolseando a alguien que grita y entre el remolino de personas allá va su monedero. Me zafo de la marea de carne para buscar a Jacinta, el agua me escurre por todas partes, no sé si caminar o disfrutar la tormenta. Saltando los charcos, me recuerdo niña de la mano de mi madre por esta calle. Somos como hormigas. Al apagarnos seremos el cadáver que encontró descanso, ahí nos cobijaremo­s sin sentir dolor o la alegría del mundo.

Un hombre entre la marejada de ojos y existencia­s llama mi atención, mira hacia arriba cerrando los párpados, sonríe cuando la lluvia le golpea el rostro, es hermoso, está mirando una pared bajo la lluvia, alto, dedos ágiles, barba bien delineada, dibuja una poderosa línea continua que se transforma en un monstruo nacido de su marcador de aceite. No puedo evitar preguntarm­e quién es ese hombre. Cruzamos una mirada, no está solo, se tiene a sí mismo. Me sonríe, después se aleja perdiéndos­e entre la multitud de personas. Vive dentro, lo sé, sus ojos tienen la expresión del que tiene su propio viaje. Muerte: todo lo devoras con tus manos insaciable­s, con esa lengua carroñera, perfecta. La muerte no proviene de afuera, el exterior es una ilusión, el engaño terrible que nos impide mirar dentro. Moriremos. Nos borrará el mundo. La muerte va a a todas partes con nosotros, parece que es la vida, nos despedimos a cada momento, bailemos bajo la lluvia antes de la ceremonia final.

Al apagarnos seremos el cadáver que encontró descanso, ahí nos cobijaremo­s sin sentir dolor

* ESCRITORA. AUTORA DE LA NOVELA SEÑORITA VODKA (TUSQUETS)

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LUIS M. MORALES
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