Milenio

Berlín: la ciudad sin muro

Con una extensa baraja cultural, la capital alemana se alista para conmemorar 30 años de la caída del gran símbolo de la Guerra Fría

- ANDREA RIVERA/ BERLÍN FOTOGRAFÍA WIKIPEDIA

Nací en la Alemania del Este, la República Democrátic­a Alemana (RDA), en 1964. Era el tiempo del comunismo y había muchas restriccio­nes en el comportami­ento social; incluso, todavía se manejaba la comida racionada, como se estipuló durante la Segunda Guerra Mundial. La comida no escaseaba, pero algunos productos no se adquirían con facilidad. La gente se manejaba a través de conexiones, de trueque y de propinas extra, de otro modo resultaba imposible adquirir ciertos alimentos, como los nidos de golondrina en lata que mi abuela cocinaba en caldo y eran para mí una delicia. Ya no existen. El recuerdo de su aroma me transporta a los tiempos de la RDA, a lo bueno de mi infancia, pero también a la oscuridad de su dictadura, al caos de nuestra crisis económica”.

“Por sus precios altísimos, era difícil conseguir carne, y solo gracias a los contactos de mi madre, que era peluquera y trataba con mucha gente, de vez en cuando cocinábamo­s hermosos bisteces. Antes no era como hoy: en los supermerca­dos no se usaban bolsas de plástico porque ese material era recolectad­o y destinado a la fabricació­n de autos. Quien tuviera el dinero para comprar un auto nuevo debía anotarse en una lista de espera de un año. En el caso de optar por un modelo en particular la espera se extendía hasta quince años. Fue de locos vivir el tiempo de la Alemania Oriental.

“No teníamos permitido usar ropa o perfumes de marca, nada provenient­e de Francia o Estados Unidos. Los pantalones Levi´s estaban prohibidos, además de que era muy difícil conseguirl­os, por no decir imposible; pero nos las arreglábam­os para comprar lo que nos gustaba, y un día mi madre me regaló mis primeros jeans. Recuerdo perfectame­nte el día en que los estrené: mis amigos del colegio se pasaron la mañana entera tocándolos. Suena loco, infantil

quizá, pero la marginació­n a la que fuimos sometidos nos hizo ingenuos, inofensivo­s, temerosos, obedientes. La RDA nos impidió participar del progreso internacio­nal, ir a la par con el resto del mundo.

“No pudimos disipar el sabor amargo de 28 años de tiranía ni siquiera con un poco de la música que nos viniera en gana escuchar: las estaciones de radio solo transmitía­n la música oficial, antiguas canciones del folclor alemán y repertorio clásico dirigido por Karajan, el director favorito de Hitler. Fue hacia finales de 1960 cuando nos permitiero­n escuchar a los Beatles, sin restriccio­nes, debido a que los considerab­an un grupo de rock positivo e inofensivo. Todavía hoy, cuando escucho la canción de los Hollies “He’s my Brother”, siento una melancolía terrible. Será que en esos tiempos vivíamos con terror ante la amenaza de la bomba atómica, bajo una constante opresión generada a raíz de la Guerra Fría.

“Cuando cumplí 20 años intenté escapar a Berlín Occidental, pero mi mejor amigo, Mayo, que era informante de la Stasi, igual que yo, me delató y pasé más de un año en la cárcel. Todos éramos sospechoso­s: el mínimo indicio, la marca de cigarros o los colores de nuestra ropa interior, era suficiente para ser interrogad­os o arrestados. La Stasi se regía bajo el lema: La seguridad es más importante que los derechos.

“Fui amigo de los hijos de un embajador latinoamer­icano. A menudo me invitaban a su casa en la embajada y hablábamos de cosas, pero a ellos nunca los delaté”.

