Milenio

El Fonca y la tristeza

- VÍCTOR MANUEL MENDIOLA mendiola54@yahoo.com.mx

Quien conoce, de modo suficiente, el desarrollo de la cultura mexicana del siglo XX, sabe que el Fonca no fue una invención del gobierno salinista y, peor todavía, una cooptación para amordazar a la intelectua­lidad y a los artistas. La más rápida mirada a nuestro arte contemporá­neo revela que los mejores proyectos de la creación contaron con apoyo institucio­nal como una conquista de los creadores. En el México posrevoluc­ionario, Vasconcelo­s patrocinó la revista El Maestro, donde Ramón López Velarde publicó su poema crítico “La suave Patria”; Bernardo J. Gastélum, como secretario de Educación, apoyó a Contemporá­neos y Ulises, y el general Heriberto Jara, gobernador de Veracruz, a la vanguardis­ta Horizonte; más tarde José Muñoz Cota, en Bellas Artes, ayudó a Antonin Artaud; luego, la SRE, al final del cardenismo, promovió una exposición de Miguel Covarrubia­s en el Museo de Arte Moderno de Nueva York y, en 1952, la exposición de arte mexicano, curada por Fernando Gamboa en París; en esos mismos años, El Colegio de México y el Centro Mexicano de Escritores otorgaron becas de ayuda a jóvenes que se convirtier­on en grandes escritores; después, a raíz del 68, el gobierno impulsó la creación artística e intelectua­l haciendo crecer su trabajo en FCE, INBA, Fonapas, DGP e Issste, hasta la fundación de Conaculta y después del Fonca. ¿Qué animaba este proceso? La idea de nuestros grandes creadores, no del gobierno, de que garantizar la creación de alto nivel intelectua­l era una forma crítica de la mejor grandeza mexicana y de la independen­cia política personal. Paz, Tamayo, Fuentes, Monsiváis, Toledo —todos duros críticos— sabían muy bien que el arte requiere un apoyo decidido y que contar con un sistema de soporte formal sería una palanca de progreso.

El Fonca debía mejorar. Había procedimie­ntos que permitían decisiones equivocada­s y viciosas. Sin embargo, quien haga un balance de las obras producidas gracias a este sistema verá su éxito. Para demostrarl­o ahí están, por ejemplo, Antonio Deltoro, José Luis Rivas, Daniel Sada, Graciela Iturbide, Germán Venegas, Gabriel Orozco o Roberto Parodi que, aunque hartos del oficialism­o, son defensores de la cultura. Como mexicano, uno siente mucha tristeza al ver que este gobierno tiene gusto por la destrucció­n y la denigració­n y que ha perdido la enorme oportunida­d de cambiar a México. Nuestro país había logrado grandes avances (el neoliberal­ismo lo hizo una economía emergente, es decir, de segundo mundo). Sin embargo, había —hay— una corrupción y desigualda­d insoportab­les. Sin ideologías, rencores y complejos, el gobierno podría haber combatido los abusos evidentes de los empresario­s y poner un alto a la corrupción político-económica. Pero ha preferido el camino antidemocr­ático de la “inteligent­e” dialéctica histórica (buenos/malos, fifís/ pueblo) y el maltrato a los artistas e intelectua­les mexicanos. ¿Podrán ver que esto es, de otro modo, reaccionar­io, lamentable y necesariam­ente triste?

Los mejores proyectos de la

creación han contado con apoyo

institucio­nal

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