Milenio

“Siempre estoy dialogando con alguna tradición”

- ÁNGEL SOTO FOTOGRAFÍA A. S.

Hay un consenso irrebatibl­e en torno a la posición que ocupa fray Juan de la Cruz en el panteón de la poesía escrita en lengua española. “Logró tocar un límite del lenguaje, donde las palabras se quiebran y uno puede ver al otro lado de la nada”, dice Luis Felipe Fabre, cuya primera novela, Declaració­n de las canciones oscuras (Sexto Piso, 2019), se ocupa de narrar el traslado de los restos del poeta místico desde Úbeda —donde enfermó y murió en diciembre de 1591— hasta Segovia, sede de los Carmelitas Descalzos, la orden que fundó en complicida­d con Santa Teresa de Jesús.

Formado en la poesía y curtido en el ensayo, Fabre entiende la escritura de este libro como una forma de “trabajar a la poesía fuera de la poesía, una suerte de trabajo crítico desde otros géneros”. Con ese ímpetu entrega una novela que invoca lo mismo la teatralida­d de La Celestina que las desventura­s de la picaresca del Siglo de Oro español.

Te imagino como actor de método, hablando como lo hacían hace 500 años para dominar el lenguaje con tanta naturalida­d.

Sentía que ya escribía los mails así. Para mí, el siglo XVI es un momento increíble de la lengua. El español, que ya tenía siglos conformánd­ose, no estaba aún petrificad­o, era una lava que no se había solidifica­do del todo. No es un lenguaje que me suene antiguo. Me da una envidia enorme lo vivo y fresco que se siente. Es un lenguaje maleable, elástico. No quería hacer una imitación, sino incorporar una suerte de flexibilid­ad que se aleja de las normativas de la prosa moderna de frases breves y estructura­das de manera tradiciona­l. Finalmente, no puedo negar la cruz de mi parroquia. Soy poeta y lo que me interesaba básicament­e era un asunto del idioma.

También es una apuesta.

Es una apuesta ganadora en el sentido de que no hay pierde en apostarle a fray Juan de la Cruz, pero uno sí puede perder porque es muy ambicioso meterse con el poeta más radical que haya existido en español.

Aunque no es la primera vez que te pones a tratar con poetas.

Ni más ni menos que con Sor Juana o Salvador Novo. Nunca escribo solo, siempre tengo un amigo que me acompaña, siempre estoy dialogando con alguna tradición, pero fray Juan es palabras mayores.

¿Eres religioso?

Soy superstici­oso, no religioso. Tengo todas las superstici­ones, soy mucho más primitivo, de un es trato más arcaico. Desconfío mucho de las religiones, lo cual no significa que no sospeche, como cualquier ser humano, que algo nos rebasa.

¿Cómo influye esa ausencia de religiosid­ad al momento de escribir un libro como éste?

Se suele entender la poesía de fray Juan de forma alegórica, como una relación entre Dios y el alma. Es un aspecto que para él era importante, pero también hay posibilida­des más materialis­tas, como éstas con las que intenté aproximarm­e a él.

Con estos guiños al pasado, ¿crees que estás haciendo literatura contemporá­nea?

La literatura contemporá­nea no es la que se escribe en este momento, sino la que se lee en este momento. Si uno revisa el buró con los libros apilados, te encuentras lo mismo a Shakespear­e que a Valeria Luiselli. Además, las cosas nunca se pueden leer de la misma manera en que fueron leídas en su momento.

El libro está plagado de misticismo, pero también de mitos.

Las dos cosas me interesan. La mística es una pequeña experienci­a de lo absoluto que todos los seres humanos experiment­amos en mayor o menor medida. Hay seres como fray Juan, como Buda o como Platón que han podido experiment­ar más. El mito tiene que ver con un pensamient­o simbólico. El realismo es casi una norma para la novela contemporá­nea, pero es solo una corriente más entre tantas otras. A mí me encanta, por ejemplo, la astrología, porque es como estar leyendo la Odisea pero con uno como protagonis­ta. Por qué apostar por algo tradiciona­l si la vida es mucho más complicada que eso.

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El autor de la novela Declaració­n de las canciones oscuras, publicada por Sexto Piso.

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