George Steiner, recordando al último gran humanista
Creador entre el pensamiento certero y la ilusión poética
Si el destino de nuestra especie es el polvo y el olvido, no caben otras alternativas que la desesperación y la náusea. G. S.
Uno de los pensadores e intelectuales más propositivos y originales de la segunda mitad del siglo XX, la obra visionaria de George Steiner (Neuilly-sur-Seine, 1929-Cambridge, 2020) tiene un peso específico y ha sido de enorme influencia en los distintos y a la vez complementarios quehaceres en los cuales su aportación resulta innegable. Ya sea como académico, como teórico o como crítico, lo cierto es que su valiosa contribuición no solo se circunscribe al fenómeno literario que ha sido su principal querencia, sino que sus preocupaciones e intereses se proyectan al vario espectro de la cultura en general. Muchos de sus multifocales grandes estudios o ensayos sobre la teoría del lenguaje, la filosofía de la educación, la literatura comparada y el siempre riesgoso oficio de la traducción —“traduttore traditore”, dicen los italianos—, gracias a su formación enciclopédica y a su penetrante perspicacia, han abierto o enriquecido importantes cauces de reflexión y de análisis en estos campos donde se le reconoce una autoridad. Arquetipo del intelectual europeo que nació entre las dos grandes conflagraciones que marcaron el siglo XX, y en su caso acrecentado por su acendente judío-vienés, el sólido pensamiento de Steiner se identifica en principio gracias a su sólida formación trilingüe en alemán, francés e inglés, a la vez que desde su seno familiar fue incentivado a conocer y defender las culturas clásicas, pues desde niño estudió, leyendo primero a Homero y a Virgilio, el griego y el latín.
Estudiante destacado del Lycée Janson de Sailly de París, y luego de que su familia tuvo que huir tras el asedio nazi, Steiner obtuvo su licenciatura por la Universidad de Chicago, el master en Artes por Harvard y el doctorado en Oxford. Una consistente formación humanística lo llevaría también a romper con toda clase de prejuicios y arquetipos, por lo que su obra responde a una visión panorámica e incluyente, de honestos respero e interés por los usos, tradiciones y costumbres que esclarecen la identidad cultural de todo pueblo. La consecución de este tenaz espíritu humanista contribuiría a que se convirtiera en uno de los más jóvenes académicos e investigadores eméritos, a la par, en 1961, del Churchill College de la Universidad de Cambridge y el St Anne's College de la Universidad de Oxford donde había concluido su consistente formación académica. En 1974, tras varios años como escritor independiente y conferenciante ocasional, aceptó además el puesto de Profesor de Literatura Inglesa y Comparada en la Universidad de Ginebra, en la que estuvo hasta 1994 y de igual modo se convirtió en Profesor Emérito.
Tratándose de uno de los visos identitarios más manifiestos, conforme hace uso de la lengua que es en sí misma uno de sus factores definitorios, este mismo brío humanista llevó a George Steiner a entender muy bien, como teórico muchas veces inaugural, que el proceso de colacionar dos o más literaturas nos permite reconocer tanto similitudes como diferencias, pues así como siempre existen coincidencias acordes con nuestra condición, de igual modo hay otros rasgos distintivos de unicidad. Complementariamente, su no menos creactiva y penetrante obra como crítico tiende a la exploración de temas culturales y filosóficos de interés permanente, contraponiéndose las más de las veces con las más actuales corrientes por las que ha transitado buena parte de una crítica literaria contemporánea más fría e impersonal. Sus juicios son siempre resultado del análisis concienzudo de quien mira los fenómenos como parte de un todo vivo y en continuo movimiento, y una prueba de ello es, por ejemplo, su hermoso libro Tolstói o Dostoievski, donde a partir de una revisión totalizadora de las obras de estos dos monstruos de la literatura rusa, paradigmas de la novelística decimonónica, consigue un estudio amplificado de dos visiones a la vez distantes y complementarias de la narrativa finisecular.
