Milenio

Toma y daca de agresiones

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Ypues la verdad es que ese día hermoso, primero del año con calorcito en que no sentíamos después de los fríos de diciembre y enero, armamos chisme, todo por la envidiosa de la Edith, que no se sabe amarrar la lengua o de perdis conectarla con el cerebro. Doña Elvia, la patrona, nos cayó de sorpresa y para acabarla de chingar: ese día a las cuatro llegamos tarde, menos la más mensa: Lorenza.

Amelia, La Nalgaspron­tas, le cayó al changarro cuando la doña se entretenía comiendo gente con la dueña del local de al lado.

Rosa la de Enfrente, para variar, apareció hasta el mediodía y Mariana y yo habíamos quedado de pasar a comprar ropa interior antes de entrar la chamba, pero así de rapidito, le dije, porque no hay que ser tan encajosas con doña Elvia, que sea lo que sea: se porta muy gente con nosotras, que somos sus empleadas en el negocio, y nos consecuent­a muchas cosas, aunque nosotros le aguantamos hasta un mes de retraso con los sueldos, porque luego aquellos a los que les vende fiado se hacen los occisos y no sueltan siquiera un abono, por su propio bien, para no ganarse un tache en su historial de crédito.

Ivana fue la última en llegar: me contó que había quedado de verse con su novio, el Pataslarga­s, en Balderas para echarse un rapidín en el hotel que está a la vueltecita del Metro. Apenas asomó las narices, la Edith hizo como que venteaba el ambiente y se hizo la chistosita y dijo: “Huele a jabón chiquito, huele a sexo”. La Ruth, que es muy amiga de la Ivana, sin decir agua va dijo: “Pues han de ser tus verijas, que las maltratas con jabón corriente, tan corriente como tú”. Y mira quién lo dice, saltó la Usurpadora, como le dicen a la Sonia, que le quitó el marido a Lorenza, la más mensa: corriente tú, amiguita, que pareces agua de taza del guáter: nomás le abren paso y se va con cualquier mierda. Pues será lo que tú digas (reviró la Ruth, que no se muerde la lengua para soltar vergazos), pero a Lorenza le cambió la vida para bien desde que te llevaste al Mechacorta: además de mantenido es madreador.

Doña Edith está al tanto del chismerío en el que participan sus empleadas, pero no se engancha en sus decires: solo trata con Lorenza, quien apenas abre el pico para pedirle a las demás que dejen de comer prójimo y atiendan a la clientela, cuídenle las manitas o nos pellizcan la mercancía.

En huacales de plástico Edith expende bisutería para que las amas de casa se entretenga­n y obtengan un ingreso armando collares, pulseras, diademas, aretes, piezas de fantasía para despertar la envidia en el barrio, la colonia, durante las fiestas y reuniones. O para el autoconsum­o.

Padeció hasta que logró estabiliza­r el negocio y conformar el equipo de mujeres a las que escucha, atenta a los navajazos verbales que se tiran, sin descuidar la atención a la parte del establecim­iento que les toca atender y vigilar la diversidad de piezas de madera, alambre, plástico, cristal, metal fundido, que en manos de hábiles artesanas serán engarzadas y convertida­s en joyería de fantasía de alta demanda.

El sabio Monsiváis paraba

LUIS M. MORALES de costura, tiendas de ganos y semillas, chilerías, artículos de belleza, papelerías, perfumería­s…”

El cualquier ramo de ventas algo aprendes, dice Lorenza, pero a mí me gusta la especialid­ad de productos de belleza y este de bisutería, porque me gusta ver a las mujeres ilusionada­s, atentas a cuidar de su persona, embellecer­la, adornarla para los demás: el esposo, los hijos, el vecindario. Una se arregla para los demás, hasta la más fodonga de las fodongas: ¿a quién le gusta que la malmiren? Cuando las mujeres nos arreglamos, el mundo es otro para nosotras. De eso me doy cuenta, porque en la hechura y consumo de la bisutería conoces los gustos de los demás, y sus ilusiones. Mis propias compañeras, cuando llegaron a pedir empleo, eran de otro modo. Ora se animan y aunque se llevan pesado, a la hora de arreglarse para salir se ponen guapetonas, con su manita de gato y se cuelgan los chunches que les resaltan la personalid­ad.

Esto se lo hace ver doña Edith, para que le ponga atención a la clientela y se vaya satisfecha y la recomiende­n y vuelvan por más. “Es bonito saber que ayudas a que se entusiasme­n y se quieran bonitas”, dice Lorenza, convencida.

Doña Edith tiene un ojo al gato y otro al garabato. Le complace escuchar a Lorenza y se divierte con lo que llama “las pesadeces” de sus empleadas, ese toma y daca de agresiones que ella considera espejo de lo que antes de emplearse aprendiero­n, para defenderse en un mundo laboral donde tienes que estar a la defensiva: “O te chingan o chingas”, sentencia.

Qué más quisiera una, se sincera Lorenza: que todas se llevaran de lo mejor en sus relaciones, unas con otras, con su familia, con sus parejas. Pero la mayoría de las que aquí hemos empleado son prófugas de la primaria, la secundaria, tuvieron que trabajar para ayudar a sus familias a sostener la casa y contribuir con los gastos domésticos.

—Son contestona­s, malhablada­s, pero saben que se aplican o se aplican: los empleos no abundan —sentencia Lorenza.

“Corriente tú, que pareces agua de la taza del guáter: nomás le abren paso y se va con cualquier mierda”

* ESCRITOR. CRONISTA DE NEZA

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