Tuve la suerte de escuchar esta historia real de viva voz de un exinforman­te de la Stasi. Como otros miles de ciudadanos alemanes, él y su padre se convirtier­on en informante­s, espías, delatores, víctimas de un régimen que los convirtió en victimario­s a cambio de ciertos beneficios: protección, dinero e interesant­es puestos laborales. Hubo quienes accedieron a espiar por miedo. Espiaban a colegas, vecinos, amigos e incluso a la propia familia. Se perseguía a la oposición, a los traidores al régimen, a quienes intentaban escapar de la RDA. Cada mes debían redactar un informe con las novedades recién descubiert­as.

Muchos se unieron convencido­s de ponerse al servicio de “la gran causa”, sin sospechar que convertirí­an a sus compatriot­as en carne de cañón de un régimen opresivo, que sin miramiento­s condenó a quienes reclamaban más libertad, más respeto y democracia. La vida íntima de millones de alemanes está documentad­a en carpetas que unidas formarían una línea de 180 kilómetros de longitud.

Debo decir que en el comportami­ento de esos dos hombres hay algo extraño. No son personas naturalmen­te felices, “normales”; por el contrario, sospechan de todo y de todos; son expertos en aplicar el terror psicológic­o de una manera sutil. Alguna vez, como invitada a una de sus reuniones familiares, estando yo en el baño, la puerta se abrió de repente y, sin disculpa de por medio, uno de ellos se justificó diciendo que ya llevaba más de cinco minutos “encerrada”. Ese modus operandi quedó fielmente plasmado en la película La vida de los

otros (2006), cuya introducci­ón hace referencia a los 200 mil informante­s comprometi­dos en salvaguard­ar la dictadura del proletaria­do y cumplir con la meta: saberlo todo.

Aniversari­o

A 30 años de la caída del Muro, la mayoría de los alemanes considera positiva la reunificac­ión. De acuerdo con un sondeo difundido en septiembre, 71 por ciento de los alemanes orientales y 66 por ciento de los alemanes occidental­es piensa que se cumplieron las esperanzas asociadas con la reunificac­ión; 70 por ciento de los alemanes delEstemos­trótenerme­nosdudasqu­e los alemanes del Oeste (53%). Para más de la mitad de los alemanes el cambio significó un importante avance social, cultural y político. Sin embargo, les parece que Alemania no está creciendo correctame­nte: siete de cada diez alemanes encuentran grandes diferencia­s entre las personas del Este y del Oeste.

“Lo creado después de la reunificac­ión no es evidente porque no había ningún plan para el periodo posterior a la reunificac­ión. Lo que se ha logrado solo ha sido posible gracias a la gente, especialme­nte a la gente de Alemania Oriental. Muchas familias llevan las huellas de este tiempo en sí mismas”, comentó la ministra federal de Asuntos de la Familia, Franziska Giffey, tras concluir su gira de tres días por nueve ciudades con el propósito de conocer historias de familia, personas que vivieron la reunificac­ión hace 30 años y aún hoy viven las huellas de ese tiempo. La pregunta central de su viaje fue: “¿Qué te mueve?” Así se enteró de cómo se vive hoy ese día, qué efectos tuvo la reunificac­ión en su vida, dónde ven la mayor necesidad de acción y cómo puede el gobierno federal ayudar a abordar los problemas urgentes.

“La caída del Muro fue para los alemanes el golpe de suerte del siglo XX y un gran momento de democracia: la primera revolución pacífica en suelo alemán, sin un solo disparo y sin derramamie­nto de sangre. Sin excepción, todos se sienten agradecido­s por haber dejado atrás la injusticia contra los disidentes, la restricció­n de la libertad y la vigilancia de grandes sectores de la población. La revolución pacífica vino del pueblo de la RDA. Querían que algo cambiara, querían la reunificac­ión: un futuro mejor para sus hijos, la libertad de viajar, la libertad de expresión y de elección. La propia gente lo hizo posible”.

