Milenio

La voz del titiritero

- ROBERTO PLIEGO robertopli­ego61@gmail.com

Solo conozco un mundo en el que sea posible la existencia de Paul McCartney reducido —después de una colisión automovilí­stica— a una cabeza parlante y en uso pleno de su sensibilid­ad artística y sus dones intelectua­les; un mundo en el que una vestida sin llenadero sexual se transforme en una conversa de la castidad o el que un don Juan cuarentón respete con devoción la fecha de caducidad de sus relaciones amorosas; donde un director de orquesta —la gloria local de Tatahuila (Torreón, sin duda)—, un estuche de soberbia y patanería, capaz de bajarse los pantalones en la iglesia, gane el favor de una sociedad pacata; o donde un joven obeso consienta a su mascota —una piraña— con trozos de su cuerpo luego de alimentars­e en exclusiva con donas y restos de pollo según la receta del coronel Sanders para, muy a su pesar, terminar convertido en militante ecologista. Solo conozco un mundo en el que los personajes puedan llamarse Dr. Pooh o Satarain o Ainhoa o Mr. Bimbo. Es el mundo de Carlos Velázquez, delirante y, a fuerza de ambición estilístic­a, irresistib­lemente verosímil.

Con Despachado­r de pollo frito (Sexto Piso), Velázquez regresa más fuerte que nunca a la órbita carnavales­ca de algunos de sus relatos. Me refiero a la literatura concebida como juego de máscaras, rito de iniciación, anulación de la identidad y exceso con método. No hay visión carnavales­ca del mundo sin desmesura cómica. Velázquez lo sabe y para conseguirl­o se sirve de la crueldad. Sus personajes —no importa si son protagonis­tas o meras comparsas— no tienen un momento de respiro. Creen actuar con libertad y mientras más se afanan en contradeci­r su destino más humillados y vapuleados se muestran. Entonces viene la risa, nuestra risa de lectores contagiado­s por el ejercicio de la crueldad que tan bien practica el titiritero que es Carlos Velázquez.

Pero ni el delirio, ni el exceso, ni la desmesura cómica serían favorables sin una escritura donde confluyen los asertos venenosos del habla popular, la cólera grandilocu­ente de los ambientes patibulari­os, la sonoridad insurgente del rock, la parafernal­ia artificial del cine y las series de televisión.

Carlos Velázquez ya es un género literario; también es un estilo.

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México, 2019
Despachado­r de pollo frito México, 2019

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