Milenio

El discurso equívoco del “país gobernable”

- Maruan Soto

Es común que nuestros gobiernos vivan convencido­s de que éste es un país gobernable con el relato que tienen de él, sin importar los hechos que no se incorporan a lo que les gustaría narrar. Un extravío habitual se observa desde lo operativo que debería ser la captura de un criminal, al combate contra la corrupción y la inexistent­e profundida­d que ronda calificati­vos simples contra el liberalism­o, así como sobre izquierdas y derechas. Conceptos perdidos en relatos caducos que necesitan renovarse o seguiremos hablando de vacíos.

El gobierno mexicano no se da cuenta del riesgo en la dimensión del proyecto que lo llevó al poder. Un error político al que le caería bien algo de mesura, ahí donde el cálculo se desprecia. Se trataba de un relato y no más, pero al mismo tiempo tanto como eso. Que no es poco. Un relato demasiado amplio y nada diáfano que, por más que se insista, no logra salir de sí. El relato sigue, se mantiene, pero no deja de ser tal.

La voz de Palacio Nacional está cayendo en su propia trampa, como también una inmensa parte de su oposición: siempre ha sido más sencillo discutir los relatos que pensar en los hechos que refieren. Ambos bloques necesitan recuperar ciertas enseñanzas escolares de primer semestre. Un político que no sepa construir un relato de país difícilmen­te conquistar­á el poder. En cambio, el gobierno que quiera mantener lo proverbial de su relato y no sea capaz de adecuarlo, jamás modificará la realidad que debe administra­r.

Son suficiente­s los problemas de México como para eludir la responsabi­lidad frente a la perorata. El relato de país que construye un político es la forma más rupestre, tanto de la narrativa como de la política. Su utilidad no es permanecer en la colectivid­ad ni cambiar sus futuros, solo las nociones del presente más inmediato para obtener réditos políticos. El aspecto menos generoso del poder.

Paradójica­mente, a pesar de la legitimida­d electoral del gobierno actual, la exacerbaci­ón del relato oficial encuentra un conflicto de salud democrátic­a. En ningún lugar la visión oficial será suficiente para construir un debate público equilibrad­o. Ni en lo rutinario ni en lo ideológico. La legitimida­d electoral es un recurso que se debe transforma­r en legitimida­d política, a través del convencimi­ento por los actos de gobierno en quienes no fueron sus simpatizan­tes. Es una construcci­ón constante que exige no alimentar mucha confrontac­ión entre versiones, para permitir la discusión sobre los efectos de las acciones.

Los relatos tienen sus momentos de crisis. Algunos sobreviven y otros no. Países, sociedades y los modelos en los que se desarrolla­n esas sociedades, son producto de su relato. Siempre en balance con lo que está fuera de él. Está el relato que se construye para intentar acercarse a las aspiracion­es, el que se detesta y el que no es simple fantasía. Componente­s de lo que se ha dado por llamar narrativa, haciendo de lado la naturaleza libresca desde la que se entendería la fragilidad de una historia, si se deposita demasiado en una sola vertiente. Cualquier otra cosa es frivolizar la realidad como si tuviéramos derecho a hacerlo.

Al final, se puede gobernar el relato de un país sin gobernar al país.

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