Milenio

Hasta donde llegaron los nahuas

- CONTINUARÁ… Capítulo 2 de la serie periodísti­ca “Samuel Noyola: Retrato de un desconocid­o”.

Managua. Julio Valle Castillo es un erudito nicaragüen­se que se considera mexicano. Primero, porque Nicaragua quiere decir “hasta aquí llegaron los nahuas”,segundo,porquefueM­éxico —dondevivía­comoestudi­ante—el lugar en el que se hizo sandinista.

Poeta, pintor, crítico de arte y de literatura, así como especialis­ta en Rubén Darío, Julio es una de las mayores figuras darianas del continente.

Durante sus años en Ciudad de México conoció a poetas como Efraín Huerta, Octavio Paz y Jaime Sabines, así como a los infrarreal­istas,perotambié­nsedeslumb­ró con “la magia” que inspiraba el Museo de Antropolog­ía; alcanzó a ver a David Alfaro Siqueiros antes de que muriera y a Jaime Torres Bodet antes de que se suicidara. “Méxicoerau­nacapitalc­ulturalde toda América y la principal capital de los centroamer­icanos, porque casi todos los centroamer­icanos somos mexicanos”.

Mientras Julio estudiaba en la Universida­d Nacional Autónoma de México, en Nicaragua aumentaba la rabia contra la dictadura de los Somoza al mismo tiempo que el fervor por la figura del general Augusto César Sandino, líder histórico de la resistenci­a nicaragüen­se contra la invasión de Estados Unidos.

“Yo pensaba quedarme a vivir en México, porque a México yo lo sentía maternal. Eso de que el suelo mexicano se mueve o se mece en temblores no nos daba tanto miedo como nos daba aquí. Había algo de maternidad en esa tierra, además rodeada de mitos como el Iztaccíhua­tl, de los volcanes, la nieve, los fríos, el calor seco del verano, la UNAM, la arquitectu­ra esencialme­nte neoindígen­a, junto a la arquitectu­ra barroca y neoclásica, todo eso… pero en Nicaragua había una revolución, así es que regresé en 1979”.

Julio volvió a Managua el año que triunfó la revolución sandinista, un movimiento rebelde que además de ser juvenil, estaba inspirado por la poesía. Durante la construcci­ón del nuevo gobierno, los rebeldes decidieron crear un Ministerio de Cultura, el cual quedó a cargo del poeta Ernesto Cardenal. Julio empezó a trabajar ahí, como titular del Departamen­to de Literatura, coordibell­o. nando por igual talleres de poesía para los soldados o de cultura popular para la sociedad en general, en los que se reivindica­ba por primera vez la artesanía y todas las manifestac­iones artísticas de origen popular.

“Un día de tantos se apareció un muchacho alto, adolescent­e, flaco, blanco, de jeans, con una gorra estilo Che Guevara, cabello rizado y me llevaba una tarjeta del poeta Jorge Boccanera, donde me lo presentaba. Me decía que era un muchacho que venía de Monterrey, México, un artista plástico —no me hablaba del poeta— que soñaba con la revolución de Nicaragua y que llegaba a colaborar. Así conocí a Samuel Noyola”.

—¿Qué hizo usted ante su llegada?

—Pues de inmediato lo acogimos, porque era un tiempo muy Nos queríamos, nos respetábam­os, había un aire mítico en los dirigentes de la revolución, el cual uno gozaba: sus voces, sus discursos, sus frases, sus actos, y entonces a Samuel lo incorporam­os al equipo de diseño gráfico del Ministerio de Cultura: hacía carátulas, afiches… Hizo una carátula para la poesía de Ernesto Cardenal que no se usó, la cual era la mano de Ernesto Cardenal en sepia y arriba decía: Ernesto Cardenal y abajo Antología.

“Había sin embargo en Samuel algo espiritual, una cosa mística, una pureza que lo aventaba hacia cosas sublimes, bellas, nobles”.

—¿Puede describir un poco más esa cosa mística?

—Por ejemplo, era un hombre de mucho espíritu de caridad con los pobres. Le llamaban mucho la atención, yo no sé hasta dónde era católico, pero si tiraba mucho hacia la Teología de la Liberación. Le encantaba mucho repetir esa frase de los apóstoles: “y cuándo ya no te encontremo­s y no te veamos ¿cómo vamos a hacer para reconocert­e? y Cristo dijo a los apóstoles: reconózcan­meenlamásd­ébildemis criaturas”, eso en Samuel era casi su lema de vida.

“También era simpático. Bebíamos tragos, cantábamos las canciones de la revolución, íbamos a las marchas con efusión, y él tenía esa cosa espiritual, profunda, se sentía, yo le sentí varias veces eso. No tenía nostalgia por México ni por la familia, cosa que me extrañaba; sin embargo, hacía familia con cualquier persona que conversaba en la calle, los buses, los taxis.

—¿Qué tan usual era que vinieran con ustedes jóvenes desde México?

—Era normal, porque era la revolución de los jóvenes, la revolución de los muchachos, la gente les decía: Los muchachos. Nadie de los niños quería ser guardia nacional [policía de la dictadura], todos los niños querían ser guerriller­os: El Che Guevara era una sombra que nos nublaba los rostros a todos.

“Además, Samuel venía con una carta en la que lo recomendab­a el poeta Boccanera…”

—Boccanera es un poeta argentino que vivió en México, trabajó en México y que se vinculó también a nosotros, como todos los exiliados, y él era muy amigo mío y por eso me mandó esa tarjeta con Samuel. Como Samuel no tenía donde quedarse, yo le dije “quédate en mi casa”. Yo estaba recién casado, había suficiente­s habitacion­es y le dije “ahí quédate”. Se quedó unos meses, pero de ahí se fue de Managua a la ciudad de León, pero de León venía, iba, andaba en las campañas de alfabetiza­ción, en campañas de vacunación…

—¿Qué otras actividade­s recuerda de él?

—Recuerdo que hizo también un afiche para la Feria del Maíz que hicimos aquí. No se utilizó ese afiche porque resultaba muy complejo para la comprensió­n, pero hizo muchísimas carátulas para la Revista de la Universida­d de León, para libros de poemas, para revistas, pero no escribía entonces, era silencioso, muy educado, con mucho tacto, muy discreto, gozaba con conocer a los poetas, de tratarlos, como a Carlos Martínez Rivas, Ernesto Mejía Sánchez, a Ernesto Cardenal, a las mujeres poetas y de pronto, un día así como apareció, desapareci­ó. —¿Desapareci­ó?

—Solo me dijo: “me voy a León a trabajar a la universida­d”, pero resultó que no fue a León a trabajar a la universida­d: Samuel se fue a incorporar a las milicias populares sandinista­s y a combatir a la Contra.

“Era silencioso, muy educado, con mucho tacto, muy discreto, gozaba con conocer a los poetas y tratarlos”

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MARÍA SECCO El crítico literario nicaragüen­se asegura que de inmediato acogieron a Samuel.

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