Milenio

El Piojo, un técnico infalible

Miguel Herrera cumplió el objetivo primario: calificar a las Águilas a la Liguilla, algo en lo que no ha fallado desde que asumió como entrenador del conjunto azulcrema en su primera etapa, en 2011

- HIGINIO ROBLES LEÓN

Miguel Herrera lo hizo de nuevo; calificó al América a su quinta Liguilla consecutiv­a, otra vez por encima de los 30 puntos, cantidad que muchos equipos ni siquiera han olido. El Piojo es un entrenador que garantiza asistir al banquete de la fiesta grande.

Es cierto que el torneo de América no se ha destacado por una línea de regularida­d; todo lo contrario, el mismo Piojo ha reconocido que fue un Apertura 2019 bueno a secas y es consciente que el sitio en el que está sentado le demanda más, mucho más.

Miguel es un entrenador que no deja indiferent­e a nadie es — como América— amado u odiado. Lo que nadie puede negar es que se trata de un personaje con un carácter bien marcado. Pero, también, hay que diferencia­r al Miguel persona del Miguel entrenador, porque incluso dentro del gremio arbitral (con quien ha sostenido distintos desencuent­ros) lo tienen en un concepto de buen tipo, lo que indican los silbantes es que se transforma cuando el balón empieza a rodar.

El Piojo defiende sus intereses, eso no se puede dudar, sus formas en el banquillo pueden no gustar a la grada, a los aficionado­s, a la prensa, a los árbitros… Protesta por naturaleza todo aquello que considera va en contra de su bandera, y muchas veces lo hace con formas que le acarrean duelos directos con los árbitros.

Cuando llegó a América (2011) lo hizo con una gran ambición, alcanzaba la silla más deseada por cualquier entrenador (nacional o extranjero). Esa que es capaz de proyectar o hundir carreras; con Miguel pasó lo primero, llevó a América al protagonis­mo, le transmitió la sangre perdida. Lo regresó a la primera plana por los buenos resultados y no por los fiascos; enterró sus complejos. Revitalizó su esencia ganadora.

El Piojo no se formó como jugador en Coapa, tampoco como entrenador, pero no le hizo falta para entender la filosofía que irradia el club. Se mimetizó con América y parece ser el que más siente esos colores.

El actual significad­o de América en el futbol mexicano no podría entenderse sin Miguel Herrera, porque su gestión — arropada siempre por el apoyo directivo del dueño y los presidente­s deportivos, a los que les ha extendido su agradecimi­ento—le ha significad­o títulos a la institució­n, que es lo que más vale en este deporte.

Empezó su aventura sin estrellas en los hombros, y en Coapa se ha bordado dos Ligas, una Copa y un Campeón de Campeones, blasones que le han valido el reconocimi­ento de ser —para muchos— el mejor entrenador mexicano en la actualidad.

Cuando se fue en 2013 no lo hizo por no cumplir las expectativ­as; al contrario, se marchó porque tenía los argumentos para salvar a la selección nacional y también entregó buenas cuentas, porque no fue lo futbolísti­co lo que le abrió la puerta de salida.

En su regreso a América (2017) tuvo la encomienda de repetir la historia, no huyó al reto, echó a la basura ese famoso dicho de que segundas partes nunca son buenas, Miguel demostró que la capacidad y la actitud están más allá de frases hechas, y dejó claro que el trabajo consistent­e es el único camino al éxito.

Con Miguel hay garantía de estar en la Liguilla y eso representa un plus en lo deportivo y en lo económico, y ha hecho de las Águilas un contendien­te natural al título. En América, las celebracio­nes han vuelto. Su segunda Liga levantó a América como el equipo más ganador del futbol mexicano, algo que el aficionado americanis­ta presume en cada tertulia, porque se lo restrega en la cara a los aficionado­s de otros equipos. Y la Copa Mx representó el fin a una larga sequía sin ese trofeo. Eso lo ha hecho posible la gestión del Piojo.

Y Miguel lo ha ganado siendo temperamen­tal en el banquillo, porque América no se puede permitir tener un témpano como entrenador. Miguel va a lo suyo y lo hace bien, ahí están sus números: 9 Liguillas en nueve torneos con América, en los que siempre ha alcanzado como mínimo las semifinale­s. Se dice fácil, pero para eso debe trabajar mucho, se debe convencer al jugador, se debe aprender de errores, cometerlos de nuevo y levantarse. Y el Piojo lo ha hecho.

Y el Miguel persona es un tipo bonachón, que habla de frente y atiende cada petición y cuando no puede, ofrece disculpas. Nunca se marcha dejando la palabra en la boca. A veces suelta uno que otro albur y las groserías —siempre en tono bromista— adornan las charlas con él y nunca lo hace de manera irrespetuo­sa. Sí, parece que se habla de una persona totalmente distinta, pero no lo es. Miguel Ernesto Herrera Aguirre es único e irrepetibl­e y aunque a veces en este mundo importe más lo malo que lo bueno, el Piojo tiene mucho bueno en lo deportivo y en lo personal.

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