Cumbre del chipilín
Basta solicitar en cualquier buscador de internet “AMLO arremete contra empresarios” para saber cuánto ha cambiado el discurso del Presidente al respecto.
Se acabó aquello de la mafia del poder. Se acabó el grupo que mantenía secuestradas las instituciones y confiscado el gobierno. Se acabaron los mensajes de “ya estuvo bueno” y aquellas preguntas con cola: “¿No que eran gente de bien?”
Y basta ver las fotografías de la reunión en Palacio Nacional alrededor de los tamales de chipilín y del avión presidencial para convencerse de que el cambio del discurso ha tenido acogida.
El acercamiento ha sido lento pero ahí está, con cifras cada vez mayores, sobre todo de empresarios que no tienen que ver directamente con el presupuesto federal. Ha incluido visitas a industrias para las “graduaciones” de Jóvenes Construyendo el Futuro, e invitaciones a Palacio Nacional. Es producto de un trabajo fino de varios actores, pero sobre todo del convencimiento paulatino de que no hay otra salida para el país.
El discurso se ha modificado también en la otra parte: hay que escuchar algunas declaraciones de empresarios para tener claro que sus términos son distintos a los de hace algunos meses. No solo comenzaron desde la mitad del año pasado a acompañarlo a sus eventos, sino que han respaldado abiertamente su política económica y en algunos casos han subrayado la importancia de los objetivos sociales de las empresas, por encima de ganar dinero. Y han aprendido a tomar en serio y sin enojos las críticas presidenciales al neoliberalismo y a las prácticas de muchos empleadores del país.
No son todos, ciertamente. Pero también hay que decir que Andrés Manuel López Obrador ha logrado ya atraer a su alrededor a los miembros de la iniciativa privada que lideran efectivamente los movimientos del gremio. Es un cambio que se necesita y que van tejiendo sin poner los clásicos obstáculos ideológicos de por medio.
También es cierto que este acercamiento lleva a nuevos alejamientos. Ha aumentado el enojo de otros, que estaban al lado del empresariado; personas que generalmente pertenecen a grupos acomodados y que ven la nueva cercanía de los empresarios al Presidente como una traición.
Traición a sí mismos, en primer lugar: a su propia libertad, a su propio papel social como empresarios. Los han tachado literalmente de entreguistas. En segundo lugar, traición a los que, sostenidos por ellos, llevan años argumentando e intentando documentar por qué el neoliberalismo es el mejor de los mundos posibles. Y en tercero, traición a los partidos políticos en los que los empresarios se habían sentido cómodos porque tenían ahí a los defensores de una institucionalidad que miraba hacia arriba y solo arriba. Son sus militantes los que ahora llaman extorsión a lo sucedido esta semana frente a los tamales de chipilín. Me gustaría saber si alguno de los invitados fue llevado por la fuerza.
Estos enojados se han quedado sin interlocutor. A sus presidentes ya los habían perdido. Ahora sienten que pierden a los empresarios. Seguirán la espera de los resultados, en términos de inversión, de este acercamiento y de la formación del nuevo gabinete económico: si nos va peor, los enojados van a estar felices de enojarse más.