La democracia liberal, en riesgo
Un libro coronaba la torre de la Mesa de Novedades: El pueblo contra la democracia. Por qué nuestra libertad está en peligro y cómo salvarla (Paidós, Estado y Sociedad, 2019); Yascha Mouynk se graduó en el Trinity College
Gil cerraba la semana con un asombroso poderío conceptual en la canasta de su cerebro. Así, como lo oyen. De qué se burlan o qué. Con ustedes no se puede, de veras. Así caminaba Gamés con firmeza sobre la duela de cedro blanco rumbo a la bien llamada Mesa de Novedades. Un libro coronaba la torre: El pueblo contra la democracia. Por qué nuestra libertad está en peligro y cómo salvarla (Paidós, Estado y Sociedad, 2019). Yascha Mouynk se graduó en el Trinity College y se doctoró en Ciencia Políticas en la Universidad de Harvard, de la que actualmente es profesor en la materia. No sobra decir de pasada que Gil sí cree en los expertos. Gilga empezó a leer, a subrayar y no soportó la tentación de arrojar a esta página del fondo algunos párrafos.
Hasta fecha reciente, la democracia liberal reinaba triunfal. Pese a las limitaciones de estaformadegobierno,lamayoríadelosciudadanos parecían estar comprometidos con ella. La economía crecía. Los partidos radicales eran insignificantes. Los politólogos pensaban que la democracia estaba asentada poco menos que como un lecho de roca en lugares como Francia o Estados Unidos, y que poco cambiaría ahí en los años venideros. Desde el punto de vista político, parecía que el futuro no iba a diferir gran cosa del pasado. Entonces llegó el futuro y, contra todo pronóstico, resultó ser muy distinto.
Losciudadanosllevabanmuchotiempodesilusionados con la política; ahora se sienten además de impacientes, enfadados, desdeñosos incluso. Los sistemas de partidos parecían estancados desde hacía tiempo; ahora los populismos autoritarios están en auge en todo el mundo, de América a Europa, y de Asia a Australia. La elección de Trump para la Casa Blanca ha sido la manifestación más llamativa de la crisis de la democracia.
Puede ser que más países sigan pronto camino parecido. En Austria un candidato de ultraderecha casi ganó la presidencia. En Francia, el rápido cambio del paisaje político está abriendo nuevas oportunidades tanto para la extrema izquierda como para la extrema derecha. En España y en Grecia, los sistemas de partidos se desintegran vertiginosamente. Incluso democracias tan estables y tolerantes como las de Suecia, Alemania y los Países Bajos, los extremistas cosechan éxitos sin precedentes.
Ya no cabe duda de que soplan vientos de populismo. La pregunta ahora es si este momento se convertirá en una era populista que ponga en entredicho la supervivencia misma de la democracia liberal.
No son pocas las razones que nos inducen a temer que la democracia liberal no sobreviva si deja alguno de sus elementos en el camino. Un sistema en el cual el pueblo garantiza que los ricos y los poderosos no puedan pisotear los derechos de los pobres. Al mismo tiempo, un sistema en el que los derechos de las minorías impopulares están protegidos y en el que la prensa puede criticar con libertad al gobierno garantiza que el pueblo pueda cambiar de gobernantes a través de elecciones libres y justas.
No sobra decir de pasada que Gil sí cree en los expertos, y empezó a leer y a subrayar
Como los populistas no están dispuestos a admitir que el mundo real es complejo y que las soluciones no están fácilmente al alcance de nadie (por mucho empeño y buena intención que pongamos en encontrarlas), necesitan echarle la culpa a alguien. Y en eso son verdaderos maestros.
El miedo a que los populistas socaven las instituciones liberales si llegan al poder puede parecer alarmista. Pero está basado en un abultado catálogo de precedentes. A fin de cuentas, los populistas antiliberales han sido ya elegidos para otros cargos de gobierno en países como Polonia y Turquía. En cada uno de esos lugares han emprendido pasos sorprendente mente similares para consolidar su poder: han dado una vuelta de tuerca alas tensiones con aquellos a quienes perciben como enemigos tanto interiores como exteriores; han llenado de partidarios y compinches suyos los tribunales y las juntas electorales, y se han hecho con el control de los medios de comunicación.
Ya saben: los viernes Gil toma la copa con amigos verdaderos. Mientras los meseros traen la charole (si, charole) que soporta la botelle (sí, botelle) de Glenfiddich, Gamés pondrá a circular por el mantel tan blanco las frases de Victor Hugo: La libertad es, en la filosofía, la razón; en el arte, la inspiración; en la política, el derecho.