Milenio

El asombro de la libertad

- EDUARDO MEJÍA FOTOGRAFÍA UDEG

Amediados del año pasado me invitaron a formar parte del jurado del Premio Binacional Valladolid a las Letras, junto con Gabriela Guerra y Armando González Torres; coincidimo­s en cuatro novelas, todas escritas por mujeres; una de ellas se llevó el premio: Antonia y la chingamadr­iza. Historia de una señora, de Diana Garcidueña­s. Fue editada en noviembre, bajo el sello Horson Ediciones Escolares.

La novela sorprende al lector a cada instante. Narra la vida de Antonia, una mujer inteligent­e pero sin preparació­n, casada con un hombre que la explota, y que recibe ayuda de su casera para poner un negocio gracias al cual saca adelante a su hija y a una entenada, aunque debe esconder de su marido esa ayuda y las ganancias de su puesto de pozole.

Además, su consorte es un vividor, que espera que sus camaradas lleguen al poder para así, como tantos arribistas, conseguir un hueso. Entre esas aventuras políticas y excesos en sus parrandas, demasiado frecuentes, ni siquiera da consuelo a doña Antonia, quien debe recurrir a ayudas externas para satisfacer sus insatisfac­ciones sexuales, y organiza ayuda a vecinas que sufren esas mismas carencias sensuales y económicas.

Antonia no cabe en ninguno de los estereotip­os femeninos ni de la literatura ni del cine mexicanos; no debe disfrazars­e de hombre para triunfar, no esconde sus insatisfac­ciones bajo el disfraz de mártir ni tampoco se burla de los hombres ni le encanta verlos tristes. No se identifica con “usted es hermosa, inteligent­e, sabe de negocios; no me diga que también sabe cocinar” (como le dice Piporro a Elvira Quintana en Se alquila marido), ni esconde el simbólico puñal bajo la almohada (como Gloria Marín en Historia de un gran amor), ni se avergüenza como Carmelita González con los reproches de Jorge Negrete (Dos tipos de cuidado) ni se le chotea la mercancía como le sucede a Elsa Aguirre cuando Pedro Infante la ve en lencería. Antonia tiene un sentido del humor que sorprende al lector como a sus alternante­s; a cada rato uno suelta inesperada­s carcajadas tanto por la solución de los problemas en que se ve envuelta, como por el lenguaje transgreso­r; por la virulencia de sus travesuras, y por el desenfado con que cuenta sus vivencias.

Antonia es un personaje que se sale de los cánones con que se juzga a las mujeres; sus aventuras sexuales no la llevan ni al desenfreno ni mucho menos a la desgracia; usa a los hombres sin prostituir­se, aunque no rompe el esquema de seguir la misma forma de vida familiar; así, su hija, mejor instruida, cae en las garras de un hombre que intenta encadenarl­a a la esclavitud marital.

La novela sorprende por su ritmo, su lenguaje, sus anécdotas; su voz femenina está muy lejos de las moralejas (“no seas coqueta porque los hombres son muy malos”), de la victimizac­ión, no cae al fango ni por sus desenfreno­s ni por su independen­cia. Pero al lector le queda otra sorpresa, un final que nadie espera, mucho menos los protagonis­tas; si la estructura no es experiment­al, dista mucho de ser tradiciona­l. Es de remarcarse que no es la primera novela con un personaje principal femenino, pero tiene, ella y la novela, una conducta inusual, lo mismo que el lenguaje, que raya en la picardía (literaria); no tiene moraleja pero sí una advertenci­a: la libertad no tiene límites.

Innovadora en muchos sentidos, Antonia y la chingamadr­iza asombra en muchos sentidos, y es una de las mejores novelas escritas por mujer, en México y en español.

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Diana Garcidueña­s, cuya novela Antonia y la chingamadr­iza obtuvo el Premio Binacional Valladolid a las Letras.
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