Discípulo de otros notables pensadores como Jacques Maritain y LéviStrauss, Steiner abordó siempre sin aspavientos el problema de la existencia de Dios, y en su ascendente judío-austriaco rastreó las huellas de la trascendencia en el arte, al señalar que el valor de las grandes obras no procede de similitudes o diferencias, sino de su capacidad poética de evocar lo que está más allá de la experiencia vivida. Para él, como para el también austriaco-judío Stefan Zweig, una especie de hermano espiritual, la creación artística constituye un salto mortal hacia lo invisible, hacia el origen de los primeros tiempos cuando el ser humano recurría a las manifestaciones estéticas más rudimentarias para descifrarse a sí mismo y cuanto le rodeaba, para encontarle sentido y razón de ser a la existencia. Acorde con el propio LéviStrauss, no es el ser instintivo o angelical, sino precisamente el estadio fronterizo y sumario de estos dos rasgos de su compleja y paradójica natulaleza lo que lo lanza a querer descubrir el infinito, como de igual manera afirmaba Ernesto Sabato. Frente a la monstruosidad de la muerte, creía Steiner, el artista contrapone la inmortalidad de la creación estética, su ferviente deseo de trascender y comunicarse con generaciones futuras. El arte, para él, se enfrenta irremediablemente a ese límite, proclamando así el triunfo de la vida sobre la muerte, de la palabra corpónea y dicha sobre el silencio de la nada. En este tenor se inscriben títulos nodales de su profundo pensamiento filológico-teológico, a manera de manifiestos testamentarios, como
Gramáticas de la creación, Presencias
reales y Nostalgia del absoluto.
Otros libros suyos de vital trascendencia son, por ejemplo, su de igual modo contrastante y complementario gran estudio nietzscheniano La muerte de la tragedia, su elocuentemente lírica disertación sobre el lenguaje y el complejo arte de la traducción Después de Babel —de algún modo continuación de su anterior
Lenguaje y silencio, en torno a la creación y la censura en difíciles tiempos de guerra—, su plurivalente ejercicio de profundo juicio irónico Antígonas y su otro fundamental manifiesto de carácter más estético Pasión intacta.
Una especie de “yo acuso”, a manera de confirmación de su apasionante ruta anímica e intelectual, es su autobiografía Errata, que se lee, tal y como él la concibió, con apasionados descubrimiento y sorpresa. Quien igual incursionó con conocimiento de causa y una voz original en los géneros lírico y novelístico, Steiner colaboró en importantes publicaciones periódicas como The Times Literary Supplement, The Economist, The New York Times, The New Yorker, The Observer, London Review of Books o Harper's Magazine.
Premio Príncipe de Asturias en 2001, también fue un apasionado y culto melómano, de lo que da constancia su no menos bello e inspirador compendio antológico Necesidad de música, donde igual se identifica con otros personajes señeros como el suizo Robert Walser o el mismo Zweig. Otra pasión compartida con quien aquí firma, escribió: “La música aporta a nuestras vidas cotidianas un encuentro inmediato con una lógica de sentido diferente a la de la razón”. Quizá el último verdadero humanista, vivió en carne propia los devaneos, crisis y conflictos metafísico-ontológicos propios de un agudo y visionario pensador de su estirpe, quien nos ha heredado una obra vasta, múltiple y de enorme significado para entender mejor este difícil mundo que nos ha tocado vivir.
- “SUS PREOCUPACIONES E INTERESES SE PROYECTAN AL VARIO ESPECTRO DE LA CULTURA EN GENERAL”
*Alguna vez actor (Diosa de Plata como protagonista de la película Crónica Roja, del ahora laureado escritor Fernando Vallejo), es escritor, periodista, editor, catedrático, promotor cultural y crítico especializado en diversas artes. Es autor de los ensayos biográficos Elías Nandino: Poeta de la vida, poeta de la muerte y Rafael Solana: Escribir o morir, de la antología poética Atardecer en la destrucción, y del compendio de ensayos literarios Con el espejo enfrente: interlineados de la escritura. En puerta Ernesto Sabato: Escritor de la contingencia existencial.