Julius Fučík, otra víctima del Holocausto
EMario Saavedra*
l 8 de septiembre se conmemora el Día Internacional del Periodista, recordando la fecha infausta en que el escritor y periodista bohemio Julius Fučík (Praga, 1903-Berlín, 1943) fue ahorcado por los nazis en 1943. Una clara afrenta más a la libertad de expresión, en el que ha sido uno de los hechos más oprobiosos en la historia no solo contemporánea de la humanidad, el Holocausto nazi, el polígrafo praguense fue perseguido y condenado a la horca por su condición de comunista declarado y su apego al Estado soviético, por combatir al fascismo, sin poder reconocer que la purga estalinista era ya tan deplorable como la del no menos megalómanlo Hitler y sus también deleznables esbirros. Como Fučík, que fue un personaje íntegro, fiel a sus convicciones, quienes sufrieron el acoso estalinista defendían la libertad y sus propios principios ante un Estado totalitario que igual no permitía concesiones individualistas y contrarias al régimen, como bien lo describe, por ejemplo, el escritor inglés Julian Barnes en su hermosa y muy bien documentada historia novelada
en torno al genial compositor Dmitri Shostakovich.
Pero más allá de esa comprensible miopía histórica de Fučík, quien como muchos otros defendía y promulgaba otra de tantas utopías fracasadas a lo largo del accidentado y contrastante siglo XX, fue un hombre trabajador y de hondos principios, para entonces todavía muy distante de lo que con el tiempo daría pie a tantos malversados movimientos demagógicos y populistas. Él mismo se había adherido, convencido y sin dilación, a la causa republicana y luchado en la Guerra Civil española de los treinta.
Como bien lo han sabido ver otras mentes sensibles y brillantes, como el recientemente aquí recordado Tzvetan Todorov que en persona sufrió el embate stalinista en suelo búlgaro e igual reconoció los mayores vicios del capitalismo a ultranza, de falsas democracias disfrazadas, la generación de Fučík apostaba por un modelo que al menos en el papel suponía ser más justo y equilibrado, sin reflexionar en que son las propias debilidades humanas las que han terminado siempre por echar por tierra toda posible utopía, a decir, sus desmedidos homocentrismo y espíritu depredador, su mezquina ambición, sus connaturales egotismo y vanidad, su ingente fiebre de poder. El reino y el infierno son de este mundo, como bien escribió Alejo Carpentier.
Julius Fučík nació en el seno de una familia obrera, de ahí que considerara el triunfo de un sistema donde el proletariado tuviera un poder de acción definitorio, y en su calidad de artista sensible y generoso supuso que solo era cuestión de tiempo para que trascendiera una lucha que suponía justa; lo que vendría por delante ya es historia y él no pudo vivir para corroborarlo. Estudió filosofía en la Universidad de Pilsen y en 1921 ingresó en el Partido Comunista, por los mismos años que iniciaba su trabajo como crítico literario y teatral; de sus viajes a la Unión Soviética de esa época surgiría su obra documental
En 1941 pasaría Fučík a ser miembro del Comité Central del Partido Comunista ya en la clandestinidad, siendo redactor de las publicaciones Rude Pravo y Tvorba donde publicó reportajes sobre temas sociales y culturales. Un personaje visible a los ojos del Tercer Reich, pudo constatar que la mezquindad de algunos de sus camaradas propiciarían sus más prontas aprehensión y tortura, como lo refiere descorazonado y con lujo de detalles en el desgarrador texto que escribió desde la cárcel ––ya para entonces condenado––,
Un carcelero fiel a la causa, como el conmovedor personaje protagónico de esa conmocionante gran joya fílmica alemana La vida de los otros, de Florian Henckel Donnersmarck, del 2006, en el corazón de la Berlín dividida, sacaba furtivamente las hojas escritas a mano y se las daba a la también combatiente periodista Gusta Fučíková, esposa de Fučík, quien años después publicaría este doloroso y revelador testimonio del infierno al que puede llegar a ser la vida en este mundo.
En el fondo un conocedor sensible y a ultranza de la condición humana, de sus grandezas y sus debilidades, como buen escritor y periodista que era, describe todos los posibles tipos y gradaciones de nuestra condición, porque experimentó en carne propia tanto la solidaridad de quien no se quebraba tras la presión y el ultraje, pero también la traición mezquina de quien se vendía por un puesto y sus beneficios. Tuvo de frente a amigos incondicionales, pero de igual modo a detractores rastreros que se prostituían con el enemigo por favores más allá de salvaguardar la vida porque, como bien escribiron los románticos, el ser humano es capaz tanto de lo más sublime como de lo más grotesco. Como bien ha escrito mi querido y admirado Fernando Vallejo, “Si el hombre traiciona la amistad, ya ha perdido todo y no le queda nada”.
Más allá de la información para entender una época y una realidad vergonzosas,
resulta ser además un retrato conscienzudo y hasta devastador de la miseria humana, ante la cual se magnifica todo cualquier acto inesperado de bondad, de respeto al otro y a su dignidad, incluso de culto a la conservación de la vida. Y eso es precisamente, un poderoso testimonio crudo de vida, de la vida en la oscuridad nauseabunda del inframundo, como o
de Dostoievsky, o de Solzhenitsyn, o de Anna Frank. Por la entereza y el valor para defender su profesión, para dignificarla, Julius Fučik recibiría, como homenaje póstumo, el Premio Internacional de la Paz en 1950.
*Alguna
vez actor (Diosa de Plata como protagonista de la película Crónica Roja, del ahora laureado escritor Fernando Vallejo), es escritor, periodista, editor, catedrático, promotor cultural y crítico especializado en diversas artes. Es autor de los ensayos biográficos “Elías Nandino: Poeta de la vida, poeta de la muerte” y “Rafael Solana: Escribir o morir”, de la antología poética Atardecer en la destrucción, y del compendio de ensayos literarios Con el espejo enfrente: interlineados de la escritura. En puerta Ernesto Sabato: Escritor de la contingencia existencial.