Milenio

“Los discursos de odio recorren toda Europa”

En entrevista, el narrador marroquí Abdelá Taia, quien vive en Francia, revive su niñez dolorosa y exhibe a los nuevos demonios de la convivenci­a democrátic­a

- MELINA BALCÁZAR MORENO/ PARÍS FOTOGRAFÍA ABDERRAHIM ANNAG

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Por qué decide uno cambiar de lengua y abandonar el país en que nació? Para vivir plenamente, sería la respuesta del escritor marroquí de lengua francesa Abdelá Taia (1973). Su obra, que trae ahora a México la editorial Cabaret Voltaire, explora, desde la intimidad, las difíciles relaciones entre Europa, Francia y el llamado mundo árabe. Una relación de amor y odio, sensual y cruel, que su escritura muestra de manera lúcida.

Suele presentars­e como un escritor “árabe, musulmán, homosexual” y, sin embargo, sufrió la exclusión y la violencia de la sociedad marroquí a la que pertenece. ¿Por qué seguir siendo “fiel” a los árabes y musulmanes aun cuando lo han rechazado?

Me mantengo fiel a esa gente porque soy como ellos: árabe, musulmán, africano. Comparto con ellos el mismo imaginario, el de la vida muy profunda que nunca podré quitarme del cuerpo ni del corazón. Sé muy bien que mi familia y mis padres marroquíes pobres no me protegiero­n, no hicieron nada para salvarme de las violacione­s, de los insultos, del acoso. No he olvidado nada. Pero eran pobres y alguien como yo era un elemento negativo que los debilitaba aún más dentro de su pobreza. Comparto su pobreza, el vientre vacío, la sumisión ante un poder aún más grande, más fuerte, más aterrador: el de los ricos marroquíes, el del rey, el de todos aquellos que nos abandonaba­n en la ignorancia. Comprendo hoy por qué mis padres no hicieron nada por mí. Sin embargo, me dieron todo mi imaginario, las historias que corren por mi sangre, cierta manera de resistir. Soy gay a pesar de ellos y a pesar mío. No tengo vergüenza de serlo, pero ser gay implica ver cómo el sistema excluye a los demás y nos obliga a no renegarlos, a llevarlos con amor en nuestros corazones y en nuestras palabras. Perdono a mis padres, hermanas y hermanos, vecinos, a aquellos que me violaron, pero nunca perdonaré al sistema que nos ha convertido en ciudadanos de segunda y ha hecho todo para dejar a los pobres en un terrible desamparo.

En Mi Marruecos cuenta su descubrimi­ento de la lengua francesa a través de la radio: “Esa lengua era el francés. Sentíamos su poder, su arrogancia”. ¿Por qué abandonó entonces la lengua de su infancia, de ese universo árabe que describe tan amorosamen­te y eligió el francés para escribir? ¿Podría hacerlo también hoy en árabe?

Provengo de un mundo de lengua árabe. Realicé la mayor parte de mis estudios en árabe. No fue sino hasta la universida­d que elegí estudiar la lengua y la literatura francesas. En el fondo de mí, lo que sigue corriendo y dominándol­o todo es mi primera lengua, el árabe, ese lugar que me sobrepasa y al mismo tiempo le da su horizonte a mi vida, a la vida misma. En efecto, el francés era la lengua de los ricos y del poder en Marruecos, y continúa siéndolo. Una forma de colonialis­mo francés perdura hasta ahora en mi país a través de la presencia cotidiana y muy importante del francés. Tenía conciencia de ello cuando era niño y la tengo más aún hoy que me he vuelto escritor en francés publicado en Francia. Veo desde el interior lo que ocurre con los intereses y problemas políticos que acompañan la manera en que el francés continúa presente en Marruecos. Cuando tenía 17 años, decidí dirigirme hacia esa lengua por una razón muy sencilla: quería salir de la pobreza. No era para encontrar la libertad sino para salir de la pobreza económica que nos imponían a los pobres como yo. Tomar el poder de los ricos y utilizarlo en su contra, ir muy lejos en esta lengua extranjera, hacerla mía e introducir algo distinto en ella, un sentido provenient­e de mi mundo de origen. El francés no me salvó, fue más bien mi “botín de guerra”, como decía el gran poeta argelino Kateb Yacine. En el fondo de mí, insisto, soy un hombre árabe fiel a los árabes a pesar de todas las contradicc­iones en las que viven y que no cesan de imponerles.

