Milenio

La “corrección” de las nuevas inquisidor­as

- Pérez-Reverte

Me lo cuenta mi amigo Dani, que aún no se ha repuesto de la impresión. Le da un sorbo a la cerveza, me mira con cara de panoli, pasea la vista por el bar y me mira otra vez. Es que todavía no me lo creo, dice. Lo que me pasó la otra noche. Estoy en una discoteca de Madrid, y en la pista hay una chavala que baila, me sonríe y sigue bailando. Y yo, pues bueno. Lo normal. Me voy acercado a ella, bailoteo por aquí y por allá. Y como me sigue sonriendo y se mueve que da gusto, pues me sitúo a distancia de combate, o sea, a un metro, y nos seguimos el ritmo de puta madre. ¿Comprendes? Y al rato largo, como me sigue sonriendo y las contorsion­es son ya de ponerme más caliente que el pico de una plancha, y ella está de espaldas meneándose a medio palmo de mi bisectriz, intento meter cuello, vamos, nada irrespetuo­so, un poquito de cara por si se anima al roce. En plan bien y probando. Y entonces la tía aparta de pronto el bullate que me está restregand­o en plena cebolleta, se da la vuelta, me pega un empujón que me echa cuatro pasos atrás y grita: “¡No es no, machirulo!”. Y se va con sus amigas mientras me quedo con cara de idiota.

Y al llegar a ese punto, a lo de la cara de idiota, Dani le da otro sorbo a la cerveza: A ver si me lo explicas, dice. Que yo no le he faltado a una tía en mi vida, ya me conoces. De qué iba la chavalita. Y como Dani tiene veintipoco­s años y yo sesenta y ocho, y hoy me pilla de buenas, me apoyo en la barra y se lo explico. Son daños colaterale­s, le digo. Reajustes inevitable­s de un mundo secularmen­te injusto que, más para bien que para mal, cruje hoy por las costuras. Y a veces se nos va de las manos. Sin embargo, como siempre digo, lo nuevo es lo olvidado. Así que tómalo por su lado bueno, que tiene su pimienta histórica. Su puntito educativo.

Pues a mí no me educa un carajo, masculla Dani. Entonces lo miro a los ojos, le clavo un dedo en la clavícula y le digo te equivocas, compadre. Ya verás como de ésas no te patorpes sa otra. Porque la próxima vez que te arrimes a una contorsion­ista que sonría en la discoteca, lo harás sobre seguro. O más que sobre seguro, con la saludable precaución del marino que tiene una costa peligrosa a sotavento; sabiendo que los tiempos han cambiado —aunque como te dije antes nada cambia nunca del todo—, y ese viejo ajuste de cuentas que la mujer tiene pendiente con el hombre, resultado de siglos de ser rehén y víctima suya, tiene ahora nuevos cauces. Nuevos escenarios donde pasar factura. Y toca zampárselo­s sin pelar.

Así que no te deprimas, chaval —prosigo—, porque tampoco es eso. Sólo estás pagando peaje. Eres un tío normal, simpático. Buena gente. Te gustan las tías como a ellas los tíos, aunque a ellas (que pueden ser tan

o idiotas como tú), la propaganda y la demagogia fácil de estos tiempos también las tenga hechas un lío, trastornad­as por la nueva Sección Femenina de la eterna Inquisició­n oportunist­a y fanática: esa misma que antes censuraba escotes y longitud de falda con un rosario incrustado en los ovarios, y que ahora, en versión laica pero también disparatad­a, pone aparte a las gallinas para que no las violen los gallos, prohíbe beber leche de vacas explotadas, equipara sexo con violación y te llama machista, incluso fascista, si te niegas a decir en plan inclusivo les niñes me toquen los cojones

y las cojonas. Alentada, claro, por no pocos cantamañan­as varones que jalean a las nuevas inquisidor­as; la mayoría no porque se lo crean un carajo, sino para congraciar­se con ellas, para medrar donde ellas mandan, o creyendo que así van a conseguir más votos, e incluso mojar más, los muy gilipollas.

Así que, como se decía cuando Alatriste, cuidado que asan carne. Y recuerda, además, que tu masculina simpleza —cuando tú vas, ellas han vuelto veinte veces— está a años luz de cómo les funciona el coco a tus prójimas. Porque no es que la de la discoteca fuese a por ti en concreto. A lo mejor, compañero del metal, es que tu partenaire del bullate móvil estaba esa noche harta de babosos, que abundan, y pensó: al primero que se arrime con babas o sin ellas lo voy a crujir vivo. O igual lo que pasó fue que estaba deseando decirle no es no a alguien y contárselo a sus amigas, no os lo vais a creer, etcétera, antes de colgarlo en Twitter o Facebook o Instagram acompañado de un selfi. Y buscaba un pendejo. Uno cualquiera, vamos. Uno de infantería. Y allí apareciste tú haciendo el gamba. En cualquier caso, colega, no lo tomes como algo personal. No te disminuyas, que peor lo tiene Plácido Domingo. Pero siempre que estés ante una mujer, tenga ésta la edad que tenga, recuerda que si miras alrededor y no ves a ningún pendejo, es que el pendejo eres tú. Y esa noche te tocó serlo.

* Miembro de la Real Academia Española

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