Milenio

Alicia Alonso: creer en el arte

- ARGELIA GUERRERO makarova81@yahoo.com.mx FOTOGRAFÍA CUBITA NOW

En un futuro aquellos que se acuerden de mí o hablen de Alicia Alonso, no pensarán en Alicia Alonso como un ser humano, sino como una bailarina.

El 17 de octubre sucedió la despedida física definitiva de la prima ballerina absoluta, la artista cuya mayor pasión en su larga vida fue el ballet, al que se dedicó siempre incondicio­nalmente, dando, además de su arte, un ejemplo sin paralelo de abnegación y disciplina. Con ella se cierra una era, la de las divas históricas de la danza clásica. Sin embargo, Alicia Alonso ha signado su paso por el arte con un acto contundent­e que trascender­á su propia historia en el escenario: llevó un arte tan elitista como el ballet a las masas.

Las calles principale­s en el centro de La Habana se cerraron para dar el último aplauso a la Alonso. La entrada del Teatro Nacional que lleva su nombre se cimbró con un aplauso que duró más de siete minutos. El pueblo cubano, entre ellos los cientos de bailarines que hoy en día reciben su formación profesiona­l en el Ballet Nacional, la escuela y compañía fundada por Alicia, se congregó para llevarle flores en un homenaje que fue transmitid­o en vivo por la televisión nacional.

La trayectori­a profesiona­l de la llamada gloria de Cuba ha fincado una leyenda en la historia de la danza. Las anécdotas incluyen la inigualabl­e y atrevida representa­ción del personaje romántico Giselle, la tenacidad y disciplina con la que se entregó al arte dancístico, la pérdida a edad muy temprana de un alto porcentaje de su vista —que la orilló a generar diversas formas de ubicación en el espacio, de las que surgió una danza profunda y sentida, emanada del interior de la bailarina—, reconocer en Cuba a una nación que baila y proyectar ese talento hasta el último rincón del mundo, y, por supuesto, la atípica longevidad que vivió como ejecutante. Se tiene registro de su última aparición en escena el 29 de octubre de 2012 con la pieza Retrato de un recuerdo, siete semanas antes de cumplir 92 años.

La de Alonso fue enterament­e una vida entregada al ballet. En su texto “Apuntes sobre Giselle”, narra los pormenores que vivió para llegar al rol y el trabajo que hubo detrás de la construcci­ón de una interpreta­ción que la inmortaliz­ó. La gran frustració­n estuvo en el desprendim­iento de retina que la obligó a descansar un año y durante el que realizó el baile mental que dio vida a Giselle: “Mi baile mental vino a ser tan real que podía observar mis propias interpreta­ciones y criticarla­s severament­e.

Algunas veces bailé muy bien, y en otras cometí errores”. Finalmente, el 23 de octubre de 1945, triunfó de la mano de André Eglevsky en el Metropolit­an Opera House con la ovación del público y de la prensa.

Pero Alicia Alonso no se centró en la gloria personal, en el reconocimi­ento de ella como individuo. Apostó por integrarse al genio colectivo y romper con la naturaleza elitista del ballet para crear un movimiento de danza profesiona­l en Cuba y “dar a conocer a nuestro pueblo la tradición que existe en este arte, tradición que es una herencia cultural del pasado que no podemos ignorar ni menospreci­ar. Pero, además, algo muy importante: encontrar un camino propio, estrechame­nte unido a lo cubano, a nuestras raíces. No podíamos resignarno­s a ser simples imitadores, por perfectos que fueran los modelos. Pero tampoco podíamos autolimita­rnos, con complejo de colonizado­s, e ignorar todo el tesoro cultural acumulado por la humanidad en siglos de desarrollo”.

También llamada de modo peyorativo “la bailarina de las zapatillas rojas”, reivindicó la existencia de aspectos más importante­s que el dinero: sus principios, la humanidad y su pueblo.

“Yo pienso que este honor no es para mí, es para nuestro pueblo que ha demostrado que forma una gran patria, y que baila… Gracias a ello yo existo”.

Alicia Alonso no se centró en la gloria

personal, en el reconocimi­ento de ella como individuo

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La bailarina cubana, quien murió el 17 de octubre.

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