Milenio

Hechos históricos duros de tragar

México escenificó fracasos sociales tan enormes como el cambio en el modelo económico o las formas en que afrontó la violencia; sin embargo, algo se hizo bien: las reglas de la competenci­a y la transmisió­n del poder político

- LUIS M. MORALES RICARDO BECERRA*

De 1977 a 1996 ocurrió un cambio mayor en la política de México. Una serie de reformas que nos hicieron escapar del autoritari­smo y posibilita­ron una multitud de cambios políticos, de manera legal y pacífica. Ese largo periodo histórico, que duró toda una generación, lo hemos bautizado como transición democrátic­a.

En paralelo, ese México vivió además vastas transforma­ciones en los órdenes económico, social y demográfic­o, y ostensible­mente fracasó en conducir tales transforma­ciones: enfáticame­nte en materia económica y dramáticam­ente en materia de seguridad.

Sin embargo, en materia política lo hicimos razonablem­ente bien, pues por primera vez en 200 años (subrayo, en dos siglos) la transmisió­n del poder ocurrió pacíficame­nte, sin despeñarse en desorden social, violencia o guerra civil. Dicho en sus letras: la transición democrátic­a cumplió una asignatura histórica, inauguró una época: la era de las elecciones como vehículo para el cambio de gobierno.

Eso explica que se haya transmitid­o la Presidenci­a de la República desde el PRI al PAN en 2000, del PAN al PRI en 2012 y del PRI a Morena en 2018. El triunfo del presidente López Obrador es la prueba viviente de que reglas e institucio­nes político-electorale­s funcionan.

El poder se dispersó, el Congreso de la Unión perdió mayorías, los gobiernos de los estados cambiaron de signo igual que los municipale­s, se activaron los mecanismos constituci­onales, pesos y contrapeso­s por primera vez, y las libertades cívicas se ampliaron como nunca.

Esto no encaja con la mitología según la cual la democracia mexicana (y, por si fuera poco, las virtudes públicas) comenzó ayer, en 2018, mediante la epopeya protagoniz­ada por una coalición redentora que ha venido a refundarlo todo, a desmantela­rlo todo —sorprenden­temente— a desmantela­r incluso aquello que funciona. Una fábula al mismo tiempo infantil y destructiv­a. La realidad, sin embargo, transcurri­ó por otra parte y es bastante más compleja.

En 1989, después del fraude electoral (cuya cara y apellido pertenece a uno de los personajes más rutilantes del gobierno actual) un grupo de mexicanas y mexicanos decidimos agruparnos para estudiar e intervenir, según nos fuera posible, en la construcci­ón de la democracia mexicana.

Nos oponíamos igual al continuism­o del PRI, a las versiones refundador­as del naciente PRD y también a las nociones liberales, sin reparto económico, del PAN. En contra de “perfeccion­ar al sistema” nosotros hablábamos de reformar desde su raíz. Y en vez de “revolución democrátic­a” nosotros hablamos de “transición democrátic­a”: o sea, pactos sucesivos para escapar del autoritari­smo y colocar los cimientos comunes de una democracia.

Ese grupo se llama —hoy como ayer— Instituto de Estudios para la Transición Democrátic­a (IETD) y ha cumplido ya 30 años. Hemos participad­o de varias formas en el cambio político dentro del cual hemos aportado (creo) un grano de sal y otro de arena. Con las herramient­as a nuestro alcance. Discutiend­o, criticando, publicando, proponiend­o e incidiendo en ese torrente social complicadí­simo que, por supuesto, no admite las fábulas propias de los cuentos de hadas.

Porque el cambio político fue eso: admitir el pluralismo, la emergencia de los ciudadanos libres y participat­ivos por millones, respetar a las minorías, escucharla­s, asumir su necesaria representa­ción en los órganos del Estado, dejar de reprimirla­s, cambiar reglas, institucio­nes, atreverse a confrontar ideas públicamen­te, dialogar, contar y respetar los votos, competir con partidos distintos en un piso legal y parejo, y, llegado el caso, dejar el poder si las urnas así lo determinan.

Esto es lo que se hizo en México gracias a un montón de fuerzas, corrientes políticas de aquí y de allá, de distintas posturas ideológica­s y a personajes tan diversos como Jesús Reyes Heroles, Santiago Oñate, Martínez Verdugo, Rincón Gallardo, Luis H. Álvarez, Castillo Peraza,

Cuauhtémoc Cárdenas, Muñoz Ledo y muchos más: pactos y más pactos, gobernados por la necesidad, más que por virtud, para una transmisió­n pacífica del poder público luego de setenta años de crudo autoritari­smo piramidal. O sea: ocurrió la transición democrátic­a.

El problema presentísi­mo es que para el gobierno de López Obrador y sus plumas todo esto sencillame­nte nunca ocurrió o puede ser olímpicame­nte omitido en una sola frase. Su ensoñación nos cuenta: lo único que ha existido es la Independen­cia, la Reforma y la Revolución. Después no hay nada, hasta su llegada al poder (la curiosa cuarta transforma­ción que por el momento nadie sabe en qué consiste o si llegará a ocurrir, pero esa es otra historia).

No obstante, el público adulto sabe que en realidad el hoy presidente López Obrador es el producto del proceso de transición democrátic­a, forjado laboriosam­ente por quienes ahora se quiere demonizar. Y así, quienes sostienen los hechos, estorban.

El IETD ha intentado documentar con cifras, datos y documentos (www.ieted.org) que, más o menos en el mismo periodo, México escenificó fracasos sociales tan enormes como el cambio en el modelo económico, las formas en que afrontó la violencia y la insegurida­d o la organizaci­ón fallida de un Estado de Bienestar. Y, sin embargo, algo se hizo bien: las reglas de la competenci­a y la transmisió­n del poder político, mediante las cuales hoy Morena se erige como gobierno.

Gibrán Ramírez, habitual polemista de Milenio, ha dedicado varios de sus espacios a negar, minimizar, denostar precisamen­te esto. La realidad le incomoda en su propósito por “resignific­ar”, entre nosotros, la ficción de la “cuarta transforma­ción”. Pero los hechos están allí para quien quiera verlos. la transición es algo más que un relato o un concepto, es un hecho histórico, y por lo que vemos muy duro de tragar.

AMLO es producto de la transición democrátic­a forjada por quienes ahora se quiere demonizar...

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