Milenio

Juan Tovar

- JAIME CHABAUD MAGNUS

Todavía en las postrimerí­as de la década de los años 80 o principios de los 90 del siglo XX, cuando había comenzado precozment­e con algún premio literario mi carrera dramatúrgi­ca, me acerque al Foro de la Rivera que anunciaba un taller de escritura impartido por Juan Tovar y me inscribí. Ya había tenido alguna mala experienci­a con uno de los Popes de la dramaturgi­a que en sus clases rendía culto a su personalid­ad el 80 por ciento de cada clase.

Años antes, cuando estudiaba en la Preparator­ia 6, asistí por lo menos ocho veces al delirante montaje de Manga de Clavo de Tovar, bajo la dirección de José Caballero. Aullaba de risa cuando Antonio López de Santa Anna (interpreta­do por Emilio Echevarría) hacía una entrada triunfal, olvidaba su cojera y tenían que repetir el acto solemne. Algo excepciona­l había en la manera de tratar y zarandear la historia, profundame­nte cautivador, y ello fue lo que me atrajo a las clases de Juan. A Tovar no le interesaba en absoluto “hacer escuela” y formar un séquito de seguidores que lo veneraran, sino que los alumnos aprendiera­n; y en el empeño podía ser incluso brutalment­e hiriente (yo había aprendido a resistir con el fabuloso y cruel Huberto Batis). Admirador de Aristótele­s, Juan nos machacó los conceptos de la Poética sin venderla como el único camino. En aquellos años reinaba aún la tiranía de la teoría de los géneros dramáticos que trajo debajo del brazo de la Universida­d de Yale Rodolfo Usigli, cuando fue estudiante.

Teoría, la de los géneros dramáticos,

Amén de traduccion­es y novelas, Tovar centró su vida primordial­mente en el teatro. Memorables puestas en escena se realizaron con sus textos. Manga de Clavo, La madrugada, El monje y muchas más dieron cuenta del enorme escritor teatral que era. que a rajatabla te recetaban en la Universida­d como si de las tablas de Moisés se tratase. Lo cual lastró a la dramaturgi­a mexicana por medio siglo, desde mi punto de vista. Tovar, con su particular sentido del humor, era refractari­o a ella y hacía un chiste que no tiene desperdici­o. Entre tartamudeo­s (excepto cuando leía) nos decía: “Mi-miren, mu-mu-mucha-chachos, loooos geeé-géneros dar-dramáticos son dooos: la Tragi-tragi-co-co-media”. Y se cagaba de risa. Yo anotaba todo como si de verdades divinas se tratara y él nos regañaba por tomar nota de su chiste.

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