Los tiempos del barro
Antes de jugar sobre alfombras re peinadas, con balones muy ligeros, botas sintéticas, camisetas impermeables y canchas calefactadas existía un futbol en el que al final de cada partido, apenas podía distinguirse al equipo local del visitante: eran los tiempos del barro que cubría a los jugadores de pies a cabeza con el camuflaje de las guerras. De aquella época saben mucho los cuadros septentrionales: ingleses que se batían bajo tormentas en campos convertidos en ciénagas, y los clubes vascos, que en los viejos San Mamés y Atocha, defendían a piedra y lodo la frontera norte del futbol español. Con los años, el puesto de jardinero se volvió clave en el progreso del juego, enterrando los estilos rurales y dando paso al futbol sedoso que permite al balón circular sin sobresaltos y a los jugadores no ahogarse en charcos ni hundirse en pantanos. Organizaciones oriundas como el Athletic Club de Bilbao y la Real Sociedad de San Sebastián, fundadas en robledos y encinares, sostenían que el futbolista era una conjunto de músculos y huesos capaz de machacar rivales a cabezazos. Esa fue la estirpe que alimentó desde principios del siglo pasado al futbol peninsular y buena parte del latinoamericano. Junto al británico, el futbol vasco inoculó equipos en España,
Fue un instinto y un carácter que definió su forma de jugar a partir de su forma de vivir
Argentina, México, Chile y Uruguay. Fue una tendencia, un instinto y un carácter que definió su forma de jugar a partir de su forma de vivir. Hasta que el cambio climático del futbol mundial apoyado en la tecnología, obligó a esta clase de equipos invernales a transformar su naturaleza. Empezaron a criar una especie de futbolista muy distinta a la que habían parido durante un siglo. La nueva casta vasca, pulida en las canteras de Lezama y Zubieta, tuvo que aprender a bajar la pelota al suelo y correr en prados empastados. Se trata de uno de los casos mejor documentados acerca de la evolución del juego. Finalistas de la Copa del Rey, Athletic Club y Real Sociedad reeditan una colección de pioneros y antiguos campeones a quienes el clima no pudo vencer. Son los clásicos equipos con botas de cuero, balones de cuerda y uniforme de lana, a los que más de un siglo después, el barro permite mirar sus rayas.