Por eso votamos
Por lastimoso que sea lo que pasa en Bolivia —o en Chile, Venezuela o Estados Unidos—, no podemos olvidar que lo que concierne a los mexicanos es México. Y nuestro país hoy, no el que fuera de Moctezuma, Juárez, Salinas o Calderón, ni siquiera el de un Peña Nieto curiosamente ausente del discurso oficial, necesita de toda la atención que podamos darle.
Si bien es cierto que las presidencias anteriores son corresponsables del marasmo en el que ahora nos encontramos, es igualmente cierto que quien hoy ocupa la silla no es parte de la solución, sino del problema:
López Obrador ha demostrado a lo largo y ancho de su trayectoria política ser igual o peor que sus antecesores, exhibiendo una repetida tendencia a la mentira, al encono, al deslinde irresponsable de sus acciones, a la ignorancia xenofóbica, al autoritarismo, a la opacidad, a la demonización de los críticos, al rasero dependiente no de la eficiencia o siquiera de la honestidad, sino de la lealtad a su persona, y al desprecio a las instituciones, a la sociedad civil y a la democracia.
Apenas comenzábamos a digerir la demostración de peligrosa ineptitud que fue la captura fallida de Ovidio Guzmán en Culiacán cuando nos llegó de lleno su consecuencia: cuerpos desmembrados en Tamaulipas, policías emboscados en Oaxaca y camiones incendiados con todo y sus pasajeros en Ciudad Juárez fueron el acuse de recibo de la delincuencia organizada a la capitulación de esta presidencia, cuyas consignas mentirosas, demagógicas y exculpatorias son defendidas con ahínco por sus escribidores oficiales repartidos en los medios, por un par de tontos útiles y por campañas cibernéticas engañabobos replicadas hasta por la despistada jefa de Gobierno de la capital.
Lo anterior es lo más llamativo y urgente, pero no necesariamente lo más preocupante: el partido en el
Quien hoy ocupa la silla no es parte de la solución, sino del problema de México
gobierno —sí, nuestra vuelta a los años 70 viene con todo y su partido oficial— se ha dedicado a borrar los pocos contrapesos construidos a partir de alternancia: las instancias asistenciales manejadas por la sociedad civil han muerto por austericidio, mal sustituidas por programas sociales clientelares que le sirven a Morena más que al país; el INE autónomo acaba de sucumbir ante la posibilidad de descabezar al gusto a su jefe; los ataques a la prensa desde el poder, en detrimento de la realidad, no cesan; la ley Bonilla y la revocación de mandato son rendijas claras hacia una posible reelección; el Legislativo acaba de perpetrar un craso fraude para imponer a una ombudsman carnala —uniéndosele ésta en su servilismo a una fiscal apodada La Implacable, aunque nomás lo sea con los antagonistas del régimen—, y uno de los ministros de la Suprema Corte fue extorsionado hasta la renuncia.
Nada de esto, sin embargo, causa en nuestro México abúlico la respuesta cívica que hemos visto ante problemas iguales o incluso menores sufridos por otros países hermanos. Ojalá ellos nos regresen el favor si algún día llegamos a perder lo que tanto lamentamos cuando sucede fuera de casa.