Jorge F. Hernández
“Del tapabocas a los aplausos a médicos y enfermeras”
Quiero honrar la memoria de los médicos en China que fueron los primeros en alertar sobre el expansivo veneno de la nueva peste y aprovecho para volver a denostar al imbécil de Donald J. Trump por referirse a un peligro supraterritorial como justificación a su racismo y xenofobia.
Quiero honrar a los miles de muertos, muchos de ellos sepultados sin acompañamiento de familiares y lloro por los ancianos que habiendo llegado con dignidad a su vejez, cayeron en la raya de un virus inconcebible yen un mundo donde predomina por zonas la estulticia y la negligencia, la soberbia, mentira y demás maquillajes de la demencia.
Quiero celebrar a quienes han superado el contagio y miles de ciudadanos que se han encerrado o cumplido con distanciamiento higiénico no solo para evitar contagiarse, sino para evitar contagiar. No quiero imaginar el tamaño de culpa y responsabilidad que llevará sobre sus hombros el irresponsable que haya transmitido una micropartícula de saliva infectada a la manita de un niño o la cara arrugada de una anciana.
Quiero aplaudir alas enfermeras que no duermen para curar despiertas a moribundo s ya los médicos que ya tienen el rostro marcado por tantas horas de llevarlos envueltos en tapabocas y a los camilleros que ya ni cuentan sus horas extras recorriendo kilómetros en los pasillos sobresaturados de las clínicas y hospitales y a las afanadoras y limpiadoras que tallan los pisos con jabón como si de veras llevaran en la espuma un bálsamo para limpiarnos a todos y a la cirujana que terminó una intervención quirúrgica de siete horas sin importar que ella misma estaba contagiada aunque sin síntomas y los que custodian en las ciudades civilizadas que nadie rompa la contingencia y los que se la juegan inevitablmente al aire libre en nuestros países y ciudades donde simple y sencillamente es imposible guardarnos todos y quedar a merced del lavatorio de manos, la sana distancia, y eso que llaman la resiliencia de querer mentar la madre a gritos y espetarle quiénsabecuántas verdades a tantísimos pendejos tras el delicado velo improvisado de nuestro tapabocas.