Milenio

Nabókov oficia sobre Ana Karénina

- ALFREDO CAMPOS VILLEDA @acvilleda

L a posibilida­d de que Juan Villoro acierte es alta cuando se valora la extensión de una novela de Lev Tolstói: “Ciertament­e, la mesura no ha sido un sistema de medida ruso”. Y cuando se trata de Ana Karénina, esta vastedad se traslada también a la belleza de la protagonis­ta, cuyo detalle recomienda Vladímir Nabókov atender en aras de apreciar el arte de su creador. “Ana no era muy alta, pero era una mujer de porte sumamente airoso y andar muy ligero. Su rostro era hermoso, lozano y lleno de vivacidad. Tenía el cabello negro y rizoso, con una tendencia a desordenar­se, y ojos grises que brillaban oscuros bajo espesas pestañas”.

Nabókov no deja de reprochar a Tolstói que no viera que la belleza de los rizos oscuros sobre el tierno cuello de Ana era artísticam­ente más importante que las ideas de Lyovin, que son las de Tolstói, sobre la agricultur­a, pero siempre tiene presente que habla de un gigante al que, niño de la mano de su padre, conoció en una esquina de la Rusia zarista, si bien Lev era más bien menudo y de baja estatura.

Porque Ana, dice el autor de Lolita, no es solo una mujer, no es solo un espléndido ejemplar de femineidad; es una mujer que posee un carácter moral pleno, compacto, importante: todo cuanto rodea a ese carácter es significat­ivo y esto vale también para su amor. Ella no es Emma Bovary (la heroína de Gustave Flaubert), una provincian­a soñadora, “una zorra lírica que va arrastránd­ose al amparo de tapias ruinosas hasta el lecho de su amante en turno”. Su aventura pública la deja marcada como mujer inmoral a los ojos de su inmoral círculo y, llevada a la desesperac­ión por esos lodazales en donde su pasión ha encallado, una tarde de domingo de mayo se arroja al paso de un tren de mercancías. Ana, una de las heroínas más atractivas de la narrativa de todos los países, es una mujer joven, hermosa y básicament­e buena, y es una mujer básicament­e condenada. Producto, en la clasificac­ión de Nabókov en modo profesor universita­rio, de la pluma del mayor escritor ruso de ficción en prosa. “Dejando aparte a sus predecesor­es Pushkin y Lérmontov, podríamos enumerar así a los más grandes artistas de la prosa rusa: primero, Tolstói; segundo, Gógol; tercero, Chéjov; cuarto, Turguéniev”. Es evidente el desprecio por Fiódor Dostoievsk­i y su veneración por “la inmensa” Guerra y paz y “la inmortal” Ana Karénina.

Es sabido que Tolstói, en la cima de su arte después de Ana, abandona la novela y se dedica de tiempo completo a ensayos de ética. Ya anciano, cuando la narrativa era un episodio glorioso de su pasado, tomó un voluminoso libro y lo empezó a leer a partir de la mitad. Le agarró gusto y siguió página a página hasta que la curiosidad se impuso y vio la portada: Ana Karénina por Lev Tólstoi.

Si usted gusta de las letras rusas, acaso quiera consultar Curso de literatura rusa (Ediciones BSA, 2016, Barcelona) por Nabókov, y Paisaje caprichoso de la literatura rusa (FCE, 2012), antología selecciona­da y traducida por Selma Ancira, prologada por Villoro.

Anciano, Tolstói leyó un libro desde la mitad y le agarró gusto; cuando vio, era su propia obra

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Mexico