Ruindades femeninas
Dice Wikipedia que la tristeza de los cítricos es una enfermedad que ataca a ciertos árboles hasta deformar sus tallos y aun provocarles la muerte. No es cualquier cosa. Ha prosperado en Brasil, Australia, Sudáfrica, Estados Unidos… La grisura, las deformidades, son los mismos atributos que reconocemos en las protagonistas de los diez cuentos reunidos en Tristeza de los cítricos (Páginas de espuma).
Tristeza no es un estado pasajero del alma sino, en la concepción de Liliana Blum, algo muy cercano a la obsesión y a la inquietud hipertrófica. Es un mal y se manifiesta desde el inicio de cada historia, como garantía, pero no como certeza, de lo que aguarda. Concediendo apenas una referencia geográfica (el puerto de Tampico) y descubriendo una vez más el riesgo de incomodar, parece sugerir que la conducta femenina se guía muchas veces por la insatisfacción, la malquerencia y el puro compromiso de torturar a sus semejantes. (¿Quién dijo víctimas?) Si no el estilo, sí la atención psicológica, que procura los malentendidos y los claroscuros, instituye un paisaje sentimental que por todos lados apunta a la ruina.
Guiada por un sentido de la distancia y la mesura, que observa sin tomar partido, Liliana Blum explora con fascinante ironía la cara oculta de las relaciones amorosas o familiares y es capaz de introducir al lector en los juegos de aniquilación que son el combustible de la pasión ocupada únicamente en sus propios excesos. Aquí, pues, una amante derrama su desconfianza en el único ser al que su pareja trata con devoción; aquí una virgen cuarentona dirige sus ensoñaciones hacia un balsero cubano a quien la mala fortuna llevó a una playa mexicana y no a Florida; aquí una secuestradora cae en manos de sus rivales, una célula de los Zetas; aquí se respira el aire de los hospitales psiquiátricos y las madrigueras sexuales. Como una devota de los detalles, Blum desconfía de La Mujer, esa entelequia virtuosa, y perfila a sus personajes con trazos poco favorecedores, sutiles y ceremoniosos: si tienen la oportunidad de secar la tierra no dudarán en entregarse a la faena, si pueden decretar que la compasión es un pecado mortal llevarán este mandamiento hasta sus últimas consecuencias. Digamos entonces que en Tristeza de los cítricos no hay mujer que no tenga el alma seca… y muy bien merecida.