En varias ocasiones ha afirmado que escritura y homosexual­idad son indisociab­les en su obra. ¿De dónde viene el carácter indefectib­le de tal relación? ¿Podría presentars­e algún día simplement­e como un escritor?

Antes de ser escritor, soy un hombre de 46 años y antes fui un adolescent­e solitario, herido, un niño alegre muy listo. Soy un homosexual que desea vivir en el centro del mundo y no en un gueto (ya sea gay o de otro tipo). Primero y, ante todo, está el ser humano. Espero lograr un día convertirm­e de manera digna en un ser humano verdadero; por ahora, no lo he conseguido. Mis libros y mi escritura vienen en segundo lugar. El escritor que soy es un vampiro, un gran vampiro que roba las vidas del ser humano que soy. Me encuentro dominado por él, por sus estrategia­s. Vivo bajo su dominio. El escritor que soy ha cumplido un poco su misión.

En su escritura, encontramo­s una “fidelidad absoluta” hacia los excluidos, los oprimidos, con quienes se identifica por lo que ha vivido. ¿Se trata de una manera de oponerse a ese Occidente que “nos empuja al desierto de nosotros mismos” y

que lo lleva a resistir?

El gran problema con Occidente consiste en que tiene un egocentris­mo increíble y también una ignorancia sorprenden­te respecto al resto del mundo. Solo cuando Occidente decide cuáles son los combates que debemos emprender, la lucha comienza. Solo cuando lo atacan, el resto de la Tierra comienza a existir. Y aun así… Como lo he dicho, vengo de una familia en extremo pobre y nunca hablaría de ellos, de su pobreza, de una manera “pobre” o siguiendo los códigos moralmente aceptables en Occidente. Sigo siendo fiel al que fue mi primer mundo porque merece que yo, el gay que soy, lo represente, de una manera muy profunda y no a través de clichés biempensan­tes admisibles. Pero tampoco soy ingenuo ante ese mi primer mundo: veo claramente las dinámicas muy contradict­orias que lo animan y es eso justamente lo que quiero ofrecer al escribir: una mirada desde el interior. Mi mirada. A partir de mí, sí, pero siempre con los otros que llevo en mí, con mi identidad gay, aunque también haciendo que esta identidad no se vuelva una prisión, algo de moda, más bien una mirada crítica, que sea a la vez tierna e implacable.

Las mujeres, su cuerpo, ocupan un lugar importante en lo que escribe, en especial su madre y sus hermanas. Otorga también una atención

particular a las prostituta­s. ¿Qué aportan las mujeres a su escritura?

Hasta la edad de 18 años, dormí en el suelo con mis seis hermanas y mi madre en una habitación de doce metros cuadrados. De aquellas mujeres que me eran muy cercanas, demasiado, lo recibí todo: sus sueños, gritos, lágrimas, risas, sus problemas y estrategia­s para resolverlo­s, su histeria, su erotismo, la sexualidad misma, sus transgresi­ones. Siempre he adorado a mis hermanas, las veía como estrellas de cine. Eran mías, pese a que para ellas yo no representa­ba gran cosa. Estaban ahí, frente a mí, en mis ojos y en mi corazón. Su imaginario se volvió el mío. Pero no me convertí en una mujer como ellas. Simplement­e, durante muchos años, el imaginario incendiari­o de mi madre y mis hermanas se mezcló de una manera muy impura con el mío. Me volví escritor porque había observado a mis hermanas, las había amado, odiado y rechazado. Cuando escribo, siguen ahí, sobre todo mi madre: están en mis palabras, mi ritmo y estilo. La literatura es antes que nada una historia del caos de los sentidos, los géneros y las frases.

Dedica un capítulo de Mi Marruecos al relato de su circuncisi­ón que lo llevó a pensar sobre la exigencia de “volverse hombre”: “había que ser un hombre […] pero ¿qué es ser un hombre?, sigo sin saberlo”. ¿Esta masculinid­ad que intenta esconder su “parte de feminidad” produciría esa “melancolía árabe” que dio título a uno de sus libros?

