El férreo control tras la sonriente cara de los emojis
Unicode Consortium decidió el mes pasado la inclusión de 168 nuevas imágenes, para un total de 3 mil 178
Tendemos a pensar en internet como un espacio sin ley donde casi todo vale. Pero hay al menos una reserva que encuentra su lugar en nuestrajungladigitalquesorprendentemente está muy controlada: los emojis, esas caras sonrientes de color amarillo y los corazones rojos de amor tan queridos por los adolescentesvisualmenteexpresivos,inventivosylosinfluencers de Instagram.
En la actualidad, Unicode Consortium, una organización sin fines de lucro que dirigen algunas de las compañías de tecnología másgrandesdelmundo,mantiene un control exclusivo sobre lo que constituye un emoji. Hay buenas razones técnicas para hacerlo. Si los emojis, como los textos, funcionan en plataformas rivales, necesitan un código y un teclado comunes, incluso si las pictografías a veces se representan en diferentes diseñospordiferentesoperadores. Las caras de risa de la “cara con lágrimas de felicidad” en WhatsApp son sutilmente diferentes a las que utiliza Google, por ejemplo.
El mes pasado, el consorcio aprobó 168 emojis nuevos, agregando, entre otros, bomberos, jueces y astronautas de género neutral, así como más figuras en sillas de ruedas. Eso llevó a la cantidad de emojis a un total de 3 mil 178.
No hay duda de que los emojis desempeñan un papel importante en la configuración de las interacciones sociales y los intercambios emocionales para las personas de todo el mundo. Alrededor de 2 mil 900 millones de usuarios en 212 países los esparcen en textos, tuits y mensajes, lo que convierte a los emojis, por mucho, en el idioma global más utilizado, una especie de esperanto digital. Su influencia incluso ya fue reconocida por los sumos sacerdotes del idioma inglés, los Diccionarios Oxford, que eligieron al emoji de lágrimas de felicidadcomosu“palabra”delaño en 2015.
Para la mayoría de los usuarios, estas palabras en imágenes, el lenguaje corporal de internet, no son más que diversión inofensiva, que embellecen o incluso reemplazan lo que se puede decir con un texto.
Si una imagen vale más que mil palabras, un emoji puede representar una docena. Cuando me comuniqué con mi hijo adolescente recientemente por WhatsApp para verificar si había hecho algo que había prometido no hacer, respondió: “Tal vez”, acompañado por un par de ojos de de mirada esquiva. Ese emoji expresaba un sentido del humor (y culpa) mucho más conciso que cualquier palabra. Es por esa razón que a los programas de lectura automática les resulta extremadamente difícil interpretar los complejos matices contextuales de los emojis.
Sin embargo, como suele suceder con internet, lo que comenzó como un juego inocente se convirtió en algo muy serio. La adopción y el uso de emojis ahora están sujetos a cabildeo corporativo, campañas cívicas y acoso geopolítico. El gobierno ruso trató de detener a los operadores que usan emojis de familias homosexuales. El gobierno chino se resiste a la inclusión de la bandera taiwanesa. El consorcio ahora trata de realizar una delicada danza cultural y política para la que nunca fue diseñado.
El subcomité de emojis de Unicode, que incluye desarrolladores de software, diseñadores y lingüistas de grupos como Apple, Google, Facebook, Huawei y Microsoft, se reúne cuatro veces al año para considerar las solicitudes públicas de emojis. En los últimos años, ya respondió a las demandas en evolución al agregar emojis con más colores de piel y profesiones femeninas. También se incluyeron albóndigas, hijabs y la bandera del arcoíris también.
Pero en un video nuevo y cautivador, el documentalista Mea
Dols de Jong analiza si el comité está adecuadamente equipado para cumplir un papel tan sensible. ¿Estos “plomeros de internet realmente están en la mejor posición para otorgar afirmación pública —o rechazo— de diferentes comunidades, causas o intereses mediante la adopción de emojis que representan la menstruación, o las banderas tibetanas o transgénero, o el brontosaurio, o el vino blanco?
Keith Winstein, profesor de ciencias de la computación de la Universidad de Stanford, expresó sus dudas. “Si crees que el emoji es un idioma mundial emergente, las decisiones no las debería tomar un grupo de ingenieros de codificación y texto predominantemente blancos, hombres, predominantemente estadunidenses en California”, dijo en el filme. “No es una buena manera de manejar un idioma”.