La fila del Mal
Quizás en un relato apócrifo de la Historia universal de la infamia de Borges aparezcan algunas de las anónimas filas que inundan mis pesadillas. En un sueño, imagino una larga fila de personas a la puerta de un Paraíso de párrafos como personajes pendientes de un cuento y en una pesadilla recurrente, sueño la fila interminable de mexicanos al filo de la salvación eterna: una larguísima fila de Justos, personas variadas y diversas que están por cruzar el umbral hacia una eternidad feliz por el solo hecho de haber hecho lo que hacían e hicieron sin herir a nadie ni molestar al prójimo. Hacer lo que uno hace sin joder a nadie en el intento y hacerlo en gerundio constante incluso sin saber que al hacerlo se salva el Universo entero: hablo de una niña de 7 años que hace una tarea sin queja y confía ciegamente en la persona que ha ido por ella al colegio el día que a sus padres se les hizo tarde para recogerla y hablo de la mujer que discute apasionadamente con su marido sin adivinar que en la ira de su demencia ese hombre será capaz de desollarla viva, asesinarla a cuchilladas e intentar tirar sus entrañas por una tubería. Hablo también del estupor incurable de quien encuentra una bolsa de plástico en un terreno baldío, entre basura y hiedra salvaje, con los restos de una niña pequeña que murió torturada y cortada en pedazos y hablo de los testigos silentes que escuchan por la ventana los gritos desesperados de la enésima mujer que es vejada, humillada o golpeada desde una distancia siempre vecina.
La fila de los santos inocentes es indudablemente más larga que la de los asesinos y cómplices. Quiero insistir en que la fila del Bien es mucho más larga, variada y entrañable que la fila del Mal que ha ido creciendo incansablemente en el mundo y en particular la sangrienta hilera de México. Por un lado la que es rosario de todos los desaparecidos, secuestrados, torturados, violadas, asesinadas, muertas de cruz rosa, muertos ahorcados en los puentes, hervidos en ácido, baleados al azar, alzados para cobrar recompensa, acribillados por mil balas, acuchilladas en sus propias casas, abusadas porque sí, atenazados porque no… y por el otro, la fila del Mal donde parecen pelearse a codazos los diablos. Hablo de la fila de sicarios, rateros y maleantes (que evidentemente, se alinean por vocación), pero también los cómplices y callados clones, los que se burlan de las víctimas y se sienten alejados de todo crimen. Hablo de quien pudiendo evitar un Mal lo apuntala con desidia o distracción, abulia o asepsia impostada; hablo de quienes urgen explicaciones sesudas y teoremas improbables para no asumir responsabilidad o incluso culpa cómplice en el inmenso caldo de cultivo de la podredumbre y el desahucio, el gran mar de tantos delitos concatenados o consensuados, la mala leche contagiosa de la ira desatada que afecta incluso a quien habiendo perdido ya toda paciencia no tiene mejor protesta que el destrozo y hablo de quienes se callan a diferencia de quienes optan por el silencio de respeto. Hablo de quienes han olvidado por completo externar un pésame, un callado silencio de dolor por las muertas y por los asesinados… hablo incluso de la confusión de las filas, de los colados en línea ajena, de la locura enrevesada de ver como buenos a quienes no han hecho más que cuadricular con vehemencia todas las formas del Mal y hablo entonces de las filas de deudos y la columna kilométrica de plañideras y el llanto como hilo de río y la sangre que va como en Macondo reptando por las calles de tierra y las avenidas arboladas y las páginas de los diarios y la raya tenue del maquillaje y los cursores de las pantallas donde un burócrata transcribe el dictado de una denuncia y los largos cables de las cámaras de vigilancia que a veces no funcionan y la retahíla de interpretaciones y exculpaciones e implicaciones y la columna vertebral de una larguísima fila de culpas y culpables que parece tan larga como la inmensa fila de víctimas y de inocentes y de olvido en una borrosa tipografía dolorosa donde por hoy sólo creo mereceríamos formarnos en la serena fila de la razón aunque nadie entienda nada quizá porque no hay razones y donde nadie puede explicarnos quizá porque no hay explicación posible, salvo la impalpable esperanza de que hemos de lograr en un momento impredecible la confirmación innegable de que es mucho mayor la fila del Bien.