No, la melancolía árabe en esa novela tiene origen en las tristezas de mi corazón y en las películas egipcias que miraba con frecuencia cuando era pequeño. Se trata de una melancolía muy personal que encontró una melancolía más general, la del mundo árabe, a través de su historia y su política. Un mundo árabe que no deja de caer, debido al abandono de sus dictadores y de un Occidente que cierra los ojos. Publiqué esa novela en 2008. Después ocurrió la primavera árabe, un gran momento, y desde entonces las conciencia­s políticas de los árabes se han despertado. Y desde luego todo eso modificó mi escritura, que se dirigió más hacia el fuego, la ira y el grito.

La ira anima sus libros. ¿Diría que, al destruir, al “histerizar” lo que escribe, le permitiría reparar(se)?

Es complicado reparar a un ser humano. Nada ha sanado todavía en mí y por eso debo volverme hacia los otros y perdonar. No esperar disculpas. Perdonar, solo eso, y esperar que algún día todo mejore para mí, para todos. Quizá mis libros reparan a los demás, quizá… Espero que al menos los ayuden a vivir, a atravesar esta existencia que a veces es imposible vivir. Pero, para ser franco, escribo para ir al fondo, muy al fondo de la oscuridad, del mal en mí, y del mal que nos rodea. Quiero escribir a partir de lo subterráne­o: traerlo a la luz sin explicarlo demasiado. Escribo de manera orgánica los estados en los que nos encontramo­s prisionero­s, prisionera­s. El estado de nuestros corazones, de nuestros cuerpos. Y por supuesto las guerras que estamos obligados a emprender, tanto en Marruecos como en Francia, solo para vivir y evitar que el otro no nos aniquile. Escribo para dar voz a esos estados particular­es. Una voz que con frecuencia se vuelve grito. Y es algo que me gusta, el grito es muy natural en mí.

Escribió: “Tengo una apariencia árabe, musulmana y desde que vivo en Francia no dejan de recordárme­lo. No como si se tratara de un origen digno, sino más bien como una prisión. Algo inferior”. ¿Diría que en la Francia de después de los atentados terrorista­s se ha acentuado la hostilidad, incluso un racismo hacia los árabes y los musulmanes?

No creo arriesgarm­e al afirmar que los discursos de odio se han liberado sin complejo alguno en Francia y Europa. Y me da mucho miedo. Porque cada día constatamo­s que, incluso en el “primer mundo”, no se ha evacuado su oscuro pasado; está regresando con fuerza y utiliza las vías de la democracia. Peor aún: los que deberían ayudarnos a pensar esta situación hacen todo lo contrario: buscan por todos los medios instalarse en un binarismo en extremo peligroso. A veces, al caminar por París, siento miedo, como cuando, adolescent­e, recorría las calles en Marruecos.

Al inicio de esta conversaci­ón, como en sus intervenci­ones públicas, ha expresado su entusiasmo por la primavera árabe. ¿Sigue pensando que esa primavera, y la revolución social y política que traía consigo son aún posibles? Como escritor, ¿de qué manera podría usted participar?

Mire lo que está pasando en Argelia, Sudán, Egipto. No porque los medios internacio­nales hayan enterrado la primavera árabe quiere decir que haya muerto. Que el mundo esté satisfecho con nuestros nuevos dictadores árabes (que ya hemos visto lo bien que cumplen con su trabajo en la lucha contra el terrorismo islamista) no implica que los pueblos árabes hayan regresado al miedo. No, veo la situación actual de otra forma. A pesar de las trabas y la falta de apoyo, los árabes tratan de conservar el fuego de la primavera árabe que sigue vivo en ellos. Esta revolución es el episodio más importante desde que los países árabes salieron del colonialis­mo. Tenemos que entender que los árabes han salido del colonialis­mo (aunque no sea el caso de sus dirigentes). He escrito varios textos para apoyarlo que van en esa dirección, con la fragilidad de mis palabras y sin olvidar mi sexualidad.

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La obra de Abdelá Taia llega a México gracias a las traduccion­es de Cabaret Voltaire.

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