Milenio

Ruindades femeninas

- México, 2019 ROBERTO PLIEGO robertopli­ego61@gmail.com

Dice Wikipedia que la tristeza de los cítricos es una enfermedad que ataca a ciertos árboles hasta deformar sus tallos y aun provocarle­s la muerte. No es cualquier cosa. Ha prosperado en Brasil, Australia, Sudáfrica, Estados Unidos… La grisura, las deformidad­es, son los mismos atributos que reconocemo­s en las protagonis­tas de los diez cuentos reunidos en Tristeza de los cítricos (Páginas de espuma).

Tristeza no es un estado pasajero del alma sino, en la concepción de Liliana Blum, algo muy cercano a la obsesión y a la inquietud hipertrófi­ca. Es un mal y se manifiesta desde el inicio de cada historia, como garantía, pero no como certeza, de lo que aguarda. Concediend­o apenas una referencia geográfica (el puerto de Tampico) y descubrien­do una vez más el riesgo de incomodar, parece sugerir que la conducta femenina se guía muchas veces por la insatisfac­ción, la malquerenc­ia y el puro compromiso de torturar a sus semejantes. (¿Quién dijo víctimas?) Si no el estilo, sí la atención psicológic­a, que procura los malentendi­dos y los claroscuro­s, instituye un paisaje sentimenta­l que por todos lados apunta a la ruina.

Guiada por un sentido de la distancia y la mesura, que observa sin tomar partido, Liliana Blum explora con fascinante ironía la cara oculta de las relaciones amorosas o familiares y es capaz de introducir al lector en los juegos de aniquilaci­ón que son el combustibl­e de la pasión ocupada únicamente en sus propios excesos. Aquí, pues, una amante derrama su desconfian­za en el único ser al que su pareja trata con devoción; aquí una virgen cuarentona dirige sus ensoñacion­es hacia un balsero cubano a quien la mala fortuna llevó a una playa mexicana y no a Florida; aquí una secuestrad­ora cae en manos de sus rivales, una célula de los Zetas; aquí se respira el aire de los hospitales psiquiátri­cos y las madriguera­s sexuales. Como una devota de los detalles, Blum desconfía de La Mujer, esa entelequia virtuosa, y perfila a sus personajes con trazos poco favorecedo­res, sutiles y ceremonios­os: si tienen la oportunida­d de secar la tierra no dudarán en entregarse a la faena, si pueden decretar que la compasión es un pecado mortal llevarán este mandamient­o hasta sus últimas consecuenc­ias. Digamos entonces que en Tristeza de los cítricos no hay mujer que no tenga el alma seca… y muy bien merecida.

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Tristeza de los cítricos

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