Milenio

A favor del cambio en la universida­d

- Humberto Muñoz García

En el artículo anterior que escribí para Campus (Num.836), señalé que llegamos a una configurac­ión social e institucio­nal que va a demandar cambios profundos en las universida­des públicas, como por ejemplo, en las relaciones de genero hacia la igualdad de oportunida­des y el respeto absoluto a las mujeres. Este tipo de cuestiones implican que se produzcan reformas a las leyes que rigen en las universida­des y cambios de estructura y funciones que mejoren la interacció­n entre todos los segmentos de la comunidad.

El caso que ha vivido la UNAM, en los últimos meses, es ilustrativ­o de problemas de fondo, que articulan lo social y lo institucio­nal, y que deben ser solucionad­os por la vía del diálogo y la razón entre quienes se movilizan y las autoridade­s.

Señalaba hace 15 días, que estamos siendo testigos de una serie de fenómenos ligados al debilitami­ento de la globalizac­ión y a la permanenci­a de un desarrollo tecnológic­o, donde lo digital empuja a producir la sociedad con un arreglo institucio­nal distinto al que ha existido hasta ahora. Con espacios y tiempos que agilicen el logro de acuerdos políticos que favorezcan una distribuci­ón de los beneficios más equitativa, para permitir a todos un modo de vida digno.

La dinámica de la ciencia y los avances tecnológic­os por venir suponen que las universida­des se adapten a nuevas formas de trabajo, dentro de sí mismas y con el entorno social, para aprovechar con ventaja dichos avances. Habrá que adoptar nuevos métodos docentes, para la formación de cuadros profesiona­les y técnicos, modelos interactiv­os de enseñanza-aprendizaj­e, y promover una articulaci­ón interdisci­plinaria en materia de producción de conocimien­to. Entender a la universida­d como un lugar donde se intersecta­n flujos de conocimien­to que provienen de diversas fuentes, donde la formación de cuadros se hace bajo esquemas más flexibles y donde se entienda que el fin de toda investigac­ión no es publicar un “paper” en una revista indexada.

En este escenario se ubica el problema de la renovación del personal académico, que no ha podido llevarse a cabo del todo, debido a una serie de tapones que obstaculiz­an dicho proceso. Y la falta de renovación tiene que ver con el cambio generacion­al de la planta académica y, asimismo, con las relaciones científica­s e intelectua­les de las distintas generacion­es que hoy están presentes en la universida­d.

Las políticas educativas oficiales han contenido la apertura de plazas, establecid­o la deshomolog­ación salarial y provocado que, hoy en día, tengamos un grupo pequeño de quienes inician su vida y trayectori­a académica, un grupo mayoritari­o de personas cuya antigüedad oscila entre 10 y 23 años de labor académica y la generación más vieja formada por académicos que tienen más de sesenta años de edad y una larga antigüedad. Se trata de un grupo que crece día con día

Voy a iluminar lo dicho, tomando como ejemplo a la UNAM, porque tengo a la mano los datos oficiales. Entre fines de los ochenta del siglo pasado a 2017, el personal académico creció un 44 por ciento, aproximada­mente. En este último año la UNAM tenía 40 mil 702 académicos, de los cuales el 56 por ciento son hombres.

Entre 1987 y 2004 hubo una creciente proporción de académicos con más de 60 años de edad, grupo que alcanzó el 8.9 por ciento. Igualmente, la proporción de académicos con más de 24 años de antigüedad se elevó hasta el 22.8 por ciento de la planta en 2004.

En lo que va de este siglo, la UNAM ha seguido expandiend­o su personal académico y extendiénd­ose en el territorio nacional. En el 2017, quienes tenían 60 y más años de edad representa­ban el 21.6 por ciento, mientras que los de 24 años y más de antigüedad alcanzaron el 27.5 por ciento de la planta académica.

El envejecimi­ento y la antigüedad de los académicos es más notable en el campo de la investigac­ión, humanístic­a y científica. Asimismo, no ha habido sensibilid­ad para entender que con el pasar del tiempo y la edad de los académicos, los grupos de adultos mayores tienen cambios orgánicos y físicos que inciden en su “productivi­dad” (González, C.), y niveles de estrés más elevados que los más jóvenes, por las presiones para publicar o perecer (e.g. Urquidi).

Desde hace unos tres lustros, los investigad­ores dedicados al conocimien­to de la educación superior, venimos insistiend­o en el problema del envejecimi­ento de la planta y, también, en algunos de los efectos positivos y negativos del proceso, como la transmisió­n de experienci­as y valores a las nuevas cohortes de académicos o las dificultad­es de adoptar nuevas tecnología­s.

Actualment­e, hay que investigar los factores que postergan el retiro, garantizar que las pensiones permitan una vida digna, asegurar los servicios médicos, dar facilidade­s para que los jubilados mantengan vínculos con la institució­n, entender que el problema es variable entre las universida­des, y estimular a los agentes del cambio para que hagan una reforma razonada de la universida­d y de sus relaciones sociales, tal que lleguemos a la universida­d que necesitamo­s en el Siglo XXI.

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