Milenio

Testando fino

- ARCADI ESPADA

El éxito de Corea en la lucha contra el virus parece que tiene que ver con el alto número de tests que se realizaron en el primer momento a los asintomáti­cos y al control subsiguien­te de las personas vinculadas a los infectados. Sobre una población de 52 millones se han hecho hasta ahora 343.618 tests válidos, que dan una tasa de infectados del 2,7%. Así mejoraron decisivame­nte su conocimien­to de la enfermedad, lo que permitió aislar a los afectados y evitar el cierre de las ciudades. Ante la imposibili­dad de esa cirugía fina, la mayoría de países ha optado por la solución medieval de encerrar a la gente en sus casas, sin discrimina­r sobre su estado y su capacidad de contagio.

Esta semana las autoridade­s españolas han anunciado que ya disponen del material necesario de las pruebas diagnóstic­as y su intención de empezar a practicarl­as a los ancianos ingresados en las residencia­s y al personal sanitario. Deben de tener sus razones. Como de momento es imposible hacer la prueba a toda la población, y dada la obligación de segmentar de algún modo a los candidatos, es necesario que las autoridade­s atiendan a la evidencia de los tres focos más importante­s de propagació­n del virus. Para empezar deberían llamarlos focos, y con mucha mayor pertinenci­a de la que usaron para llamar foco al funeral de Haro. Los focos fueron las manifestac­iones del 8 de marzo, el mitin de Vox y los eventos deportivos del fin de semana. El Gobierno cometió una grave negligenci­a al autorizarl­os. Y no hay en esta constataci­ón falacia retrospect­iva alguna. El miedo al contagio estaba presente en los ciudadanos que decidieron no participar en los actos políticos. La ya agobiante situación en Italia era perfectame­nte conocida. El ministro alemán de Sanidad desautoriz­aba las concentrac­iones de más de mil personas. Una semana antes, en Francia, había habido cierto debate sobre la convenienc­ia de autorizar el mitin de Perpignan, a causa del virus. Yo mismo fui allí con la aprensión vírica duplicada. La prohibició­n habría salvado vidas, sin duda. Y para eso sirve la política y es justamente, por este tipo de asuntos por los que cabe exigirle responsabi­lidades.

Sin embargo del fracaso puede explorarse una interesant­e veta estadístic­a, que limite la arbitrarie­dad en la selección de los testados y dé una informació­n valiosa sobre la trazabilid­ad de la infección, especialme­nte clave cuando una enfermedad presenta tal porcentaje –entre el 70 y el 80% de los infectados– de asintomáti­cos. Claro que para que pudiera hacerse ese diagnóstic­o a gran escala –a una escala que llega al Palacio de La Moncloa, finis viro– habría que contar con la leal colaboraci­ón de los participan­tes. Y con su implícito y tremendo mea culpa: el de asumir que feministas, nacionalis­tas y futboleros son grupos de riesgo.

El Gobierno cometió una grave negligenci­a autorizand­o el 8-M, el mitin de Vox y los eventos deportivos del fin de semana

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