La enfermedad y la cura
El pasado domingo, el presidente de Estados Unidos escribió en un tuit lo siguiente: “No podemos dejar que la cura sea peor que el problema en sí mismo. Al final del periodo de quince días tomaremos una decisión sobre el camino que queremos seguir”. Hacía referencia a la decisión de poner en práctica el distanciamiento social en el país, que surtió efecto a partir del 16 de marzo. Donald Trump anunciaba que su gobierno evaluaría la situación este 31 de marzo, o sea el martes que viene, para decidir qué camino tomar. Habrá previsiblemente un choque entre los políticos que gobiernan (alarmados con tener la economía paralizada en un año de elecciones) y los expertos de la salud pública (que han insistido en la magnitud del riesgo de la enfermedad para la población).
El gobierno de Estados Unidos declaró la semana pasada una emergencia nacional, en la que decretó medidas drásticas para contener la pandemia. Las consecuencias fueron resentidas de inmediato en la economía: todo cayó, la producción y el empleo. Morgan Stanley predijo que, de seguir así, habría una contracción de 30 por ciento del producto interno bruto, acompañada de un desempleo de casi 13 por ciento. Otras fuentes eran aún más pesimistas: señalaban que el PIB podía caer hasta 50 por ciento y el desempleo subir hasta 30 por ciento entre abril y junio de 2020. Angela Merkel afirmó, en referencia a la pandemia, que su país, Alemania, no había enfrentado una crisis más grave desde la Segunda Guerra Mundial. Otros han cuestionado con agresividad esa comparación, antes de que sea impuesta una cura que pudiera llegar a ser más destructiva aún que la enfermedad. El dilema va más allá de los partidos y las ideologías. Andrew Cuomo, por ejemplo, el gobernador demócrata de Nueva York, uno de los epicentros del Covid-19 en el mundo, dijo así: “Asumo toda la responsabilidad del cierre de la economía, pero tenemos que empezar a pensar en un plan para reactivar la funcionalidad económica. No podemos detener la economía indefinidamente”.
Estados Unidos enfrentará un dilema que tendrá que enfrentar también el resto del mundo. ¿Privilegiar la lucha contra la pandemia, a costa de la economía? ¿O reactivar la economía, a riesgo de desatar la pandemia? En México ocurre ya ese enfrentamiento, incluso dentro del propio gobierno. “No dejen de salir, todavía estamos en la primera fase”, dijo en su estilo el presidente Andrés Manuel López Obrador. “Yo les voy a decir cuando no salgan”. Sus declaraciones contrastaron con las de Claudia Sheinbaum, la jefa de Gobierno de Ciudad de México, quien tras anunciar el cierre de cines, teatros y gimnasios, pidió a la población no salir de casa.
El gobierno de Reino Unido tuvo ya ese debate, hace apenas un par de semanas. Había optado por la estrategia de permitir el contagio general de la población, para defender la producción y el empleo, pero una serie de estudios indicaron que el número de muertos, en pocos meses, ascendería a medio millón (y sería de 2.2 millones en Estados Unidos). Por ello, Boris Johnson, tras haber advertido a sus compatriotas que morirían muchos de sus seres amados, dio marcha atrás para adoptar medidas similares a las del resto de Europa. Pero el dilema persiste: ¿por cuánto tiempo podemos vivir aislados para contener la pandemia?
El dilema va más allá de los partidos y las ideologías