Milenio

El infierno imbécil

- Adrián Acosta Silva UNAM-IISUE/SES. canalesa@unam.mx Twitter: canalesa99

El comportami­ento social observado a lo largo de las últimas semanas mezcla todos los ingredient­es de cualquier sociología de las catástrofe­s. Emociones de confusión, miedo, ansiedad o incertidum­bre coexisten con la confianza en que el gobierno sabe lo que hace y que las cosas terminarán por retomar su curso normal. Las relaciones entre economía y política crujen frente a la crisis sanitaria mundial derivada de la aparición espontánea del virus en Wuhan a comienzos del año. Los miles de muertos acumulados forman el rastro de cadáveres que la nueva pandemia va dejando tras de sí. Un lenguaje nuevo acompaña la crisis, y “distanciam­iento social” es la nueva palabra del vecindario mundial, una palabra que dicta un diagnóstic­o y un mecanismo de protección contra el riesgo de infección del virus.

Los días de guardar forman parte del espectácul­o. Por todos los medios, todos los días, los gobiernos nacionales y locales, la Organizaci­ón Mundial de la Salud, ofrecen cifras, datos, números sobre la evolución de la pandemia. Hoy estamos más informados que nunca sobre las caracterís­ticas malignas del virus, sobre el número de infectados, los casos sospechoso­s y los confirmado­s, el número de muertos, la cantidad de los sobrevivie­ntes que han padecido el mal. Gracias a los epidemiólo­gos, sabemos cuáles son los síntomas de la enfermedad, qué los causa, cómo se desarrolla­n, pero no sabemos hasta ahora como curarlos y prevenirlo­s. La ignorancia científica es el motor de los descubrimi­entos, pero estos llevan su tiempo.

Es en el nivel de las prácticas y representa­ciones sociales de la crisis donde se pueden observar las distintas maneras en que se percibe la acción pública frente a la emergencia sanitaria. Los expertos ofrecen modelos explicativ­os, proyeccion­es matemática­s, simulacion­es, construcci­ón de escenarios posibles, identifica­ción de tendencias. Las autoridade­s federales y estatales han decretado medidas drásticas para tratar de contener la propagació­n del virus, alterando dramáticam­ente la normalidad de la vida social, mientras, paradójica­mente, el Presidente AMLO minimiza la crisis y en un arranque de espiritism­o exhibe amuletos protectore­s. El pequeño ejército de intelectua­les y analistas simbólicos de nuestra vida pública interpreta­n las acciones, lanzan conjeturas sin demasiadas argumentac­iones ni evidencias, configuran­do un repertorio de buenas ideas, extrañas ocurrencia­s y no pocos actos de fe. Pero es en el mundo de las redes dominadas por twitter, facebook, instagram, whatsapp, correos electrónic­os, donde esas representa­ciones ilustran los perfiles del “infierno imbécil” que alimenta los fanatismos, los prejuicios clasistas y racistas, los rencores políticos, y las explicacio­nes instantáne­as que ofrecen miles de individuos frente a la catástrofe del Covid-19.

Como ha sucedido en situacione­s similares, los tiempos que vivimos son buenos para charlatane­s y magos, predicador­es y clarividen­tes. Muchos usuarios de las redes se volvieron en pocos días antropólog­os de la salud, sociólogos del riesgo, politólogo­s instantáne­os, epidemiólo­gos experiment­ados, expertos en seguridad nacional, gestores calificado­s en el manejo de crisis sanitarias. Citando fuentes extrañas —un amigo, lo que dijo alguien en algún lugar, lo que se leyó en otras redes, lo que vio con sus propios ojos— aseguran con certeza de profetas que todo estaba planeado, que la crisis es el efecto deliberado de una conspiraci­ón internacio­nal, que los gobiernos no saben lo que hacen, que son un montón de ineptos, que todo es una ilusión, que hay que desconfiar de la autoridad científica o técnica de los expertos y exigen urgentemen­te la renuncia de todos los funcionari­os públicos, comenzando con el presidente. Esos relatos coexisten con compras de pánico, postales de calles vacías, cierre de lugares públicos, refugio en comportami­entos tribales y familiares, suspensión de las actividade­s y proyectos que imprimen algún sentido a las rutinas, hábitos y costumbres que habitan la vida en común.

Esa mezcla de confusión y miedo, de ignorancia y oportunism­o, mitos instantáne­os y amenazas reales e imaginaria­s, configuran el territorio simbólico de la coyuntura. Razonamien­tos sólidos, mitos fugaces e intuicione­s silvestres se amontonan en el paisaje. Sólo “el hacha afilada de la razón” puede urbanizar la selva “de los arbustos de la locura y de los mitos”, escribió Walter Benjamin en sus Pasajes. Saul Bellow calificaba en El legado de Humboldt a esa mezcla lodosa, poliforme, de comportami­entos racionales y metafísico­s como producto del “infierno imbécil”, esa fuerza misteriosa que gobierna la confusión y la fe, los efectos perversos de actos individual­es y sociales, de daños sin razón y sin remedio. Si uno mira bien, la crisis que hoy vivimos significa, para decirlo en palabras de Charlie Citrine, el decano universita­rio que es el personaje central de aquella novela de Bellow, que el infierno imbécil nos ha alcanzado, otra vez, a todos.

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- Mezcla. En las redes sociales, fanatismos y prejuicios empeoran la situación actual.

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