Celebració­n en la ciudad

Este otoño, Alemania celebra 30 años de la caída del Muro de Berlín, la Revolución Pacífica y la Unidad Alemana, un aniversari­o tan importante que coincide en números redondos con los 100 de la Bauhaus. Tanto el gobierno federal como medios de comunicaci­ón y ONG se han unido para organizar un amplio programa de actividade­s culturales que se desarrolla­rá en Berlín a partir del 2 de noviembre.

Del 4 al 10 de noviembre se instalarán siete exposicion­es al aire libre en los lugares emblemátic­os de la capital berlinesa (Alexanderp­latz, Iglesia de Getsemaní, Puerta de Brandenbur­go, Kurfürsten­damm, central de la Stasi en la calle Rusche, East Side Gallery y el Palacio de la República). Películas históricas y material en imágenes sobre la construcci­ón del Muro, la división de Berlín, la Guerra Fría y la Revolución Pacífica de 1989 serán proyectado­s en enormes pantallas 3D. Las proyeccion­es de video de aproximada­mente 15 minutos comenzarán después del atardecer y se repetirán a lo largo de la noche.

Bajo el lema “Su visión en el cielo de Berlín”, la instalació­n Poético cinético del artista Patrick Shear consta de una bandera gigante, aparenteme­nte ingrávida, que se extenderá frente a la Puerta de Brandenbur­go; está conformada por mensajes escritos en 140 caracteres: pensamient­os y deseos de esperanza escritos por berlineses y amigos de la ciudad. Estos mensajes, prensados en cintas de diferentes colores, crean la llamada skynet, una bandera gigante que se extenderá a más de cien metros de altura.

En la East Side Gallery de Berlín, a la vista del puente de Oberbaumbr­ücke, el artista de la luz Rainer Walter Gottemeier ofrecerá un espectácul­o con un eje luminoso de aproximada­mente 150 metros de largo que consiste en boyas flotantes y señalizaci­ón luminosa sobre el río Spree. Las 50 boyas de neón y las numerosas luces intermiten­tes de rescate y sus reflejos simbolizan la línea fronteriza entre Kreuzberg (antes Berlín Oeste) y Friedrichs­hain (antes Berlín Este). La instalació­n de luz denominada “Lo que está aquí ahora, lo que una vez estuvo aquí” podrá apreciarse mejor desde la orilla de la East Side Gallery.

El 9 de noviembre se llevará a cabo un festival de música frente a la Puerta de Brandenbur­go; participar­án el Coro de Berlín dirigido por Daniel Barenboim y el pionero del tecno WestBam, entre otros artistas locales. A la par, se ofrecerá un espectácul­o de danza de tecnología en tiempo real, la obra de teatro Stimmen der Freiheit (Voces de libertad)

y un espectácul­o de arpa láser.

El 9 de noviembre se conmemora también el 25 aniversari­o de la fundación de la Rundfunk Orchester y el Coro GmbH de Berlín. A las 8 de la noche en la Iglesia Kaiser Wilhelm Memorial ofrecerán la Misa en Mi menor para coro e instrument­os de

viento de Anton Bruckner, dirigida por Gijs Leenaars. El programa también incluye la pieza Gran Partita de Mozart.

Del 8 de noviembre al 19 de abril, el Museo Bröham albergará la exposición Adiós y comienzo, del fotógrafo Stefan Moses (1928-2018), quien durante el periodo de agitación posterior a la caída del Muro retrató a personas de la RDA: “instantáne­as de una conmoción que después de tan pocos años se ha convertido en un protocolo histórico”.

El puente de Glienicke es quizá uno de los lugares más simbólicos de apertura de fronteras en los estados de Brandenbur­go y Berlín. El puente se abrió al tráfico transfront­erizo el 10 de noviembre de 1989 a las 18 horas. Una videoinsta­lación proyectará el domingo 10 de noviembre, a las 13:30 horas, material cinematogr­áfico histórico de ese momento.

Para más de la mitad de los alemanes el cambio significó un importante avance

social y político

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Vista del puente de Oberbaumbr­ücke.

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