El poder del suelo urbano
Si al comenzar el siglo XX en un México de mayoría aún rural Emiliano Zapata reclamaba la tierra y el derecho a ella por quienes la trabajan, un siglo más tarde, cuando el rostro urbano del país es mayoritario, es obligado parafrasearlo y reclamar el derecho al suelo urbano y a su ocupación.
El suelo urbano y el espacio público son los bienes más preciados que puede tener una ciudad. De ahí vienen sus principales ingresos, el predial.
En el suelo lo que importa son tres cosas —como dicen los corredores de bienes raíces— la ubicación, la ubicación y la ubicación, porque es esta la que determina el valor del suelo y la captura de valor o plusvalía que puede hacerse a partir de éste.
Lo saben los desarrolladores inmobiliarios que invierten —o especulan, quizá mejor dicho— en compra de terrenos cuando se enteran de que en su cercanía habrá una gran inversión pública.
Las ciudades y el gobierno federal invierten miles de millones de pesos cada año en infraestructura y se desentienden del valor que estas obras generan en el entorno, excepto los funcionarios a cargo que sí avisan a sus compadres para que aprovechen y se enriquezcan.
Así pasó al despuntar el siglo XXI, cuando decenas de alcaldes mexiquenses se enriquecieron con el cambio de uso de suelo, de rural a urbano, para permitir cientos de desarrollos habitacionales en la periferia de Ciudad de
México y en otras zonas del país. Cientos de miles de casas construidas como cajas de cartón, sin identidad, sin nexos entre sus habitantes, sin espacios públicos, sin arbolado urbano, sin infraestructura.
Son unidades fantasma donde es carísimo prestar servicios urbanos y ya ni se diga, pensar en el lujo de construir una iglesia, escuela, biblioteca o tener un buen transporte público. Son zonas donde la vida es dura o de plano imposible. Pero las seguimos haciendo.
En el país hay más de medio millón de casas deshabitadas. Gracias a la fallida política de vivienda de Vicente
Las malas políticas de vivienda de Fox, Calderón y Peña crearon la voracidad de constructores
Fox, Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto, que conjuntó la voracidad de los constructores con la irresponsabilidad de funcionarios que otorgaron licencias para urbanizar, Tijuana tiene más de 70 mil casas abandonadas; Ciudad Juárez tiene hoy 115 mil viviendas vacías, una de cada cuatro; Tlajomulco de Zúñiga tiene 57 mil deshabitadas, una de cada tres; en Veracruz hay 288 mil viviendas deshabitadas. En el Estado de México hay 403 mil viviendas deshabitadas, sobre todo en los municipios de Zumpango, Tecámac y Huehuetoca.
Una enorme ruina urbana. Y así hacemos ciudad.
Acapulco, por ejemplo, es un terrible ejemplo de ello. Ciudad Renacimiento es el reverso de Punta Diamante. ¿Si los miles de millones de pesos que se han gastado en hacer túneles, maxi y macro, se hubieran invertido en reducir la pobreza, mejorar la vivienda, aumentar la oferta cultural y el transporte urbano tendría esa ciudad los más altos índices de violencia del país, homicidios, extorsión, secuestro y cobro de derecho de piso?
No cuidamos nuestro suelo como deberíamos, por eso Zapata tenía razón, la clave es la tierra, aunque ahora en la ciudad decimos el suelo. El derecho al suelo es la siguiente lucha social que se viene. ¿Terminará por ser de quien lo habita?