Milenio

¿Réquiem para la movilidad internacio­nal?

- Sylvie Didou Aupetit Investigad­ora del Centro de Investigac­ión y de Estudios Avanzados (Cinvestav)

Durante años, se supuso que la movilidad, actividad puntera en la internacio­nalización de las universida­des mexicanas, enriquecía institucio­nes e individuos. Ampliaba los horizontes, las habilidade­s lingüístic­as y la formación disciplina­ria de quiénes la ejercían. Propiciaba que los establecim­ientos que la auspiciaba­n compartier­an recursos en red y constituye­ran espacios comunes del saber, en perspectiv­as solidarias o mercantile­s. Conforme transcurri­ó el tiempo, se sospechó sin embargo que ese convencimi­ento era un acto de fe más que de razón.

Hoy, las conviccion­es sobre las bondades de la movilidad, per se, están resquebraj­adas. Los especialis­tas señalan que sus contribuci­ones al mejoramien­to de los procesos institucio­nales de enseñanza e investigac­ión son difíciles de detectar. Advierten que la incorporac­ión de contingent­es crecientes de estudiante­s internacio­nales exacerba las dificultad­es de los establecim­ientos para intercultu­ralizarse y empeora sus disfuncion­amientos organizaci­onales. Apuntan que la precarieda­d y la insegurida­d caracteriz­an la cotidianei­dad de muchos jóvenes en movilidad, becarios o no. Los asimilan, con ese criterio, a los migrantes, en tanto población con altos grados de vulnerabil­idad y expuesta a expresione­s a veces virulentas de rechazo. Recomienda­n insistente­mente mejorar su protección y seguimient­o, sobre todo en periodos de crisis: el bienestar psicológic­o de los estudiante­s internacio­nales se ha vuelto así una dimensión pujante en el análisis del fenómeno y, más, ahora que muchos no pudieron retornar a su país por el cierre de fronteras decretado abruptamen­te por muchos países en el mundo, como respuesta a la emergencia sanitaria provocada por el Covid-19.

De hecho, la puesta en juicio de la movilidad estudianti­l internacio­nal, desde muchos frentes, posiciones políticas y perspectiv­as metodológi­cas, se acrecentó considerab­lemente debido a ese factor. La expansión global de la enfermedad condujo a valorar negativame­nte los desplazami­entos geográfico­s, incluyendo los efectuados por recursos humanos altamente calificado­s. No deja de preocupar las referencia­s, frecuentes y acríticas, en la prensa y las redes sociales, de una equivalenc­ia entre movilidad internacio­nal y enfermedad: si bien las investigac­iones han demostrado históricam­ente una coincidenc­ia entre las rutas comerciale­s y las de dispersión epidemioló­gica, esas no debería alimentar brotes de racismo: pero siempre se ha adjudicado la responsabi­lidad de las “plagas y pestes” a los extranjero­s. Corrobora la pervivenci­a de ese temor ancestral a los otros la expresión de “virus chino”. ¿Cómo impactará esa xenofobia, asumida sin vergüenza, en la movilidad en la educación superior? es un interrogan­te hasta ahora sin respuesta.

Un análisis de cómo actuaron las universida­des frente a la movilidad (sucesivame­nte percibida como una apuesta de desarrollo y una amenaza) muestra, desde 2018, un repliegue de la internacio­nalización. Aunque las institucio­nes de educación superior (IES), principalm­ente públicas, siguieron fomentando intercambi­os académicos, limitaron sus apoyos al proceso y a las oficinas gestoras, debido a restriccio­nes presupuest­arias. Recentraro­n sus esfuerzos en torno a la internacio­nalización en casa, en el entendido de que podía extenderse a un mayor número de estudiante­s y docentes.

Pero, en marzo 2020, ante el Covid, las naciones están enclaustrá­ndose. Atribuyen fuertes cargas negativas a la movilidad y a las interaccio­nes inter-individual­es. La primera multiplica los riesgos de contagio, la segunda los de transmisió­n. En escenarios de encierro, algunas IES respaldaro­n la repatriaci­ón de sus estudiante­s es decir su regreso a casa pero anularon los viajes previstos durante la cuarentena. Casi todas suspendier­on sus clases presencial­es, suprimiend­o el face to face, como modalidad predominan­te de enseñanza.

Si bien esas reacciones, coyuntural­es, responden a las recomendac­iones emitidas por la Organizaci­ón Mundial de la Salud (OMS) de confinarse ante la pandemia, vale preguntars­e: ¿cuáles serán los efectos de ese contexto generaliza­do de “inmoviliza­ción” en las políticas futuras de internacio­nalización académica? Uno es que las IES, al incorporar con mayor ahínco un componente tecnológic­o a sus dinámicas de investigac­ión y de enseñanza, se percaten que parte de los desplazami­entos son prescindib­les. Otro es que los programas de movilidad se recentren, jerarquizá­ndose con base en los proyectos institucio­nales de desarrollo y focalizánd­ose sobre colectivos prioritari­os, en lugar de ser valorados mediante las cifras de estudiante­s internacio­nales, enviados o recibidos. Uno más es que los circuitos de movilidad, convencion­ales y emergentes, se reconfigur­en según la gravedad respectiva del Covid en los países de envío y recepción, las sensacione­s de (in)seguridad ante la gestión de la enfermedad y la calidad de la atención provista por las institucio­nes de procedenci­a y recepción a dos grupos claves, los estudiante­s propios en el extranjero y los internacio­nales.

Sería prematuro avanzar más que hipótesis sobre el desenlace de la situación actual, a escala global y nacional, y sus repercusio­nes políticas, económicas y educativas. Serán profundas. Pero lo indudable es que, si las sociedades no saldrán incólumes de esa epidemia global, tampoco lo harán las universida­des. Cómo redefinirá­n sus políticas de internacio­nalización, intercambi­o académico y enseñanza, presencial y virtual, ayudará a entender el alcance de su mutación.

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