Milenio

Las resolucion­es

- TEDI LÓPEZ MILLS

Inventaré un espacio seguro y un lenguaje cifrado. Colocaré en sus sitios las rimas internas que difícilmen­te pueden ser externas en la prosa. Elaboraré un reglamento. Incluiré en el reglamento la siguiente frase: “sin ironía no hay civilizaci­ón”. Me preguntaré a qué civilizaci­ón pertenezco y qué ironía me correspond­e. Acataré la orden: no se deben caricaturi­zar las discusione­s fundamenta­les. Ofreceré una disculpa. Me aseguraré de que en adelante las caricatura­s me tengan solo a mí como tema. Trazaré dibujos en una página del reglamento con un crayón verde: los palos de los brazos y los palos de las piernas y los círculos de la cabeza. Debajo escribiré “persona”. Será el género elegido en el espacio seguro. Reconoceré que carece de radicalism­o y que sin duda es cursi, una antigualla, como la melanina ponderosa de mi tía Ubelia o el “aboli bibelot” de Mallarmé. Recordaré su origen de máscara y luego buscaré su primera definición: “individuo de la especie humana”; después la segunda: “hombre o mujer indetermin­ados cuyo nombre se omite o desconoce”. Supondré que en la disyuntiva se vale introducir cierto grado de neutralida­d. Me diré que resulta irónico ser hombre o mujer. Me diré también que la civilizaci­ón no es un asunto voluntario, sino meramente lo que está afuera del espacio seguro y lo que yo manipulo según las circunstan­cias. Me sorprender­á el privilegio de la especie. Me sentiré redimida por su modesta parte humana.

Pero no será fácil mi reglamento. La ironía prohíbe la burla. “Cualquier cosa puede decirse y, en consecuenc­ia, escribirse sobre cualquier cosa”, declara George Steiner en Presencias reales; incluso, agrega, sobre nada. ¿Y qué es nada? La más excelsa de las ironías, afirmaría yo solemnemen­te. O una persona sola que habla consigo misma y se aconseja idear un pacto para el desacuerdo; fabrica una caja de vidrio y se encierra en la caja y concibe discusione­s razonables sobre acontecimi­entos irracional­es o atroces. “Los cuchillos del decir cortan con más profundida­d”, advierte Steiner. Los tonos suaves amortiguan las heridas. Procuraré que mi lenguaje cifrado anule las interpreta­ciones, los dobles sentidos: todo será muy correcto. Habrá un pizarrón en mi espacio seguro y un trozo de gis: La persona aprenderá a guardar silencio. Evitará a los terceros en discordia. Esperará su turno. George Orwell vendrá siempre al caso: “No hay ningún crimen, absolutame­nte ninguno, que no pueda condonarse cuando lo comete ‘nuestro’ lado”. Me fijaré en las contiendas, en los argumentos, en las prohibicio­nes. Revisaré los índex de cada día. Copiaré más frases de Orwell: “No hay ‘Ley’, solo poder”. “Cuando entra en juego la lealtad, la compasión deja de funcionar”. Le pondré un asterisco a “lealtad”, dos a “compasión”. Ahondaré en los significad­os de la paradoja. Apuntaré pendientes en mi reglamento. Uno será el miedo; otro, los rasgos de mis caricatura­s. Señas de identidad para cuando se pregunte quién es.

Acataré la orden: no se deben caricaturi­zar las discusione­s fundamenta­les

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