Una tarea complicada
E n Los carniceros, su autor, el británico Brian Lane, escribe acerca de los asesinos que estuvieron muy cerca de deshacerse de los cuerpos de sus víctimas sin dejar “ningún rastro físico”.
Y señala: “… el asesino nunca demuestra mejor su diabólico ingenio que cuando llega el desagradable momento de eliminar los despojos terrenales de su víctima. Sea cual sea el medio que se emplee, ocultarlapresenciadeunobjetobastantegrandeydeformatanpoco manejable,llenodelíquidosyconunaconsiderablepropensiónaoler mal,siempreesunatareacomplicadayquerequieremuchotiempo”.
Para la periodista Cheish Merryweather, en su artículo “Top 10 Gruesome Ways Serial Killers Disposed of Their Victims”, publicado en el portal Listverse el 11 de febrero de 2020, “matar es un negocio desordenado, especialmente cuando eres un asesino en serie y los cuerpos se acumulan”. Añade que el proceso final de un homicida es ocultar o destruir la evidencia: “A menudo, en este proceso final, se atrapa a la mayoría de los asesinos en serie, ya que deshacerse de un cuerpo no es una tarea fácil”.
Pero hay asesinos que intentaron algo diferente, como Joe Ball (1938) y, más recientemente, Apichai Ongwisit (2020), texano el primero, tailandés el segundo. Ambos utilizaron estanques con saurios, al parecer, las víctimas eran arrojadas vivas al agua.
John George Haigh parecía un caballero británico. Solo lo parecía: entre 1944 y 1949 mató a seis personas para robarles su dinero. Sus cuerpos fueron disueltos en ácido sulfúrico.
Haigh, El Asesino del Baño de Ácido, fue uno de los primeros asesinos en serie que hizo negocio con sus crímenes, al recibir dinero del periódico News of the World a cambio de publicar su historia en exclusiva. Fue colgado en 1949.
El canadiense Robert Pickton se dedicaba a la crianza de cerdos, a él se le adjudican entre seis y 49 mujeres. Y no, no alimentó a sus cerdos con los cuerpos de sus presas.
Pickton fue detenido en 1997, gracias a que una mujer escapó desnuda de la granja del horror. Como las autoridades sospechaban que el hombre había asesinado a más mujeres de las seis que se le adjudicaron, un agente encubierto compartió celda con él.
Entrados en confianza, el agente le preguntó cuál era la mejor manera de deshacerse de un cadáver. Pickton respondió: “Una planta de procesamiento”.
El infiltrado, completamente extrañado, preguntó a la vez “¿Una planta de procesamiento? ¿Por qué?” El asesino respondió que en su planta reducía los cadáveres a carne, que vendía en restaurantes, mercados y supermercados. De 300 asesinatos que confesó, 138 fueron confirmados.
Luis Garavito impuso un régimen de terror en Colombia entre 1992 y 1999. En más de 54 lugares de aquel país, Tribilín, como lo apodaban, secuestró menores de entre ocho y 16 años, a los que ató, torturó, mutiló y mató.
Garavito disponía de los cuerpos de sus víctimas en tumbas masivas, como la que la policía encontró en la ciudad cafetalera de Pereira, la cual contenía 25 cuerpos.
El proceso final de un homicida es ocultar o destruir
la evidencia