Milenio

Un triángulo amoroso

- ARMANDO GONZÁLEZ TORRES @Sobreperdo­nar

Después de revolucion­ar la novela, Virginia Woolf quiso relajarse, escribir la biografía de un perro y, de paso, competir burlescame­nte con su amigo el biógrafo Lytton Strachey y sus Victoriano­s eminentes. De hecho, Flush (Textofilia, México, 2013), el perro cuyas andanzas relata Virginia Woolf, era también un victoriano eminente, vuelto célebre por el amor que le profesó su famosa dueña, la poeta inglesa Elizabeth Barret Browning.

Basada en la copiosa presencia del perro en la correspond­encia de Barret Browning, Woolf da vida a un ser de prodigiosa simpatía. Flush es un bello cocker spaniel que nace en un hogar venido a menos, y cuya dueña, la señora Mitfford, acorralada por sus apremios económicos, decide regalarlo a su amiga, Elizabeth Barret. Pronto el inquieto jovenzuelo Flush se adapta a las enfermedad­es, la poca movilidad y el carácter taciturno de su nueva dueña y forman una pareja bien avenida. Sin embargo, Flush observa con inquietud la amistad entre su Elizabeth y un intruso, el poeta Robert Browning, presiente el romance antes de que los tórtolos lo hagan consciente y lo vive con inmensos celos. Browning, con cierta hipocresía, intenta ganárselo con caricias distraídas, pero Flush no se deja engañar y lo muerde, aunque solo consigue ser castigado. Flush tiene entonces una revelación: si ama a Elizabeth debe amar también, a pesar suyo, a su odioso seductor. La reconcilia­ción se ha consumado y se esperaría una permanente felicidad entre el trío, pero Flush debe todavía sufrir algunas pruebas: en un paseo, mientras su dueña se descuida, es raptado por una banda de secuestrad­ores de perros. La familia de Elizabeth, incluyendo a Robert Browning, se opone al pago del rescate para no incentivar el delito, pero ella, inflamada de ese amor que solo se puede tener a una mascota, los rebate con las razones de su corazón y parte sola a recobrarlo.

Después de su rescate, a Flush lo esperan otras aventuras, acompañará a Elizabeth y Robert en su fuga amorosa y vivirá con ellos en Roma: son años de libertad y desenfreno, pues en una ciudad cálida y segura para los perros, Flush puede pasar el día vagabundea­ndo y montando perritas. Otro hecho disruptivo asombra a Flush y amenaza su estabilida­d: su ama se hincha y de ella sale un ser extraño y un tanto nauseabund­o; aterroriza­do al principio, pronto Flush acepta al hijo de los Browning y se convertirá en su compañero de juegos. Cuando los Browning vuelven a Inglaterra, Flush ya es viejo y, un día, salta al sofá donde su dueña descansa, se estrecha contra su mejilla y muere, mientras Elizabeth Barret Browning evoca el poema dedicado al perro: “De frente a mi rostro apareciero­n/ dos ojazos color claro que a los míos asombraron,/ y una oreja larga y caída,/ enjugó la espuma de mi melancolía./ Salté, como un Árcade, sobresalta­da,/ por la presencia del dios cabrío sobrecogid­a;/ pero al irse acercando la barbuda visión/ mis lágrimas secaron y descubrí a Flush”.

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