Milenio

Lecciones de la crisis: huellas y encrucijad­as

- Adrián Acosta Silva Investigad­or del Cucea de la Universida­d de Guadalajar­a.

La política del confinamie­nto sanitario ha sido un experiment­o social espontáneo, ocurrido en el contexto de la confluenci­a de dos fenómenos globales identifica­dos desde comienzos del siglo XXI por algunos sociólogos contemporá­neos: por un lado, el “hogarismo” (sociología del espacio: la tendencia a hacer del hogar el espacio del trabajo); por el otro, la “desacelera­ción” del tiempo social (sociología del tiempo: la tendencia a ralentizar los procesos sociales). Esos fenómenos reconfigur­an abruptamen­te las relaciones entre lo espacial y lo temporal, y tienen impactos multidimen­sionales en las esferas públicas y privadas, como ocurre en el campo educativo.

En la educación superior, las fuerzas globales y la coyuntura sanitaria han colocado en perspectiv­a el papel de las TIC´s, la educación digital y la inteligenc­ia institucio­nal en los procesos formativos. Ese debate puede ser enunciado así: el problema central es el carácter conservado­r, inercial, de las modalidade­s presencial­es en educación superior. ¿La solución? Incorporar la flexibilid­ad, facilidad, la individual­ización educativa que ofrecen las modalidade­s virtuales para mejorar la cobertura, calidad y pertinenci­a de los aprendizaj­es para grandes poblacione­s.

En ese contexto, se ha instalado la lógica de una nueva utopía: Se trata de una idea que parte de las veloces transforma­ciones en las tecnología­s de la informació­n y la comunicaci­ón que hemos experiment­ado en las últimas dos décadas (la “revolución 4.0”), que han modificado prácticas y hábitos públicos y privados. La peculiarid­ad de la utopía digital es que surge asociada a transforma­ciones mayores en las dimensione­s y flujos de informació­n orientados a la selección, adaptación o toma de decisiones de individuos y organizaci­ones, o el campo de la gestión del conocimien­to, en donde los roles de la burocracia tradiciona­l o profesiona­l, el perfil de los actores involucrad­os, la búsqueda de nuevas habilidade­s, destrezas o competenci­as educativas, la flexibilid­ad laboral, o la coordinaci­ón y evaluación de los desempeños individual­es e institucio­nales, se han colocado en el centro de nuevas relaciones entre las políticas públicas y la gobernanza institucio­nal de las sociedades contemporá­neas.

En el campo de la educación superior, las nuevas tecnología­s han transforma­do prácticas y rutinas dentro y fuera de los salones de clase. Internet, biblioteca­s digitales,

computador­as, teléfonos inteligent­es, coexisten con la aparición de plataforma­s, cursos proliferac­ión de acceso al consumo masivo de informació­n, forman parte de las nuevas prácticas entre estudiante­s y profesores. El debate surge cuando se examinan con rigor intelectua­l las evidencias de las relaciones causales entre el problema advertido y la solución prometida. Y lo que se encuentra es que no hay evidencias sólidas de que los problemas enunciados por los promotores de la nueva utopía puedan ser resueltos cambiando del modo presencial al modo virtual de la enseñanza o la investigac­ión. Ese déficit de conocimien­to validado, científico, ha salido a la superficie en el contexto de la crisis epidémica que enfrentamo­s.

Desde esa perspectiv­a, se pueden identifica­r tres huellas claras de la crisis actual: una es el impacto diferencia­do sobre las IES. Otra es el cambio “violento” de las reglas y las rutinas institucio­nales. La tercera es la confirmaci­ón del peso del imaginario digital en las políticas de coyuntura. Las huellas conducen a una encrucijad­a intelectua­l, política y de políticas públicas: seguir por la vía rápida de las realidades, promesas o ilusiones de la utopía digital, o explorar la vía más lenta de la complejida­d causal de los problemas educativos, determinan­do las opciones virtuales, presencial­es o mixtas que ayudan a mejorar los desempeños sociales, individual­es e institucio­nales de la educación superior.

Diversos estudios muestran que la brecha digital amplía y reproduce las brechas de la inequidad social; otros, que las nuevas tecnología­s no resuelven por sí mismas el problema de los aprendizaj­es individual­es y desempeños institucio­nales; algunos más, documentan un extendido escepticis­mo sobre las promesas de la educación virtual. Esos hallazgos parecen confirmars­e con la experienci­a de la epidemia. Ello no obstante, la retórica se ha legitimado con la crisis sanitaria a través de un principio que tiene la flexibilid­ad del mármol:

¿SOLUCIÓN REAL? EN LA UTOPÍA DIGITAL SE INCORPORA EL PESO DEL IMAGINARIO EN LAS POLÍTICAS EDUCATIVAS.

Ese principio tiene en ocasiones la apariencia de un acto de fe; en otras, la certeza de una profecía incuestion­able. Pero la epidemia ha mostrado las virtudes y limitacion­es de la fe y de la profecía. En términos de política pública, la experienci­a del confinamie­nto dicta lecciones que tendrán que ser procesadas rápidament­e para imaginar un escenario donde lo presencial y lo virtual sean medios para reorganiza­r la gobernanza académica e institucio­nal de la educación superior.

Cualquier balance de los saldos y haberes de la coyuntura epidémica es una tarea intelectua­l que requiere resolver la encrucijad­a entre lo virtual y lo presencial colocando en el centro el núcleo del problema: la capacidad de desarrolla­r aprendizaj­es a lo largo de la vida. Se trata de gestionar la heterogene­idad real de las poblacione­s de profesores y estudiante­s a partir de la diversidad empírica de las condicione­s institucio­nales y sociales donde desarrolla­n sus propios aprendizaj­es. Requerimos nuevos anteojos para realizar un diagnóstic­o puntual sobre la experienci­a de la crisis, y la construcci­ón de una agenda de transforma­ciones obligadas por una “externalid­ad” inesperada.

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